JOSÉ VARELA ORTEGA - Prisa Revistas
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A<br />
diferencia de lo que cree<br />
el resto del mundo, Estados<br />
Unidos es una nación<br />
esclava de su memoria histórica.<br />
¿Cómo se explica, si no,<br />
la permanencia de diferencias<br />
políticas en los antiguos Estados<br />
de la Confederación, en los que,<br />
un siglo después del final de la<br />
Guerra Civil, el Gobierno federal<br />
tuvo que imponer la supresión<br />
de la segregación racial? La<br />
memoria también explica la convicción<br />
(existente en todos los<br />
grupos étnicos y razas) de que la<br />
vida en nuestro país es infinitamente<br />
superior a la que hay en<br />
las tierras de las que proceden la<br />
mayoría de los estadounidenses,<br />
lo que justifica la inmigración.<br />
Del mismo modo, la memoria<br />
del triunfo en la guerra fría determina<br />
la barroca creencia de<br />
nuestra élite de que Estados Unidos<br />
tiene la misión y el derecho<br />
de dirigir el mundo, una creencia<br />
que es compartida por la población,<br />
aunque de forma no racionalizada.<br />
El mito fundador de<br />
la nación (un nuevo orden de la<br />
historia) modela en gran parte la<br />
memoria, y, naturalmente, se<br />
funde con ella para ocultar la diferencia<br />
entre la memoria y el<br />
mito en la vida pública estadounidense.<br />
Es por ello por lo que, aunque<br />
la reciente debacle electoral<br />
(las elecciones presidenciales de<br />
2000, ganadas por George<br />
W. Bush) no ha sido olvidada,<br />
apenas destaca en el discurso<br />
público y, a la hora de fabricar la<br />
opinión pública, ha sido sistemáticamente<br />
subordinada al mito<br />
del consenso. No hay en Estados<br />
Unidos un imperativo<br />
más apremiante que la tarea cotidiana<br />
de gobernar; entendida,<br />
sobre todo, como un evitar en-<br />
frentarse directamente a los<br />
principales conflictos sociales–.<br />
Escribo estas líneas cuando Bush<br />
lleva ya diez días ocupando la<br />
Casa Blanca: la insistente repetición<br />
en los medios de comunicación<br />
de las ideas de continuidad<br />
y legitimidad hacen pensar<br />
que vivimos en una monarquía<br />
republicana. Aquellos que insisten<br />
en llamar la atención sobre<br />
lo obvio, que la elección fue un<br />
fraude, alteran la paz. Es la paz<br />
de los cementerios; e incluso al<br />
actual Tribunal Supremo le sería<br />
difícil justificar la condena de<br />
un ciudadano por lesa majestad.<br />
No importa, plantear esa cuestión<br />
se considera ahora una obcecación<br />
ideológica, una clara<br />
muestra de la situación marginal<br />
de quienes lo hacen.<br />
Al nuevo presidente le resulta<br />
fácil propagar una paz espuria:<br />
sólo necesita repetir, virtualmente<br />
intactas, las palabras con las<br />
que libró la batalla electoral. El<br />
suyo era un mensaje eminentemente<br />
político: la antipolítica.<br />
Proponía, presentando una versión<br />
ficticia de su actuación como<br />
gobernador, superar el desagradable<br />
partidismo en el interés<br />
más elevado de la nación. A ello<br />
añadía la evocación, convincentemente<br />
poco sutil, de las debilidades<br />
humanas del presidente<br />
Clinton: él, Bush, devolvería “el<br />
honor y la integridad” a la Casa<br />
Blanca. Bush hizo de su poco<br />
santo pasado una ventaja. Unas<br />
veces se negó a hablar de ello,<br />
pues sería una concesión a la<br />
“política de destrucción personal”,<br />
frase usada en Washington<br />
para referirse a aquellas ocasiones<br />
en que no se puede seguir negando<br />
la evidencia de un comportamiento<br />
lamentable por parte<br />
de un aliado político. Otras<br />
