JOSÉ VARELA ORTEGA - Prisa Revistas
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dad” (Elorza), entrelazada y de un alto nivel<br />
de relaciones endogámicas. Se trata de<br />
un movimiento “autista” (Azurmendi) e<br />
impermeable, “una sociedad dentro de la<br />
sociedad” 28 , con un nivel de debate elemental,<br />
muy controlado y de un alcance<br />
teórico rudimentario. Lo cual no obsta para<br />
que haya demostrado una flexibilidad y<br />
una astucia táctica notables. Estamos,<br />
pues, ante un movimiento minoritario pero<br />
ramificado y flexible, radicalizado y con<br />
un regusto romántico por el “primitivismo<br />
y el culto a la violencia” (Caro Baroja),<br />
partidario de la acción directa y tan huérfano<br />
de equipaje ideológico como sobrado<br />
de “vitalismo irracionalista” 29 del Blut,<br />
Boden und [Sprache] en mixtura con las<br />
doctrinas de liberación nacional de posguerra,<br />
lo cual le otorga una capacidad<br />
importante a la hora de cobijar grupos<br />
marginales e iniciativas heterogéneas y<br />
hasta contradictorias en un impulso revo-<br />
28 K. Aulestia: Crónica de un delirio, págs. 165 y<br />
sgs. Madrid, 1998.<br />
29 Ayestaran Lecuona, El País, 11 de noviembre<br />
de 2000, pág. 15; y P. Unzueta, 26 de octubre de<br />
2000, pág. 19.<br />
Nº 110 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
lucionario común. De hecho, los etarras<br />
han prestado su apoyo sangriento a movimientos<br />
ecologistas anti-central nuclear de<br />
Lemóniz, al tiempo que apoyan una política<br />
de autosuficiencia energética. En mi<br />
opinión, es un movimiento inasimilable<br />
dentro de una democracia. Con toda probabilidad,<br />
proseguirá su estrategia de violencia<br />
hasta provocar su destrucción por<br />
una acción represiva del poder público o,<br />
de manera mucho más cruenta, en un enfrentamiento<br />
civil. El punto central, en<br />
suma, es la conquista violenta del poder. Y<br />
no van a parar “hasta obtener el poder”,<br />
como confesaba Wagner, un diputado nazi<br />
en julio de 1930. Mientras la violencia,<br />
políticamente hablando, en lugar de penalizarla,<br />
se remunere –o así lo interpreten<br />
los revolucionarios– no van a parar. El general<br />
Groener, honesto militar prusiano y<br />
ministro de gobernación en el gabinete<br />
Brüning, responsable de la prohibición de<br />
la SA durante algunos meses, le comentó<br />
al profesor Meinecke algo que viene al caso<br />
y aparece recogido en el famoso ensayo<br />
Die deutsche Katastrophe: “No bastaba; debimos<br />
haberlos destruido cuando podíamos<br />
hacerlo”.<br />
<strong>JOSÉ</strong> <strong>VARELA</strong> <strong>ORTEGA</strong><br />
Desde una perspectiva democrática,<br />
tiene razón el PP cuando afirma que “la<br />
paz y la libertad son derechos por los que<br />
no puede pagarse precio político”. Del<br />
mismo modo, las movilizaciones ciudadanas<br />
pacíficas y tolerantes de manos blancas,<br />
del “¡Vascos, sí; ETA, no!” y del<br />
“¡Basta ya!”, resultan conmovedoras y encauzan<br />
de manera civilizada y democrática<br />
la indignación popular. O al menos lo<br />
han hecho hasta ahora 30 . La pregunta es<br />
hasta cuándo. Porque en algún momento<br />
“Ya no bast[ará]” 31 . Al parecer, al propio<br />
Himmler le fascinaba la mansedumbre<br />
del holocausto y se preguntaba hasta qué<br />
límite asume la naturaleza humana el sacrificio<br />
dócilmente, sin rebelarse. El crimen<br />
repugnante de Miguel Ángel Blanco<br />
desencadenó el revulsivo moral, generoso<br />
y pacífico que conocemos como el espíritu<br />
de Ermua. El asesinato masivo de Hipercor<br />
quedó contenido en una civilizada<br />
repulsa ciudadana. ¿Hasta cuándo? Durante<br />
algún tiempo, el terrorismo del IRA<br />
no obtuvo otra respuesta que la de las<br />
fuerzas de seguridad. Un día la situación<br />
cambió. Resurgió otro terrorismo, una<br />
militancia de acción directa, tan violenta<br />
como el IRA. Los volunteers et al fabricaron<br />
su máquina de matar y socializaron el<br />
conflicto (Bowyer Bell). Dice el dirigente<br />
etarra, Arnaldo Otegui –y dice mal– que<br />
“existen expresiones de violencia en todas<br />
direcciones” 32 . No es cierto. Matar no<br />
matan más que unos. Por ahora. El día<br />
que lo hagan otros, el señor Otegui necesitará<br />
guardaespaldas y los políticos “legales”<br />
de EH, pasamontañas (igual que la<br />
policía hoy oculta su rostro –símbolo, por<br />
cierto, del eclipse del Estado). Entonces,<br />
se habrá desencadenado de verdad el conflicto<br />
civil (Calleja) à l’irlandaise que tanto<br />
envidian los etarras. El nacional-socialismo<br />
etarra está atrapando a una sociedad<br />
pequeña y entrelazada como la vasca<br />
en un dilema poco confortable: tener que<br />
elegir entre conflictos con familiares y<br />
amistades o un enfrentamiento civil sangriento<br />
y de incalculable alcance, en el<br />
entendimiento que el desencadenamiento<br />
de éste último no ahorrará el sufrimiento<br />
de los primeros. Antes o después, ése es<br />
un escenario probable. Pero no inevitable,<br />
si el Estado retoma el control de la calle y<br />
penaliza la violencia de manera sistemática<br />
y contundente. “La realidad de los paí-<br />
30 F. Savater: Abc, 12 noviembre de 2000,<br />
pág. 21.<br />
31 E. Lamo: El País, 6 de noviembre de 2000.<br />
32 Abc, 11 de noviembre de 2000, pág. 18.<br />
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