JOSÉ VARELA ORTEGA - Prisa Revistas
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EL TRABAJADOR DE CARÁCTER<br />
vendría a plantear exigencias<br />
muy serias al trabajo como realidad<br />
sustancial para la propia<br />
definición y realización del ser<br />
humano. La primera relativiza<br />
el hecho del trabajo y sostiene<br />
que no siempre hay coincidencia<br />
entre trabajo y hombre. Al<br />
menos una coincidencia suficiente<br />
como para pedir al trabajo,<br />
de manera universal, el<br />
cumplimiento de objetivos ontológicos<br />
inexcusables. La segunda<br />
tiende a situar el trabajo<br />
en primer término y lo convierte<br />
en un lugar central de la crítica<br />
económica, social, política<br />
y cultural. Es, evidentemente,<br />
la opción de Sennett. La opción<br />
ilustrada y liberal desplaza<br />
el trabajo de su posición privilegiada<br />
y tiende a reivindicar<br />
otras esferas de la vida del<br />
hombre como más importantes<br />
que el trabajo, al menos que<br />
muchos trabajos necesarios, o<br />
tan importantes como él. El<br />
trabajo salió de estas manos no<br />
sólo desacralizado, es decir, absolutamente<br />
secularizado, sino<br />
también relativizado.<br />
Estas dos grandes líneas en<br />
los discursos del trabajo pasaron<br />
al siglo XIX y permanecen<br />
hasta nuestros días. Recordemos<br />
cómo, en su largo periplo<br />
de consideración del trabajo,<br />
un personaje tan interesado<br />
por el trabajo como Marx pasa<br />
de una a la otra. Si el Marx joven,<br />
el Marx de los Manuscritos,<br />
comparte una idea fuerte<br />
del trabajo manual, del trabajo<br />
obrero, el Marx maduro, el de<br />
los Grundisse, utiliza una idea<br />
relativizada del trabajo industrial<br />
muy vinculada a la idea de<br />
tiempo de trabajo. Después<br />
de todo, una concepción del<br />
trabajo más próxima a Smith<br />
que a Rousseau.<br />
El libro de Sennett es un<br />
ensayo. Aceptémoslo como tal.<br />
Su propuesta es unívoca (con<br />
la determinación propia de un<br />
género literario de opinión y<br />
de combate). No hay lugar, en<br />
ella, para la consideración discriminativa<br />
de sesudos trabajos<br />
de sociología e historia del trabajo<br />
sobre las condiciones empíricas<br />
e históricas del trabajo<br />
rutinario y burocratizado. No<br />
es la opción elegida. Sin embargo,<br />
debemos tenerlo en<br />
cuenta. Algo sabemos sobre el<br />
uso generalizado de estimulantes<br />
de muy diverso jaez y química<br />
en las cadenas de montaje<br />
rutinarias. También de los problemas<br />
de integración y rechazo<br />
de los trabajadores en el<br />
puesto de trabajo y las estructuras<br />
burocráticas de las industrias<br />
y servicios de la segunda<br />
revolución industrial. Sin este<br />
tipo de advertencias, la argumentación<br />
de Sennett parece<br />
alentar, aunque él declare alguna<br />
prevención al respecto, la<br />
idea de “aquellos viejos buenos<br />
tiempos” que rememoramos<br />
con melancolía pero que no<br />
podemos asegurar que existieran<br />
realmente. El relato ensayístico<br />
de nuestro autor toma<br />
un decidido partido por la importancia<br />
decisiva e imprescindible<br />
del trabajo para la formación<br />
del carácter. Por la necesaria<br />
reivindicación del trabajo<br />
como una realidad antropológica<br />
inexcusable para la configuración<br />
del carácter del ser<br />
humano. En este aspecto se<br />
mueve en el rastro de la melancolía<br />
weberiana, aunque con<br />
otros argumentos. Ciertamente,<br />
no es una mala apuesta retórica<br />
descubrir en el trabajo<br />
rutinario y burocratizado una<br />
nueva y fuerte vinculación entre<br />
trabajo y carácter, con lo<br />
que se vendría a rellenar, al<br />
menos vicariamente, el vacío<br />
de la jaula de hierro. Y, sin embargo,<br />
el lector fácilmente queda<br />
