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La-Insoportable-Levedad-del-ser

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también <strong>del</strong> redactor con largas barbas. Estaba acostumbrado a sus lectores y, cuando un buen día los<br />

rusos cerraron su semanario, tuvo la sensación de que el aire era cien veces más enrarecido. Nadie<br />

podía reemplazarle la mirada de los ojos desconocidos. Le pareció que se ahogaba. Entonces fue<br />

cuando advirtió que la policía vigilaba todos sus pasos, que oían sus conversaciones por teléfono y que<br />

hasta le sacaban en secreto fotos en la calle. ¡De pronto los ojos anónimos estaban otra vez en todas<br />

partes y él podía respirar de nuevo! ¡Estaba feliz! Se dirigía con voz teatral a los micrófonos de las<br />

paredes. Había encontrado en la policía al público perdido.<br />

<strong>La</strong> segunda categoría la forman los que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos<br />

conocidos. Estos son los incansables organizadores de cócteles y cenas. Son más felices que las<br />

personas de la primera categoría quienes, cuando pierden a su público, tienen la sensación de que en el<br />

salón de su vida se ha apagado la luz. A casi todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las<br />

personas de la segunda categoría siempre consiguen alguna de esas miradas.<br />

Entre éstos están Marie-Claude y su hija.<br />

Luego está la tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. Su<br />

situación es igual de peligrosa que la de los de la primera categoría. Alguna vez se cerrarán los ojos de<br />

la persona amada y en el salón se hará la oscuridad. Pertenecen a este grupo Teresa y Tomás.<br />

Y hay también una cuarta categoría, la más preciada, la de quienes viven bajo la mirada<br />

imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores. Por ejemplo Franz. El único motivo de su viaje<br />

hasta la frontera de Camboya fue Sabina. El autobús traquetea por la carretera tailandesa y él siente que<br />

su larga mirada se fija en él.<br />

A la misma categoría pertenece también el hijo de Tomás. Lo llamaré Simón. (Se alegrará de<br />

tener un nombre bíblico como su padre.) Los ojos que anhela son los de Tomás. Cuando se<br />

comprometió en la recogida de firmas lo echaron de la universidad. <strong>La</strong> chica con la que salía era<br />

sobrina de un cura de pueblo. Se casó con ella, se hizo tractorista en la cooperativa, católico practicante<br />

y padre. Después se enteró por medio de algún amigo de que Tomás también vivía en el campo y se<br />

alegró: ¡el destino había logrado que sus vidas fuesen simétricas! Aquello lo impulsó a escribirle una<br />

carta. No pedía respuesta. Lo único que quería era que Tomás dirigiera su mirada hacia su vida.<br />

24<br />

Franz y Simón son los soñadores de esta novela. A diferencia de Franz, Simón no quería a su<br />

madre. Buscaba desde su infancia a su papá. Estaba dispuesto a creer que alguna injusticia cometida<br />

contra su padre antecedía y explicaba la injusticia que éste había cometido con él. Nunca se había<br />

enfadado con él porque no quería convertirse en aliado de la madre, que calumniaba sistemáticamente<br />

al padre.<br />

Vivió con ella hasta que cumplió los dieciocho y después de la reválida se fue a estudiar a<br />

Praga. En aquella época Tomás ya lavaba escaparates. Simón le esperó muchas veces con la intención<br />

de preparar un encuentro casual en la calle, pero el padre nunca se detuvo junto a él.<br />

Trabó amistad con el antiguo redactor de la barba larga sólo porque su historia le recordaba a la<br />

de su padre. El redactor no conocía el nombre de Tomás. El artículo sobre Edipo había quedado en el<br />

olvido y el redactor se enteró de él por medio de Simón, quien le rogó que fueran juntos a pedirle a su<br />

padre la firma. El redactor asintió sólo por darle gusto a un muchacho al que apreciaba.<br />

Cuando Simón se acordaba de aquella reunión, se avergonzaba de su timidez. Seguro que a su<br />

padre no le había gustado. En cambio su padre le gustó a él. Se acordaba de cada una de las palabras<br />

que había dicho y le daba cada vez más la razón. Sobre todo se le quedó grabada una frase: «Castigar a<br />

los que no sabían lo que estaban haciendo es una barbaridad». Cuando el tío de su chica puso en sus<br />

manos una Biblia, le llamaron la atención sobre todo unas palabras de Jesús: «Perdónalos, porque no<br />

saben lo que hacen». Sabía que su padre no era creyente, pero en la similitud de ambas frases veía una<br />

señal secreta: su padre está de acuerdo con el camino que ha elegido.<br />

Llevaba en el pueblo unos tres años cuando recibió una carta en la cual Tomás le invitaba a<br />

visitarlo. El encuentro fue amable, Simón se sintió a gusto y no tartamudeó nada. Quizá ni siquiera<br />

advirtió que no se habían entendido demasiado. Unos cuatro meses más tarde le llegó una carta. Tomás

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