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Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal

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no me asiera e una estaca o ma<strong>de</strong>rilla que estaba hincada, aunque poco fuerte, cerca <strong>de</strong> la<br />

puerta que atajaba el agua para que fuese al ro<strong>de</strong>zno; pero era tan cerca <strong>de</strong> él, y la estaca<br />

poco fuerte, que se doblaba con el peso, y yo me iba acercando más a perdición; los<br />

bellacos se fueron siguiendo las mujeres en viéndome caído abajo, y como los peligros<br />

imprevistos carecen <strong>de</strong> consejo, yo no le tenía para valerme: la estaca se iba rindiendo, y yo<br />

llegándome hacia el ro<strong>de</strong>zno. Volví el rostro hacia el lado izquierdo, y vi un arbolillo<br />

pequeño, que se criaba <strong>de</strong> la humedad <strong><strong>de</strong>l</strong> agua, que pensé que tuviera más fuerza que la<br />

estaca, mas no tenía fortaleza. Por que la corriente no hiciese su oficio, fuí cobrando<br />

espíritu, <strong>de</strong>jé la mano <strong>de</strong>recha en la estaca, y alargué la izquierda al arbolillo, y pu<strong>de</strong> asirlo<br />

<strong>de</strong> una rama. Repartido el peso entra las dos, aunque no podía resistir a la inmensa furia <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

agua, por estar casi llegando con los pies al ro<strong>de</strong>zno, pu<strong>de</strong> mejor sostenerme, pero no<br />

volver arriba, hasta que sacando la pierna izquierda, que estaba más arrimada a aquel lado<br />

que al <strong>de</strong>recho, topé en la paredilla con una piedra, en que pu<strong>de</strong> estribar muy bien, y<br />

haciendo fuerza con ella, ayudándome <strong>de</strong> la <strong>de</strong> los brazos, mejoréme, hasta po<strong>de</strong>r asir el<br />

ma<strong>de</strong>ro, en que estaba asida la puerta <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>sagua<strong>de</strong>ro, y encomendándolo a la mano<br />

izquierda, saqué con la <strong>de</strong>recha la daga, y metiendo el brazo <strong>de</strong>bajo <strong><strong>de</strong>l</strong> agua, apalanqué con<br />

la daga, y alcé la puerta tanto que se coló la mitad <strong><strong>de</strong>l</strong> agua, y segundando, como pu<strong>de</strong>, con<br />

toda la mano <strong>de</strong>recha, la levanté <strong>de</strong> manera, que con la misma furia que iba al ro<strong>de</strong>zno, todo<br />

el agua se <strong>de</strong>speñó por su natural corriente, con que yo pu<strong>de</strong> valerme <strong>de</strong> mis pies, y subir<br />

por toda la acequia, asiéndome a las estacas que ayudaban a la presa <strong><strong>de</strong>l</strong> molino, y como el<br />

que ha resucitado <strong>de</strong> muerte a vida, sin capa y espada ni sombrero, iba mirando si era yo el<br />

que se había visto en tan evi<strong>de</strong>nte peligro; iba corriendo por aquellos molinos abajo, como<br />

el que se había soltado <strong>de</strong> la cárcel, por llegar presto don<strong>de</strong> me alentase y mudase el<br />

vestido, porque no se me entrase aquella humedad <strong>de</strong> la ropa en las entrañas. Los que me<br />

encontraban me hablaban en vascuence, <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> preguntar si estaba loco, yo no respondía<br />

palabra, por no me poner a resfriar.<br />

Cuando llegué a mi posada llevaba la muñeca <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha más gorda que el<br />

muslo, <strong><strong>de</strong>l</strong> golpe que había dado. Estúveme en la cama ocho o diez días, restaurando la<br />

batería que había hecho en mí el espanto <strong>de</strong> la ya tragada muerte, que fue el mayor peligro<br />

<strong>de</strong> los que yo he pasado, por ser con quien no sabe hablar, sino hacer y callar. Admiréme <strong>de</strong><br />

ver que entre gente que tanta bondad y sencillez profesan, se criasen tan gran<strong>de</strong>s traidores,<br />

sin piedad, justicia y razón. En el tiempo que estuve en la cama me tomaba cuenta a mí<br />

propio, diciendo: Señor <strong>Marcos</strong> <strong>de</strong> <strong>Obregón</strong>, ¿<strong>de</strong> cuándo acá tan <strong>de</strong>scompuesto y valiente?<br />

¿qué tiene que ver estudio con bravezas? Muy bien guardáis las reglas <strong>de</strong> vivir, ¿qué os<br />

enseñó vuestro padre? ¿no os acordáis que el primer precepto que os dió fue que en todas<br />

las acciones humanas tomáse<strong>de</strong>s el pulso a las cosas antes que las acometiése<strong>de</strong>s? y en el<br />

segundo, que si las acometía<strong>de</strong>s, miráse<strong>de</strong>s si podía redundar en ofensa ajena? y el tercero,<br />

que con vos mismo consultáse<strong>de</strong>s el fin que pue<strong>de</strong>n tener los buenos o malos principios?<br />

Muy bien os aprovecháis <strong>de</strong> ellos: ¿mas qué bien parece pasar <strong>de</strong> estudiante a soldado,<br />

profesiones tan honradas, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> soldado a molinero, y no a molinero sino a molido?<br />

¡Qué poca pena le diera al bellaco <strong><strong>de</strong>l</strong> ro<strong>de</strong>zno hacerse verdugo y <strong>de</strong>scuartizarme!<br />

Tentabame mis piernas y mis brazos, y como los hallaba, aunque cansados, buenos, daba<br />

mil gracias al bendito ángel <strong>de</strong> la guarda, que él por su bondad es la pru<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> los<br />

hombres, que la nuestra no basta para librarnos <strong>de</strong> los trabajos y adversida<strong>de</strong>s: pero bastara<br />

para no ponernos en ellos; sino que se adquiere esta divina virtud tan tar<strong>de</strong>, y con tanta<br />

experiencia <strong>de</strong> trabajos y vejez, que cuando les viene a los hombres parece que ya no la han

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