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Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal

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fullero, que estos señores y yo os las pagaremos muy bien. Dioles una baraja hecha a su<br />

modo, y como el licor <strong>de</strong> Ciudad Real se arrima tanto al corazón, y humea para el cerebro,<br />

alegráronse, y con mucho gusto echaron la rifa a cuatro quínolas. El fullero les <strong>de</strong>jó llegar a<br />

cada uno a tres sin haber tomado ninguna para sí, y en dos pasantes que echó, una <strong>de</strong> su<br />

mano, y otra <strong><strong>de</strong>l</strong> que tenía al lado, hizo las cuatro, y arrebató la sortija, haciendo gran<strong>de</strong>s<br />

algazaras con ella. Picáronse <strong>de</strong> esto, y dijeron: juguemos dineros. El fullero, con cierta<br />

socarronería, negando al principio, dijo, que no quería poner en peligro su dinero o las<br />

vacas que se habían <strong>de</strong> comprar <strong>de</strong> él: pero al fin, persuadido, jugó; teniendo más gana él<br />

que los otros, que con palabras que tenía hechas a propósito, los iba haciendo picar. Pedía<br />

que les diesen <strong>de</strong> beber <strong>de</strong> la olorosa bota que estaba metida en parte fresca, y en<br />

calentándose las orejas echaban doblas como granizo; <strong>de</strong> suerte, que se estuvieron toda la<br />

tar<strong>de</strong> jugando, una vez ganando el fullero, y otra <strong>de</strong>jando ganar a los merca<strong>de</strong>res, por<br />

disimular la fullería, y quejándose a veces, <strong>de</strong>cía: Vuesas merce<strong>de</strong>s me han <strong>de</strong> ganar aquí<br />

esta tar<strong>de</strong> cuatro o cinco mil escudos, según estoy <strong>de</strong> picado.<br />

Al tiempo que entramos en la venta el mocito y yo nos dijeron, que allí no se daba<br />

posada a gente que no traía cabalgaduras. Recibimos con humildad la notificación, y<br />

paramonos a <strong>de</strong>scansar un poco. Mi compañero afligido preguntó: ¿Pues qué habemos <strong>de</strong><br />

hacer para esperar el fin y suceso <strong>de</strong> esta gran<strong>de</strong> aventura? Yo le respondí: Dejadme, que<br />

yo conjuraré a la ventera, <strong>de</strong> manera que no nos eche <strong>de</strong> la venta. ¿Pues es en<strong>de</strong>moniada,<br />

dijo él, o bruja? a lo menos, dije yo, parécelo; pero no digo yo, sino con el conjuro general<br />

<strong>de</strong> las mujeres. ¿Cuál es? preguntó el otro. Ahora lo veréis, dije yo. Lleguéme a la ventera,<br />

que era una mujer coja y mal tallada: tenía las narices tan romas, que si se reía, quedaba sin<br />

ellas: los ojos parecían <strong>de</strong> capirote <strong>de</strong> disciplinante: echaba un tufo <strong>de</strong> ajos y vino por unos<br />

dientes entresacados y pardos, bastante a ahuyentar todas las víboras <strong>de</strong> Sierra Morena; las<br />

manos parecían manojos <strong>de</strong> patatas; solo tenía que notar la limpieza, que parecía haber<br />

salido <strong><strong>de</strong>l</strong> naufragio <strong>de</strong> los Con<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Carrión: con todo esto me llegué a ella, y la dije:<br />

¿Qué <strong>de</strong>sdicha fue la que trujo a estas soleda<strong>de</strong>s a una mujer <strong>de</strong> tan buena gracia como<br />

vuesa merced? ¡Qué <strong>de</strong>spacio está, dijo ella, el señor estudiante! No es cierto, dije yo, sino<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto que llegué aquí, puse los ojos en vuesa merced, para consolarme <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

cansancio <strong><strong>de</strong>l</strong> camino. No haga burla, dijo ella, <strong>de</strong> las mal vestidas. Yo no hago tal, sino que<br />

me parece vuesa merced muy hermosa. Hermosa, dijo ella, como gata lagañosa. Pareciome<br />

que ya iba creyendo, y díjele: Pues miren con qué gracia y donaire respon<strong>de</strong>. Cierto que es<br />

igual el rostro con la habla, y todo es con mucho gusto. Y como Deo gracias, dijo ella: si<br />

conociera a una hermana mía que tengo, tabernera en las ventas <strong>de</strong> Alcolea, dijera eso <strong>de</strong><br />

veras: que por solo oírla echar pullas, van a beber a su casa cuantos pasan. ¿Y vuesa<br />

merced, dije yo, cómo no se acerca hacia Córdoba? Porque, señor, dijo ella, unas tienen<br />

ventura, y otras tienen ventrada. ¿Pues es posible, dije yo, que no ha habido quien saque a<br />

vuesa merced <strong>de</strong> tan mal oficio? Y respondió ella: Estáse la carne en el garabato por falta<br />

<strong>de</strong> gato. Pues a fe dije yo, que si me hallara en disposición que había <strong>de</strong> hacerlo; porque me<br />

da lástima ver entre estos riscos y montañas a una mujer <strong>de</strong> tan buenas prendas. Pues calle<br />

vuesa merced, dijo ella, que mi marido y yo les habemos <strong>de</strong> quitar el dinero a estos que<br />

quedaron con él, y por la mañana haremos lo que nos pareciere; y si acaso mi marido<br />

volviere a <strong>de</strong>cir a la noche que se salgan <strong>de</strong> la venta, váyanse por la puerta trasera <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

corral, que yo se la <strong>de</strong>jaré abierta. Fuese, y mi compañero me preguntó: ¿Qué es <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

conjuro? ¿Qué mayor conjuro queréis, dije yo, que haber llamado hermosa a una bestia, que<br />

parecía panza <strong>de</strong> vaca, con su zumaque y menudillos? Conjuro es este, dijo, que pue<strong>de</strong>

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