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JOSÉ VARELA ORTEGA - Prisa Revistas

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autodeterminación –como antes la amnistía,<br />

la democracia y la autonomía– se demostrara<br />

una etapa, una meta transitoria<br />

o un objetivo parcial, su concesión no haría<br />

sino alimentar la espiral de exaltación<br />

revolucionaria y consagrar el principio de<br />

la violencia como un método legítimo y<br />

rentable de hacer política. Cualquier política,<br />

entiéndase bien. En este aspecto los<br />

nacionalistas –incluidos los nacionalistas<br />

democráticos– tienen una idea curiosa del<br />

embrollo y de cuál es la naturaleza y funcionamiento<br />

de un sistema democrático.<br />

El problema que genera la violencia –aseguran–<br />

es “político” 16 , de soberanía; superado<br />

ese escollo, desaparecerá la violencia.<br />

¡Fantástico razonamiento! Por la misma<br />

regla de tres, como el problema que acucia<br />

a los atracadores de joyerías es de naturaleza<br />

económica, negociado con ellos<br />

el botín y entregada una parte de las joyas,<br />

desaparecerá el violento método de<br />

solucionar los agobios de fin de mes. Y no<br />

se diga que el ejemplo es chusco. A decir<br />

de Aristóteles, el primer motivo de disputa<br />

política se centró en torno a cuestiones<br />

de propiedad. Aplicando, pues, la regla<br />

nacionalista, si se admite la violencia para<br />

resolver un problema, político, de soberanía,<br />

por qué no admitirla para resolver<br />

otro problema, también político, de distribución<br />

de la renta. No. En democracia<br />

todos los “contenciosos” son políticos. Y<br />

no es la democracia un sistema de consensos<br />

y acuerdos más que en la forma civilizada<br />

y pacífica de gestionar los desacuerdos.<br />

Los conflictos políticos son la vida<br />

normal de las democracias; el problema, la<br />

patología, es la violencia, un precipicio en<br />

el cual terminaríamos –como se lamentaba<br />

Cánovas hace casi siglo y medio– “fiando<br />

la resolución de los problemas políticos<br />

al triste recurso de la fuerza”. Los desencuentros,<br />

bien sean sobre cuestiones de<br />

propiedad o cualesquiera otros, tienen su<br />

trámite electoral y su cauce parlamentario.<br />

De hecho, las diferencias en torno al sujeto<br />

de soberanía, censitaria o universal –su<br />

extensión a un universo mayor o menor<br />

de la población adulta– fue motivo central<br />

de disputa política desde fines del siglo<br />

XVIII, y todavía lo es en algunos cantones<br />

suizos en relación al voto femenino.<br />

Juzguemos las cosas por su comportamiento<br />

y resultados. La experiencia demuestra<br />

que ni la democracia ni la autonomía<br />

más amplia conocida en la Europa<br />

contemporánea se han traducido en me-<br />

16 Arzalluz: Abc, 2 de setiembre de 2000,<br />

pág. 19.<br />

Nº 110 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

nor violencia por parte del nacionalismo<br />

totalitario. ¿En virtud de qué hechos y<br />

datos se piensa que un comportamiento<br />

de naturaleza tal va a cambiar? Fuera del<br />

asidero del deseo y la esperanza o de la estratagema<br />

política, ¿hay alguien que crea<br />

seriamente que el nacional-socialismo<br />

vasco va a abandonar una estrategia de<br />

violencia que le ha sido tan rentable? ¿Es<br />

que se piensa que los etarras van a dejar<br />

de asesinar y vandalizar las calles, exiliar y<br />

amordazar a los oponentes? ¿Es que por<br />

ventura pretende convencernos el señor<br />

Egibar que el incipiente estado revolucionario<br />

etarra va a renunciar graciosamente<br />

a la industria del secuestro, a un tinglado<br />

fiscal terrorista que, al parecer, ha recaudado<br />

más de 5.000 millones desde el verano<br />

17 y a las empresas que reciclan esas<br />

rentas tras una simple transferencia de soberanía?<br />

¿Qué decimos autodeterminación?:<br />

¡Ni siquiera la independencia de las<br />

tres provincias que constituyen actualmente<br />

la comunidad autónoma produciría<br />

el abandono de la violencia revolucionaria!<br />

¿No es más cierto que ya se han<br />

construido su Irlanda irredenta?: “Euskal<br />

Herria”, dicen, “son los territorios donde<br />

se habla o habló euskera” (Unzueta).<br />