insatisfecho y desorientado.<br />
Quizá no sea posible hablar<br />
de trabajo, sino de trabajos; de<br />
rutina, sino de rutinas. Quizá<br />
no sea oportuno el tono un<br />
tanto profético de la crítica cultural<br />
de Sennett. Seguramente<br />
esconde y vela más que aclara y<br />
muestra. Fácilmente nos proporciona<br />
un modelo de discurso<br />
que, con su impactante denuncia,<br />
nos hace un flaco favor;<br />
nos ratifica en prejuicios<br />
simplificadores y unívocos,<br />
cuando lo que necesitamos son<br />
nuevas ideas que nos ayuden a<br />
recomponer y reordenar las<br />
complejidades del presente. El<br />
ensayo de Sennett está condicionado<br />
por la propia imagen<br />
de una historia de los discursos<br />
del trabajo que enfrenta a los<br />
que están a favor y en contra de<br />
la rutina y el trabajo burocratizado.<br />
Quizá la perspectiva del<br />
análisis cambia cuando hacemos<br />
una relectura de la historia<br />
del discurso del trabajo en los<br />
términos, más verídicos, de<br />
los que esperan mucho y de los<br />
que esperan poco del trabajo, al<br />
menos de una enorme cantidad<br />
de trabajos necesarios. Los ilustrados<br />
y liberales de primera<br />
época nos previnieron frente al<br />
hecho de esperar demasiado del<br />
trabajo, es decir, de sobrecargar<br />
el trabajo de sentidos y significados<br />
que difícilmente puede<br />
soportar o que, si los soporta,<br />
lo hará en condiciones difícilmente<br />
tolerables por personas<br />
libres, sociables y tolerantes.<br />
Toda una tradición, que nunca<br />
rompió los lazos con la idea del<br />
trabajo relativizado, nos ha enseñado<br />
que no podemos seguir<br />
demasiado encantados por y<br />
con el trabajo, a no ser que<br />
queramos sufrir algunas graves<br />
decepciones.<br />
El ensayo de Sennett nos<br />
devuelve a la melancolía weberiana.<br />
Después del trabajo rutinario<br />
y burocratizado, ¿qué podemos<br />
esperar? Parece que más<br />
allá sólo hay desolación; y que<br />
si el sistema se empeña en no<br />
tenerlo en cuenta verá seriamente<br />
comprometida su propia<br />
legitimidad (es su salida).<br />
No parece que todo pueda<br />
ser achacado al neocapitalismo<br />
y sus peculiaridades de globalización<br />
y organización social del<br />
trabajo. No resulta verosímil<br />
que el carácter se erosione únicamente<br />
por el trabajo flexible<br />
y de equipo. Pensamos, más<br />
bien, que el trabajo sólo es un<br />
dato del problema, si queremos<br />
plantear el problema en términos<br />
de carácter, y que también<br />
el trabajo rutinario y burocratizado<br />
tiene efectos destructivos<br />
sobre el propio carácter, que<br />
Sennett soslaya. Quizá el problema<br />
del trabajo, “las consecuencias<br />
personales del traba-<br />
jo”, sigue teniendo mucho que<br />
ver con el tiempo de trabajo.<br />
Con la brutal centralidad del<br />
trabajo en la vida de muchos<br />
seres humanos. Y, por otra parte,<br />
con las graves dificultades<br />
del tiempo del no trabajo, es decir,<br />
el tiempo de la ciudadanía,<br />
el tiempo del consumo, el de la<br />
vecindad y la familia, el de<br />
la amistad, el tiempo del ocio. Es<br />
difícil creer, como parece sugerir<br />
Sennett, que los graves problemas<br />
del hombre actual sean,<br />
en estos ámbitos, una especie<br />
de epifenómenos de la corrosión<br />
del carácter producida,<br />
prioritariamente, en el tiempo<br />
y el puesto de trabajo. Tampoco<br />
que la vuelta al reforzamiento<br />
del carácter por el trabajo<br />
sea el objetivo para solucionar<br />
los problemas que se originan<br />
fuera del trabajo. n<br />
Fernando Díez es profesor de Historia<br />
Contemporánea en la Universidad de<br />
Valencia. Autor de Utilidad, deseo y virtud.<br />
La formación de la idea moderna de<br />
trabajo.<br />
66 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 110