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JOSÉ VARELA ORTEGA - Prisa Revistas

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usca de resultados individualizados que<br />

satisfagan las necesidades de ambos. De<br />

este modo, se llega más fácilmente a la<br />

comprensión de lo qué ocurrió y por qué.<br />

c) Resultados. Afirmaba que la mediación<br />

producía en el delincuente unos<br />

efectos más resocializadores que la justicia<br />

penal. A mi juicio, porque al margen del<br />

sistema oficial de suma de estrategias, excusas<br />

y mentiras, la actuación conciliadora<br />

y reparadora sitúa al delincuente frente<br />

al hecho reprobable que ha realizado; y<br />

no conozco a ninguno que se alegre del<br />

daño causado. Por el contrario, algunos<br />

sienten desprecio de sí mismos, muchos<br />

se presentan voluntariamente y la mayoría<br />

son sensibles al rechazo social, reconocen<br />

que son merecedores de una sanción<br />

penal y desean ser perdonados. En cuanto<br />

a la víctima, impotente y olvidada en el<br />

sistema penal, se siente más satisfecha al<br />

percibir alguna compensación económica,<br />

moral, etcétera. Por tanto, la justicia de<br />

mediación y reparación aborda la raíz del<br />

problema y logra mejor los objetivos de<br />

pacificación de la sociedad, prevención<br />

general y especial que pretende la reacción<br />

penal. Lógicamente, no siempre es<br />

posible la conciliación ni siempre existen<br />

víctimas identificadas. A veces, la reparación<br />

puede ser la realización de trabajos<br />

en beneficio de la comunidad u otros modelos<br />

mixtos que se pueden arbitrar de<br />

acuerdo con el ministerio fiscal. En resu-<br />

Nº 110 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

men, la mediación hay que contemplarla<br />

como una respuesta más a incorporar para<br />

ofrecer alternativas a la prisión.<br />

Conclusiones<br />

Hoy resulta incuestionable que el fenómeno<br />

de la delincuencia necesita ser<br />

abordado desde diferentes perspectivas y<br />

que la primera de ellas debe ser la preventiva.<br />

Prevención primaria, desarrollando<br />

una justa distribución de la riqueza. Prevención<br />

secundaria, promoviendo la<br />

igualdad de oportunidades entre aquellos<br />

grupos sociales más desfavorecidos. Y la<br />

prevención terciaria, que, ante el fracaso<br />

de las dos anteriores, intervendría sobre la<br />

persona ya delincuente. Para actuar sobre<br />

la persona que infringe la ley, señalaba<br />

Beccaria hace ya dos siglos 28 , la finalidad<br />

de la pena no es “afligir” sino “impedir”<br />

que el reo cause nuevos daños a los ciudadanos<br />

y retraer a los demás de hacerlo.<br />

Nuestra legislación penitenciaria, al poner<br />

en práctica los permisos, las comunicaciones<br />

vis-à-vis, la entrada regular de personal<br />

ajeno a la institución, etcétera, aceptó<br />

el reto de atender las demandas más prioritarias<br />

de esa parte de la sociedad en pri-<br />

28 Beccaria de Cesare (1738-1794): De los delitos<br />

y las penas, pág. 45. Traducción de Juan A. de las Casas,<br />

Alianza, Madrid, 1968.<br />

29 Savater, F.: El Valor de educar, págs. 7-8. Ed.<br />

Ariel, Barcelona, 1997.<br />

EMILIO MONTESERÍN<br />

sión, y también los deseos de sus familiares,<br />

amigos y comunidad en general. Si<br />

los resultados de estos avances se pueden<br />

considerar positivos y satisfactorios es<br />

porque las personas delincuentes han respondido<br />

a la confianza depositada. Entonces,<br />

¿por qué no continuar avanzando?<br />

En este sentido, los delincuentes drogadictos<br />

necesitan otro tipo de tratamiento<br />

que no pase por su ingreso en prisión. Las<br />

autoridades penitenciarias resaltan el tratamiento<br />

que se realiza en unidades específicas<br />

de 18 centros, el tratamiento con<br />

metadona a todo aquel que lo demanda y<br />

la derivación que se efectúa a los centros<br />

de ayuda a la drogodependencia (CAD)<br />

cuando salen en libertad. Pero no se puede<br />

ocultar que muchos agravan su dependencia<br />

o se enganchan a las drogas en<br />

prisión y muy pocos se deshabitúan y<br />

reinsertan. Por otra parte, con toda la<br />

conflictividad que generan las drogas, a<br />

mi juicio éstas no están en el origen del<br />

problema. Los delincuentes drogadictos<br />

presentan un perfil problemático de carácter<br />

carencial multifactorial. De modo<br />

que su etiología hunde sus raíces en sus<br />

carencias personales, laborales, educativas,<br />

culturales y sociales que durante el proceso<br />

de socialización encontraron en esas<br />

sustancias adictivas una forma de evasión.<br />

Por tanto, no basta con que superen la<br />

deshabituación a las drogas; es necesario<br />

abordar otros muchos problemas que probablemente<br />

les empujaron a ellas.<br />

En resumen, como señala Fernando<br />

Savater (1997), a una sociedad se le reconoce<br />

su desarrollo humano por la consideración<br />

que muestra respecto a la educación,<br />

y más concretamente a los maestros<br />

y profesores. Y, además, por la importancia<br />

y consideración que ofrece al sistema<br />

penitenciario 29 . Fijándonos en éste, quizá<br />

nuestro país pueda respirar con cierta<br />

tranquilidad en comparación con muchos<br />

otros. Pero precisamente porque<br />

comprobamos que nuestro sistema funciona<br />

mejor, resulta necesario profundizar<br />

y avanzar para no retroceder. Y a esta empresa<br />

estamos convocados todos. Los directamente<br />

afectados, profesionales penitenciarios,<br />

colectivos sociales, instituciones,<br />

jueces, criminólogos y sociedad en<br />

general. n<br />

Emilio Monteserín es sociólogo y educador de Instituciones<br />

Penitenciarias. Colaborador de la Universidad<br />

Complutense.<br />

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