POLÍTICA<br />
TRAS LA DEBACLE<br />
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos<br />
NORMAN BIRNBAUM<br />
veces, declaró que había pecado<br />
(sin especificar cómo), pero que<br />
se había redimido mediante la<br />
conversión religiosa. Aunque<br />
esos deístas ilustrados que fueron<br />
nuestros primeros presidentes<br />
afirmaban sin asomo de duda<br />
que nuestra nación era favorecida<br />
por Dios, ninguno de ellos<br />
declaró, a diferencia de su sucesor,<br />
que mantenía relaciones personales<br />
con Jesucristo.<br />
Los apoyos electorales<br />
de Bush<br />
Bush ha movilizado a dos colectivos<br />
de votantes apoyándose en<br />
la conjunción de la antipolítica<br />
(que considera que el debate divide<br />
intrínsecamente) y la moralidad<br />
personal (recientemente<br />
aleccionó a la nación sobre cómo<br />
las políticas adoptadas por<br />
los miembros que había nombrado<br />
para su gabinete eran mucho<br />
menos importantes que la<br />
bondad de sus corazones). Un<br />
gran grupo de ciudadanos ve la<br />
política nacional como corrupta<br />
e ineficaz. Este grupo incluye<br />
aquellos para los que cualquier<br />
conflicto de ideas es psicológicamente<br />
intolerable y aquellos<br />
que son conscientes de que el<br />
diálogo democrático se ha vuelto<br />
imposible debido a un sistema<br />
en el que unos donantes con<br />
intereses muy concretos que fomentar<br />
se gastaron tres mil millones<br />
de dólares en las elecciones.<br />
Ese frente común de los ingenuos<br />
y los sofisticados bien<br />
puede representar o abarcar a un<br />
tercio del electorado. Bush consiguió<br />
atraerles, a pesar de sus<br />
muy visibles vínculos con el gran<br />
capital.<br />
Hay un solapamiento entre<br />
este grupo y los indignados moralizadores<br />
de las Iglesias funda-<br />
mentalistas protestantes, aproximadamente<br />
un 15% del electorado.<br />
Generalmente antagonistas<br />
del Partido Demócrata<br />
(dado el respaldo de éste a la legitimidad<br />
del aborto y los derechos<br />
de la mujer, su identificación<br />
con los negros, hispanos y<br />
judíos, su adopción de una cultura<br />
laica), los fundamentalistas<br />
consideraron a Bush un candidato<br />
favorable a sus puntos de<br />
vista. Sus dirigentes fueron relativamente<br />
discretos durante la<br />
campaña, aunque entendieron<br />
que las principales ideas asumidas<br />
por Bush estaban muy en<br />
consonancia con las grandes líneas<br />
de su proyecto: la recristianización<br />
(por supuesto, en sus<br />
términos) de la sociedad estadounidense.<br />
Esas ideas incluían<br />
el énfasis puesto por el candidato<br />
en el derecho de las comunidades<br />
locales y los Estados a la<br />
autonomía frente a las leyes y<br />
regulaciones federales (un énfasis<br />
con el que no congenian menos<br />
aquellos que están a favor<br />
de la desregulación en áreas como<br />
la protección al consumidor,<br />
el medio ambiente, las relaciones<br />
de género o raza, las normas<br />
laborales o las armas). Concentrados<br />
en el Sur y el Oeste, los<br />
fundamentalistas se habían movilizado<br />
a escala local para promover<br />
los componentes de su<br />
programa (por ejemplo, las oraciones<br />
cristianas en las escuelas<br />
públicas), desafiando con frecuencia<br />
de la ley federal. En<br />
cierto modo, su discreción fue<br />
completamente innecesaria; su<br />
candidato declaró que el Gobierno<br />
federal subvencionaría a<br />
las iglesias de forma directa en<br />
dos ámbitos: uno, el de la educación,<br />
donde su propuesta de<br />
usar el dinero público para per-<br />
46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 110