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JOSÉ VARELA ORTEGA - Prisa Revistas

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DEL NACIONAL-SOCIALISMO ALEMÁN Y DEL VASCO<br />

tante de una conspiración internacional<br />

contra Alemania. Fue un producto de filosofía<br />

vitalista banalizada y mal digerida<br />

(Sontheimer). Fue parte del detritus ideológico<br />

del resentimiento de posguerra. Pero,<br />

sobre todo, fue una invención, una<br />

opción política revolucionaria, agresiva y<br />

excluyente que se proponía transformar<br />

radicalmente Alemania mucho más que<br />

recobrar su pasado. De modo similar, el<br />

nacional-socialismo vasco no es el intento<br />

de redimir una arcadia bucólica (Félix<br />

de Azúa), asociada “al mito de una edad de<br />

oro” perdida, tan sabia y bellamente descrita<br />

por Jon Juaristi. Mucho menos es<br />

–aunque demasiados nacionalistas así lo<br />

crean, para asombro de propios y extraños–<br />

la continuación de un imaginado<br />

“conflicto secular” (Martínez Montoya),<br />

“la guerra milenaria” entre vascos y españoles<br />

(Jon Juaristi) que arrancaría desde<br />

Arrigorriaga (888) y Roncesvalles (Montero),<br />

o cuando menos de la Constitución<br />

de 1812 23 , y que continuaría en un carlismo<br />

irreconocible 24 , divorciado de sus homólogos<br />

aragoneses o asturianos y de sus<br />

congéneres europeos (el miguelismo portugués<br />

o el legitimismo francés), para<br />

atornillarlo forzadamente en una rebelión<br />

independentista inventada (Azurmendi).<br />

El único paralelismo que puede establecerse<br />

entre el carlismo y la situación actual<br />

es que hoy los ciudadanos vascos libres<br />

están sitiados por el fanatismo y la<br />

intolerancia, como lo estuvieron sus<br />

abuelos en Bilbao hace 165 años. Si forzamos<br />

y rebuscamos en la arqueología del<br />

conflicto, todos los países han tenido<br />

contenciosos diversos y remotos. Todas<br />

las culturas esconden un lado oscuro. Pero<br />

ni unos ni otros son el sostén explicativo<br />

de lo que básicamente son opciones de<br />

un presente: la violencia etarra “no es un<br />

resultado [histórico] inevitable sino una<br />

acción deliberada” (Fusi).<br />

Una sociedad amedrentada<br />

y desmoralizada<br />

Hagamos abstracción del crimen abyecto.<br />

Hagamos un esfuerzo por contener la natural<br />

repugnancia e intentemos tomar distancia<br />

para observar el fenómeno en su<br />

conjunto, desde los terrenos grises peneuvistas<br />

del diálogo, acuerdos, pactos explícitos<br />

e inconfesados, comprensiones, matizaciones<br />

y otras perversiones del lenguaje,<br />

hasta el ámbito más descarnado de aquellas<br />

23 Josu Ortuondo: Abc, 21 de septiembre de<br />

2000, pág. 21.<br />

24 J. L. de la Granja: El País, 23 de enero de 1999.<br />

ikastolas que siembran odio y racismo, las<br />

herrikotabernas que exhiben fotografías de<br />

asesinos y hacen colectas para criminales,<br />

las publicaciones que señalan objetivos,<br />

partidos, sindicatos, grupos y asociaciones<br />

que prestan cobertura al terrorismo callejero,<br />

para llegar por fin a los pistoleros, sus<br />

encubridores, proveedores e informadores,<br />

en una secuencia tenebrosa que no termina<br />

siquiera con el crimen; continúa con la injuria,<br />

el ultraje de la víctima, hasta la profanación<br />

de la tumba con grafittis escalofriantes:<br />

“españolazo, devuélvenos la bala”<br />

–un ritual macabro, por cierto muy empleado<br />

por los nazis con sus víctimas judías.<br />

Ganada la perspectiva, ¿qué destaca entre<br />

esta nube siniestra? En primer lugar, el<br />

arrojo y la valentía de quienes arriesgan<br />

tranquilidad y seguridad, quienes se juegan<br />

la vida en testimonio de libertad; pero<br />

también la degradación y la cobardía moral<br />

de una sociedad “aterrorizada y amargada,<br />

dominada por el idiotismo moral” 25<br />

que, en una parte no desdeñable, ha decidido<br />

aprender a convivir con la opresión,<br />

la injusticia y el crimen, a tolerarlo, disculparlo<br />

y hasta justificarlo. Una perversión<br />

ésta de valores que subvierte los parámetros<br />

naturales, convirtiendo lo monstruoso<br />

en normal, hasta hacer aparecer el forzado<br />

