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La-Insoportable-Levedad-del-ser

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hacerse entender fácil mente en el idioma que habla desde la infancia. En Praga sólo dependía de<br />

Tomás con el corazón. Aquí depende por completo. Si la abandonase, ¿qué le pasaría? ¿Va a tener que<br />

vivir toda su vida temiendo perderlo?<br />

Piensa: Su encuentro estuvo basado desde el comienzo en el error. <strong>La</strong> Ana Karenina que<br />

llevaba bajo el brazo era una contraseña falsa que había engañado a Tomás. Cada uno de ellos había<br />

creado un infierno para el otro, pese a que se querían. El hecho de que se quisieran demostraba que el<br />

error no residía en ellos, en su comportamiento o en la inestabilidad de sus sentimientos, sino en que no<br />

congeniaban porque él era fuerte y ella débil. Ella es como Dubcek, que hace en medio de una sola<br />

frase una pausa de medio minuto, es como su patria, que tartamudea, pierde el aliento y no puede<br />

hablar.<br />

Pero es precisamente el débil quien tiene que <strong>ser</strong> fuerte y saber marcharse cuando el fuerte es<br />

demasiado débil para <strong>ser</strong> capaz de hacerle daño al débil.<br />

Así se decía apretando contra su cara la cabeza peluda de Karenin: «No te enfades, Karenin.<br />

Vas a tener que volver a cambiar de casa».<br />

28<br />

Estaba sentada en un rincón <strong>del</strong> compartimiento, la pesada maleta sobre su cabeza. Karenin se<br />

apretaba contra sus piernas. Estaba pensando en un cocinero <strong>del</strong> restaurante en el que trabajaba cuando<br />

vivía en casa de su madre. Aprovechaba cualquier oportunidad para darle una palmada en el tra<strong>ser</strong>o y<br />

con frecuencia la invitaba, en presencia de todos, a acostarse con él. Era curioso que pensase<br />

precisamente en él. Representaba un ejemplo directo de todo lo que le repugnaba. Pero en lo único que<br />

pensaba ahora era en localizarle y decirle: «Tu decías que querías acostarte conmigo. Aquí estoy».<br />

Tenía ganas de hacer algo para que ya no le quedara escapatoria. Tenía ganas de destruir<br />

brutalmente todo el pasado de sus últimos siete años. Era el vértigo. El embriagador, el insuperable<br />

deseo de caer.<br />

También podríamos llamarlo la borrachera de la debilidad. Uno se percata de su debilidad y no<br />

quiere luchar contra ella, sino entregarse. Está borracho de su debilidad, quiere <strong>ser</strong> aún más débil,<br />

quiere caer en medio de la plaza, ante los ojos de todos, quiere estar abajo y aún más abajo que abajo.<br />

Trataba de convencerse de que no se quedaría en Praga y ya no trabajaría como fotógrafa.<br />

Regresaría a la pequeña ciudad de la cual la sacó una vez la voz de Tomás.<br />

Pero cuando llegó a Praga, no tuvo más remedio que quedarse allí durante algún tiempo para<br />

resolver muchas cuestiones prácticas. Empezó a postergar su partida.<br />

Así pasaron cinco días y en la casa de pronto apareció Tomás. Karenin estuvo un largo rato<br />

saltándole a la cara, de modo que durante bastante tiempo les libró de la necesidad de decirse nada.<br />

Se sentían como si estuviesen en medio de una planicie nevada, temblando de frío.<br />

Luego se aproximaron como dos enamorados que aún no se han besado.<br />

El le preguntó:<br />

— ¿Estaba todo en orden?<br />

— Sí —contestó.<br />

— ¿Has pasado por la revista?<br />

— Llamé por teléfono.<br />

— ¿Y?<br />

— Nada. Estaba esperando.<br />

— ¿Qué?<br />

No le respondió. No podía decirle que le esperaba a él.<br />

29<br />

Volvemos a un instante que ya conocemos. Tomás estaba desesperado y le dolía el estómago.

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