JOSÉ VARELA ORTEGA - Prisa Revistas
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SERVICIOS DE INTELIGENCIA<br />
La ley imprescindible<br />
E<br />
l mundo de los servicios de Inteligencia<br />
no acaba de desprenderse de<br />
la imagen del espía llegado del frío,<br />
propia de las más tópicas novelas del género.<br />
El tiempo no parece pasar por ellos y,<br />
cuando atraen la atención pública, suele<br />
ser por razones que en nada contribuyen a<br />
corregir aquella imagen tópica. Unas “revelaciones<br />
explosivas” de algún agente<br />
traidor, seguido del correspondiente escándalo<br />
mediático (como ha ocurrido hace<br />
poco en el Reino Unido con el caso David<br />
Shayler), continúa siendo el cauce habitual<br />
de acceso al mundo de los servicios<br />
por el público. Claro es que lo que entonces<br />
se obtiene suele ser exactamente lo<br />
buscado: una realidad construida a imagen<br />
y semejanza, cuanto más fiel mejor, de<br />
los caminos trazados por la ficción.<br />
Sobre todo cuanto atañe al espionaje,<br />
la información o la Inteligencia –según el<br />
anglicismo al uso– tiende a echarse un<br />
manto de silencio. “Cuanto menos se sepa,<br />
mejor”, parece ser el lema motor que preside<br />
el tratamiento de unos organismos tenidos,<br />
sin embargo, por imprescindibles, y<br />
cuyas asignaciones presupuestarias son cada<br />
vez más cuantiosas. Un caso paradigmático<br />
al respecto es, como es bien sabido, el del<br />
Servicio de Inteligencia Exterior británico,<br />
el hoy célebre MI-6, una especie de espectro<br />
administrativo invisible que no alcanzó<br />
existencia oficial hasta fechas bien recientes.<br />
En un ámbito donde el expediente racionalizador<br />
de la modernidad todavía encuentra<br />
dificultades para imponerse, los<br />
problemas políticos suelen plantearse en<br />
términos bastante alejados de los discursos<br />
analíticos que se utilizan en las demás esferas<br />
de la vida pública. Los servicios de<br />
Inteligencia se convierten, así, en un lugar<br />
donde el sobreentendido, y la credibilidad<br />
de quienes guardan lo que saben, importan<br />
mucho más que la sustancia misma<br />
de lo guardado. Un examen de la prensa de<br />
los últimos meses da algún ejemplo.<br />
MIGUEL REVENGA<br />
El Parlamento europeo viene mostrando<br />
su interés por la existencia de un programa<br />
de espionaje, conocido como Red<br />
Echelon, que permite a Estados Unidos interceptar<br />
de forma masiva, mediante satélite,<br />
conversaciones telefónicas. La preocupación<br />
por Echelon tiene mucho que ver<br />
con el espionaje industrial y con los mecanismos<br />
de comunicación, supuestamente<br />
exclusivos, entre los Servicios de Inteligencia<br />
anglosajones, unos focos de interés que<br />
denotan la erosión irreversible de un valor<br />
como el de la intimidad. Pero lo que sorprende<br />
es el punto de vista de la ex consejera<br />
general de la CIA, preguntada sobre el<br />
particular con motivo de una visita a España<br />
(cfr. El País, 6 de agosto de 2000):<br />
“¡Hay tanta información que recoger que<br />
eso sería una prioridad realmente menor!”,<br />
responde la ex consejera refiriéndose al espionaje<br />
industrial. Aviso para ingenuos, si<br />
es que queda alguno. No se niega la mayor;<br />
hay interceptación masiva de comunicaciones,<br />
pero descuiden, créanme (parece<br />
decírsenos), “legalmente no podemos hacer<br />
espionaje de ese género y, además”,<br />
concluye la entrevistada, aduciendo varias<br />
razones, “eso sería poco práctico”.<br />
Conocer qué es lo que legalmente se<br />
puede hacer en ese ámbito o en el de las<br />
llamadas operaciones encubiertas (a<br />
las que también se refiere la ex consejera: “la<br />
gente tiende a no creer lo que le digo, pero<br />
le aseguro que es la verdad. Hoy día<br />
hay mucho menos de todo eso de lo que<br />
se piensa”) requeriría una investigación<br />
concienzuda, quizá sólo posible a raíz de<br />
otro gran escándalo del estilo Irán-Contra.<br />
En todo caso quienes tienen responsabilidades<br />
directas en ello no lo dicen, entre<br />
otras cosas porque lo que se puede hacer<br />
sin vulnerar la ley dista de ser claro, especialmente<br />
cuando la seguridad nacional se<br />
halla en juego. La ambigüedad normativa,<br />
el oscurantismo al alcance de avezados o,<br />
peor, el silencio, son los mejores aliados<br />
para que los servicios todavía llamados<br />
muchas veces secretos puedan convertirse<br />
en “islotes” oficiales con intraideología distinta<br />
a la que alumbra el Estado de derecho.<br />
Véase, si no, el tira y afloja que han<br />
librado durante los últimos meses, también<br />
en Estados Unidos, la secretaria de<br />
Estado, Albright, y George Tenet, director<br />
de la CIA, con motivo de la desclasificación<br />
de documentos relacionados con la<br />
actuación del servicio de Inteligencia durante<br />
el régimen de Pinochet.<br />
Los inicios de la presente legislatura<br />
trajeron a España la noticia de que el nuevo<br />
ministro de Defensa tiene entre sus<br />
prioridades la de enviar al Parlamento un<br />
proyecto de ley regulador del Centro Superior<br />
de Información de la Defensa (Cesid).<br />
El propósito parece oportuno, pero<br />
lo que queremos demostrar, como sugiere<br />
el título de este trabajo, es que una ley del<br />
Cesid resulta, además, jurídicamente imprescindible.<br />
Así se deduce de un somero<br />
análisis de la actual regulación, y así se infiere<br />
de alguno de los problemas que ha<br />
suscitado la actuación de nuestro servicio<br />
secreto, sobre todo si los subsiguientes<br />
avatares jurídicos se examinan a la luz de<br />
determinadas sentencias del Tribunal Europeo<br />
de Derechos Humanos.<br />
Las insuficiencias de lo actual: el<br />
defectuoso encuadre jurídico del Cesid<br />
Para los textos constitucionales los servicios<br />
de inteligencia continúan siendo la<br />
“cara oculta de la luna”. Aunque a veces se<br />
diga de tales textos que son códigos políticos,<br />
una Constitución es cada vez menos<br />
–si es que alguna vez lo fue– un código,<br />
en el sentido que esta palabra tiene en el<br />
lenguaje corriente: una norma que regula<br />
de manera sistemática y omnicomprensiva<br />
algún sector de la actividad humana. La<br />
edad de la codificación hace ya tiempo<br />
que pasó, de modo que el lugar de los códigos<br />
es ocupado hoy por repertorios de<br />
28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 110