acuerdo en el rescate de un secuestro como<br />

si de una obligación de deuda libremente<br />

contraída se tratara (Atutxa) 26 .<br />

En segundo lugar, advirtamos que la<br />

inmoralidad y la desmoralización escoltan<br />

a la ausencia de autoridad y al desgobierno.<br />

El Estado casi ha desaparecido del<br />

País Vasco. Y el PNV no gobierna, “frena[ndo][a]<br />

la Ertzaintza” (Arzalluz) 27 para<br />

no ofender a sus socios etarras (Gurruchaga).<br />

El pretexto de una revolución, con su<br />

corolario de desgobierno e impunidad,<br />

son pobres títulos para reivindicar un supuesto<br />

derecho que no se puede o no se<br />

quiere ejercer desde el Gobierno. Sin capacidad<br />

o voluntad para garantizar al menos<br />

el monopolio de la violencia y el monopolio<br />

fiscal no existe soberanía, ni legitimidad<br />

para reclamarla ni credibilidad<br />

para exigirla. Pero, paradójicamente, el<br />

PNV cumplimenta dos de los requisitos<br />

negativos con que los imperios europeos<br />

del XIX justificaban la intervención colonial:<br />

la incapacidad de garantizar el orden<br />

público y el económico, de gobernar sus<br />

calles e impedir que otros también cobren<br />

25 P. Unzueta: El País, 26 de octubre de 2000,<br />

pág. 19.<br />

26 Apud Gurruchaga, págs. 199 y 200.<br />

27 Apud Gurruchaga, págs. 70 y 67, 179.<br />

impuestos pistola en mano. En demasiados<br />

ámbitos sociales, en muchas áreas<br />

–sobre todo fuera de las grandes ciudades–<br />

del País Vasco ha caído un tenebroso<br />

telón de miedo, opresión, amenazas y coacciones,<br />

de ese silencio atronador que es<br />

heraldo de tiranía. Basta una imagen: el<br />

rictus de terror, el balbuceo del temor con<br />

que el alcalde de Marquina justificaba su<br />

resignación ante el homenaje municipal a<br />

unos sicarios accidentalmente fallecidos<br />

en el traslado de su macabro instrumental.<br />

No hace falta medir “la dictadura del<br />

miedo” (Calleja) en las encuestas, donde<br />

un 40% de la población vasca no se atreve<br />

a hablar de política en público. Sobra<br />

con la evidencia empírica directa, que ya<br />

no son opiniones ni estimaciones sino<br />

realidades y decisiones: la de los militantes<br />

locales de partidos constitucionalistas que<br />

desertan aterrorizados las listas de candidatos<br />

municipales para ser remplazados<br />

por otros correligionarios residentes en<br />

santuarios alejados del País Vasco. Algo<br />

parecido a las elecciones alemanas de<br />

1933: no hay pucherazo pero no se cumplen<br />

condiciones equilibradas de concurrencia;<br />

se respeta la demanda pero se restringe<br />

la oferta. Eufemismos aparte, se<br />

coacciona, persigue y asesina, se aterroriza,<br />

en suma, a las candidaturas rivales. En<br />

otras palabras, en demasiados lugares del<br />

País Vasco ha desaparecido la democracia.<br />

Habría que remontarse a la guerra en ambos<br />

bandos, o al totalitarismo franquista<br />

de los primeros cuarenta, para encontrar<br />

algo parecido.<br />

Terrorismo y revolución totalitaria<br />

Si logramos que el fogonazo de las pistolas<br />

no ciegue nuestro entendimiento, observaremos,<br />

pues, y en tercer lugar, que en el<br />

País Vasco no hay sólo terrorismo, o al<br />

menos este fenómeno no es la característica<br />

principal –por más que le preste un<br />

mordiente fundamental. Tomémosles la<br />

palabra: ETA se autodefine como “movimiento<br />

nacionalista revolucionario” (Gurutz<br />

Jaúregui). En el País Vasco hay, pues,<br />

un movimiento revolucionario lanzado a<br />

la conquista del poder totalitario en el que<br />

el pistolerismo terrorista constituye su<br />

vanguardia y dirección. Un movimiento<br />

que “aglutina” (Gurruchaga) a una multitud<br />

heterogénea de quizá 150 o 200.000<br />

personas, en variada relación de compromiso,<br />

desde el simple apoyo electoral a la<br />

servidumbre mafiosa, y que recibe la comprensión,<br />

cuando no la complicidad, de<br />

un número indeterminado pero no desdeñable<br />

de parientes y amigos, en lo que<br />

constituye el tejido de “una microsocie-<br />

16 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 110

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