Siempre quedaría Navarra por conquistar<br />

y los territorios franceses por invadir –de<br />

indefinidos contornos y límites para mayor<br />

complicación. Los propios etarras ya<br />

lo han anunciado: aún con la autodeterminación,<br />

y con el fin de “vigilar” el proceso,<br />

“las armas no se entrega[rán]”. Seguirá,<br />

pues, la perversa pero astuta combinación,<br />

a la manera nazi, entre violencia<br />

y legalidad, treguas-frentes y rupturas.<br />

¿Hasta cuándo? Hasta que el movimiento<br />

nacional-socialista ocupe el poder o sea<br />

destruido. Que nadie se engañe, pues, la<br />

independencia, el abandono a su suerte<br />

de las provincias forales no traerá sosiego.<br />

Con toda probabilidad, producirá un enfrentamiento<br />

civil en el País Vasco y hará<br />

peligrar la democracia en el resto de España.<br />

Por eso tampoco pienso que “la autodeterminación<br />

s[ea] la paz”, como predican<br />

algunos (Egibar). Porque los mili<br />

[tantes] –así se apellidan ellos mismos– de<br />

la violencia 18 no se han dejado –ni se dejarán–<br />

“convencer” (Montero) por la matemática<br />

electoral como expresión de una<br />

voluntad democrática. Para ellos “sólo cabe<br />

el camino de las armas” (Gatari) 19 . Los<br />

17 El País, 28 de enero de 2001, pág. 17.<br />

18 P. Unzueta: El País, 26 de octubre de 2000,<br />

pág. 19.<br />

19 Apud Elorza, pág. 429.<br />

<strong>JOSÉ</strong> <strong>VARELA</strong> <strong>ORTEGA</strong><br />

militares nacionalistas miden su éxito o<br />

fracaso, en eso, en términos bélicos; y sólo<br />

la victoria, o derrota militar, lato sensu,<br />

podrá convencerles. Los sesudos –y sagaces<br />

(Herrero de Miñón)– argumentos de<br />

corte constitucional o democrático carecen,<br />

pues, de sentido último para ellos.<br />

Son coartadas, cuando mucho objetivos<br />

tácticos. Del mismo modo que la autodeterminación<br />

de las minorías alemanas<br />

del Reich nunca fue objetivo prioritario del<br />

partido nazi en los treinta, tampoco el<br />

objetivo estratégico del nacionalismo totalitario<br />

de nuestros días ha sido ayer la<br />

autonomía, no es hoy la autodeterminación,<br />

ni será mañana siquiera la independencia:<br />

“ETA lo que quiere es el poder”<br />

(Savater) 20 . El asunto, pues, no es principalmente<br />

y en última instancia un tema<br />

de redefinir el sujeto de soberanía, sino<br />

una cuestión de naturaleza de poder. Y<br />

ése precisamente es el escollo insalvable<br />

que lleva a un enfrentamiento difícil de<br />

evitar. A estas alturas, son probablemente<br />

muchos los que consideran el planteamiento<br />

soberanista históricamente distorsionado,<br />

anacrónico e impreciso, una<br />

adulteración de la realidad vasca, española<br />

y europea; en suma, un despropósito que<br />

parecería un poquito ridículo si la violencia<br />

no lo convirtiera en trágico. Con todo,<br />

su tratamiento pacífico y libre, su debate<br />

en un marco democrático y civilizado,<br />

fuera de toda coacción y amenaza, a<br />

pocos llevaría más allá de la melancolía<br />

cualquiera que fuese el desenlace. El tema<br />

de la soberanía no es, pues, lo angustioso.<br />

Lo que a muchos les hace poner pies en<br />

pared es el espectro de una “siniestra dictadura<br />

totalitaria” (Calleja) “impon[iendo]<br />

su doctrina de una sola tribu vasca<br />

con un Estado no liberal” (Azurmendi),<br />

en que una parte sustancial de la población<br />

queda reducida a la categoría de ilotas,<br />

“depurados” del “censo vasco” 21 por<br />

mor de una política etnolingüística<br />

(Krutwig) y una estrategia tercermundista<br />

como instrumentos de “una operación<br />

destinada a excluir a la mitad de la ciudadanía<br />

vasca” 22 .<br />

A pesar de las peroratas de Goebbels,<br />

la mitología nórdica, acordes de los “Nibelungos”<br />

y vigorizantes paisajes del “bosque<br />

originario” teutónico en clave de Tácito,<br />

el nazismo no fue derivada inevitable<br />

de la historia germana (Stern) ni la resul-<br />

20 El País, 24 de noviembre de 2000.<br />

21 P. Unzueta: El País, 26 de octubre de 2000,<br />

pág. 19.<br />

22 S. Juliá: El País, 24 de diciembre de 2000,<br />

pág. 22.<br />

15

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