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Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal

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engañador: porque al fin, lo uno arguye sencillez y buen pecho, y lo otro mentira y maldad<br />

profunda. Yo no puedo tragar una mentira ni engaño, porque se arremete a <strong>de</strong>sdorar la<br />

opinión <strong>de</strong> quien se tiene por hombre <strong>de</strong> bien. Las burlas han <strong>de</strong> ser pocas y sin daño <strong>de</strong><br />

tercero, y tales, que el mismo contra quien se hacen guste <strong>de</strong> ellas. No sabemos la<br />

capacidad <strong>de</strong> cada uno, que la burla lleva<strong>de</strong>ra para uno, será para otro muy pesada; y las<br />

burlas no se han <strong>de</strong> juzgar por malas o peores <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> quien las hace, sino <strong>de</strong> parte <strong>de</strong><br />

quien las recibe: y si él las tomare bien, serán <strong>de</strong> sufrir; y si las tomare pesadamente, serán<br />

pesadísimas. Dabanle matraca a cierto or<strong>de</strong>nante por una necedad que había dicho, y<br />

cuando estuvo harto <strong>de</strong> sufrir, dijo: Que quería que pecase mortalmente quien más se la<br />

diese. Que <strong>de</strong> burlas pesadas vemos cada día resultar agravios que no se pensaron. Este<br />

miserable no tiene talento para llevar una burla tan pesada como esta que por fuerza lo ha<br />

<strong>de</strong> ser. Yo me tengo <strong>de</strong> oponer en eso, porque iría contra mi propia opinión, que es justo y<br />

mal hecho: y no me espantaré <strong><strong>de</strong>l</strong> que se <strong>de</strong>ja engañar por lo que <strong>de</strong>sea, pero espantaríame<br />

<strong>de</strong> quien le quisiere engañar, sin esperar <strong>de</strong> ello más gusto que hacer mal. Fueronse, y al fin<br />

le hicieron una burla muy pesada. dándome a mí por autor <strong>de</strong> ella. Pusieronle en estrecho<br />

<strong>de</strong> ayunar tres días con cuatro onzas <strong>de</strong> pan y dos <strong>de</strong> pasas y almendras, y dos tragos <strong>de</strong><br />

agua, y primero le tomaron la medida <strong>de</strong> su cuerpo en una pared muy blanca, poniendo para<br />

señal <strong>de</strong> su altura un clavito pequeño o tachuela. Hizo su dicta, unas hermanas suyas le<br />

fregaban los brazos y piernas todas las noches y mañanas, por consejo <strong>de</strong> los maleantes:<br />

preguntabanle las pobres <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cansadas: ¿Hermano, para qué hace esto? Y él las<br />

respondía: Bárbaras, no os entremetáis en las cosas <strong>de</strong> los hombres. Todos estos tres días <strong>de</strong><br />

la dicta y las fricaciones, se subía a una azotea en amaneciendo, y se ponía hacia el<br />

nacimiento <strong><strong>de</strong>l</strong> sol, haciendo ciertas señales que le habían mandado contra las nieblas <strong>de</strong><br />

Valladolid, que él hizo muy puntualmente como todo lo <strong>de</strong>más. Cumplidos los tres días, y<br />

lleno el celebro <strong>de</strong> nieblas, vino a los bellacones con tanta cara como una calavera <strong>de</strong><br />

mandrágora, que como estaba tan chupado y flaco, parecía más alto. Fue uno <strong>de</strong> ellos a la<br />

pared blanca don<strong>de</strong> se había metido, y mudó el clavito dos <strong>de</strong>dos más abajo, y tapó el<br />

agujero con un poco <strong>de</strong> cera blanda, que era en la cerería recién hecha, blanca y muy lisa.<br />

Enviáronle a medirse, y como topó con el colodrillo en el clavito, quedó fuera <strong>de</strong> si <strong>de</strong><br />

contento, entendiendo que él había crecido lo que el clavo había bajado. Vino con la boca<br />

llena <strong>de</strong> risa, que parecía mico <strong>de</strong>sollado, y fuese a echar a los pies <strong>de</strong> quien le había hecho<br />

crecer: ellos le dijeron que callase, porque sino se <strong>de</strong>screcería lo crecido, y que lo<br />

dificultoso quedaba por hacer. Él dijo que aunque fuera bajar al infierno, lo haría por no<br />

<strong>de</strong>screcer. Pues no es menos, dijeron ellos, y aquella noche le mandaron que entre las once<br />

y las doce <strong>de</strong> la noche entrase en cierto aposento por un callejón muy estrecho, que estaba<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> unas casas lóbregas y obscuras, solo y sin luz, y que allí le dirían lo que había <strong>de</strong><br />

hacer. Él se turbó todo con la dificultad que le pusieron, pero al fin dijo, con todo el miedo<br />

posible: Sí haré, sí haré. Fuese a la noche entrando por su callejón, espeluzado el cabello,<br />

cortado <strong>de</strong> brazos y piernas, sin oír perro ni gato que le pudiese hacer compañía, y en<br />

llegando al aposento, salieron por las cuatro esquinas <strong>de</strong>bajo la cama cuatro carátulas <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>monios, con cuatro can<strong><strong>de</strong>l</strong>illas en la boca, que con el temor que había concebido, se le<br />

representó el infierno todo; porque todos los hombres muy crédulos son también temerosos;<br />

y como se fueron alzando los <strong>de</strong>monios, él se fue quedando, y sin saber <strong>de</strong> sí, ni po<strong>de</strong>r<br />

moverse <strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba, cayó en el suelo, dándole tan gran corrupción, que no se le<br />

pareció haber tenido dieta, que la cólera había <strong>de</strong>sbaratado cuanto las almendras y pasas<br />

hablan <strong>de</strong>tenido. Él caído, y ellos turbados y aun arrepentidos, no supieron que hacer, sino<br />

<strong>de</strong>jarlo y acogerse. El volvió a cabo <strong>de</strong> rato en sí, y hallose revolcado en su sangre, <strong>de</strong> que

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