JOSÉ VARELA ORTEGA - Prisa Revistas
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DEL NACIONAL-SOCIALISMO ALEMÁN Y DEL VASCO<br />
ses en donde la ley y el gobierno han sido<br />
abatidos no es alentadora ¿Hay alguien<br />
que quiera vivir en Beirut?” (Shklar) 33 .<br />
Una de las pocas regularidades históricas<br />
que existen es que la violencia no es un<br />
producto de mercado. Y cuando lo fue<br />
produjo el feudalismo, un género social<br />
inestable, criatura del barbarismo germano<br />
que la tradición clásica de la iglesia romana<br />
medieval intentó atemperar y regular.<br />
La violencia por su propia volatilidad<br />
tiende al monopolio natural. Si el Estado<br />
–que se inventó para eso– no asegura el<br />
orden, en algún momento surgirán “vigilantes”,<br />
empresarios de la violencia que<br />
oferten su producto a una sociedad inerme.<br />
La intensa demanda social de seguridad<br />
–que es garantía de libertad– ha sido<br />
también con frecuencia su verdugo, si no<br />
se le presta un cauce democrático efectivo.<br />
La democracia debe ser contundente<br />
en la aplicación de la fuerza legítima precisamente<br />
para evitar que la indignación<br />
general se desborde en ese “furor popular”<br />
que impulsaba Carnot pero atemorizaba a<br />
Tocqueville. Ha llegado efectivamente “la<br />
hora de pasar de condenar el terrorismo a<br />
combatirlo” (Rodríguez Zapatero) 34 .<br />
Conflicto civil o restauración de<br />
la autoridad democrática<br />
El problema vasco no es simplemente asunto<br />
de pistoleros, un conflicto terrorista de<br />
baja intensidad; el goteo de muertos de fin<br />
de semana con el que todavía especulan demasiados<br />
políticos como estadística asumible.<br />
Es una revolución de progresiva envergadura<br />
centrada en la conquista violenta<br />
del poder. Desgraciadamente no es un fenómeno<br />
asimilable y hay que destruirlo; es<br />
decir, hay que destruir las expectativas de<br />
poder de sus seguidores. Y ya no basta con<br />
detener pistoleros y desarticular comandos.<br />
Aunque sea de todo punto necesario, ni siquiera<br />
es ya suficiente con quebrar esa empresa<br />
del asesinato y la extorsión, arruinando<br />
su infraestructura económica e interrumpiendo<br />
su cadena logística. Hay que<br />
desarticular su entramado social y político,<br />
sus terminales de información letal, su macabra<br />
cultura de confrontación, violencia y<br />
muerte. Hay que reafirmar la autoridad del<br />
Estado y recobrar la calle. Los etarras creen<br />
como las SA que “la posesión de la calle es<br />
la llave del poder” (Bullock). El espacio público<br />
es importante; los símbolos –consti-<br />
33 Citado por M. Azurmendi, La herida patriótica.<br />
La cultura del nacionalismo vasco [en adelante,<br />
Azurmendi], pág. 87. Madrid, 1998.<br />
34 Abc, 17 de diciembre de 2000, pág. 25.<br />
tucionales (Jon Juaristi) 35 y totalitarios–<br />
también: es un reto, una afrenta moral y<br />
una política disfuncional que en el mismo<br />
hall universitario donde se colocaron varios<br />
kilos de dinamita sigan flameando carteles<br />
de consignas totalitarias 36 . Como en todo<br />
fenómeno revolucionario, la cuestión es en<br />
gran medida de orden psicológico, de psicología<br />
de las masas. Hay que reducirles de<br />
la exaltación al desánimo, conduciéndoles a<br />
la disolución por el sendero de la desilusión.<br />
Ése es el reto y no otro menos desagradable<br />
y espinoso, coartada que nos construyamos<br />
mentalmente confundiendo deseos<br />
con realidad. La situación en el País<br />
Vasco –decía hace ya algún tiempo Fernando<br />
Savater– “no es grave; es gravísima”<br />
y, en mi opinión, insostenible a medio<br />
plazo. Como en una economía con<br />
las variables fundamentales descontroladas,<br />
la pregunta no es si procede un ajuste<br />
que el mercado impondrá implacablemente<br />
en todo caso. La cuestión es cuándo<br />
y quién lo realizará y, el problema, es<br />
cómo administrarlo al menor costo posible.<br />
Desde lo que es una política de Estado,<br />
Gobierno y oposición –PNV incluido–<br />
harán bien en prepararse para un escenario<br />
de represión que destruya esa<br />
maquinaria revolucionaria menos traumá-<br />
35 Abc, 29 de octubre de 2000, pág. 3.<br />
36 Abc, 19 de diciembre de 2000, pág. 5.<br />
ticamente que la alternativa plausible de<br />
un conflicto civil.<br />
Encarecer el desafuero<br />
y penalizar la violencia<br />
Algunas voces del Partido Socialista proponen<br />
rehacer la coalición democrática<br />
rescatando al PNV del frente nacionalista.<br />
Se trata de un escenario optimista. El contramodelo<br />
Ollora-Egibar y, a la postre,<br />
una apuesta más segura: que en lugar<br />
de una revolución, el PNV presida, sin contemplaciones<br />
ni ambigüedades, la contraofensiva<br />
democrática. El problema es que la<br />
aventurada estrategia Egibar del PNV no<br />
ha sufrido sino un revés muy limitado, lejos<br />
del descalabro que jalean los medios de<br />
comunicación constitucionalistas. Y con<br />
toda probabilidad se trata de pérdidas ya<br />
descontadas por sus inversores soberanistas.<br />
Una cosa es concluir que al final no<br />
les salgan las cuentas, precisamente por el<br />
contundente rubro revolucionario que los<br />
soberanistas del PNV tienden a descontar<br />
como asimilable o manipulable, y otra<br />
muy distinta es despreciar la virtuosidad<br />
del planteamiento. Desde el punto de vista<br />
del PNV, la apuesta de Estella sigue<br />
siendo válida y sus pérdidas se mueven todavía<br />
en parámetros muy asumibles. “Paz<br />
por soberanía” (Gurruchaga) se traduce<br />
para el PNV en votos radicales más votos<br />
moderados –exultantes ante la independencia<br />
revolucionaria, unos; esperanzados<br />
18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 110