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Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal

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necesidad. Estuve <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las ocho <strong>de</strong> la mañana hasta las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> esperando si pasaba<br />

quien me pudiera socorrer, teniendo confianza que aquel gran caballero se había <strong>de</strong><br />

compa<strong>de</strong>cer <strong>de</strong> mi trabajo; pero los marineros fueron tan crueles bestias que le dijeron que<br />

me había ahogado. Yo <strong>de</strong> cuando en cuando me alentaba con mi bota, hasta tomar<br />

<strong>de</strong>terminación en lo que había <strong>de</strong> hacer. Resolvíme <strong>de</strong> entregarme a la tiranía <strong><strong>de</strong>l</strong> mar,<br />

bestia insaciable y fiera cruel, y para esto <strong>de</strong>snudéme <strong>de</strong> un coleto <strong>de</strong> muy gentil cordobán,<br />

y con la punta <strong>de</strong> la daga, y dos docenas <strong>de</strong> agujetas que traigo siempre que camino, cogilo<br />

por la <strong><strong>de</strong>l</strong>antera, falda, brahones y cuello tan estrechamente, que pu<strong>de</strong> hincharlo sin que el<br />

viento se saliese. Vacié la bota <strong><strong>de</strong>l</strong> santo licor que había quedado, y hinchándola muy bien,<br />

hizo contrapeso al coleto. Hice la misma diligencia con las botas enceradas, que asidas <strong>de</strong><br />

las ligas, ayudaban también a sustentar. Descalcéme los valones, porque el agua se había <strong>de</strong><br />

colar por las faltriqueras, y quedéme con solo el jubón y camisa, porque siendo <strong>de</strong> gamuza<br />

no se rendiría tan presto a la humedad. Y puesto <strong>de</strong> esta manera, y acordándome que los<br />

caminos guiados por Dios son los acertados, le dije <strong>de</strong> esta manera: Inmenso Dios,<br />

principio, medio y fin sin fin <strong>de</strong> todas las cosas visibles e invisibles, en cuya majestad viven<br />

y se conservan los ángeles y los hombres, universal fabricador <strong>de</strong> cielos y elementos, a ti<br />

que tantas maravillas has usado en este con tus criaturas, y que al bienaventurado<br />

Raymundo, estribando en solo su manto, por tantas leguas <strong>de</strong> agua guiaste a salvamento, y<br />

en este mismo lugar a los marineros que se iban tragando las indomables olas, con solo un<br />

ruego <strong>de</strong> tu siervo Francisco <strong>de</strong> Paula, aquietándolas, libraste <strong>de</strong> la muerte que ya tenían<br />

tragada: por el nacimiento, muerte y resurrección <strong>de</strong> tu sacrificado Hijo, Re<strong>de</strong>ntor nuestro,<br />

te suplico que no permitas que yo muera fuera <strong>de</strong> mi elemento. Y luego dije al santo ángel<br />

<strong>de</strong> mi guarda: Ángel mío, a quien Dios puso para guarda <strong>de</strong> este cuerpo y alma, suplícote<br />

por el que te crió y me crió, que me guíes y ampares en este trabajo. Y dichas estas<br />

palabras, y asido muy bien <strong>de</strong> mi barco, me arrojé con muy gentil brazo sobre el coleto y la<br />

bota, comenzando a usar <strong>de</strong> mis cuatro remos valerosísimamente, no <strong>de</strong> manera que me<br />

cansase, porque como llevaba el barco <strong>de</strong> viento, iba braceando poco a poco <strong>de</strong> modo que<br />

no se rindiese la fuerza al cansancio. No osaba imaginar en la profundidad <strong>de</strong> agua que<br />

llevaba <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mí, por no <strong>de</strong>salentarme, ni osaba pararme, porque bien sabía yo que<br />

mientras el cuerpo hace movimiento no le acometen los hambrientos animales marinos: y si<br />

alguna vez sentía flaqueza en los remos, tendíalos sobre el agua: fiando lo <strong>de</strong>más <strong><strong>de</strong>l</strong> barco,<br />

que alguna vez me consolaba con la fragancia que salía <strong>de</strong> la bota, que iba muy cerca <strong>de</strong> las<br />

narices: comenzaba a rezar, pero <strong>de</strong>jábalo, porque me faltaba la respiración, que para<br />

semejante conflicto es muy necesaria. Anduve una hora, ya <strong>de</strong>scansando, ya navegando,<br />

hasta que comenzó a refrescar un viento que venía <strong>de</strong> África, y me traía hacia la tierra, que<br />

me era forzoso resistirlo, porque no diese conmigo en una poma <strong>de</strong> las que tengo dichas, y<br />

me hiciese pedazos. Pero estando en este último peligro <strong>de</strong>scubrí una caleta, con que respiré<br />

con nuevo aliento, y caminando o navegando hacia ella, el mismo viento meridional me<br />

ayudó milagrosamente. Ya que llegaba tan cerca que <strong>de</strong>scubrí muy bien toda la caleta, vi a<br />

la orilla <strong>de</strong> ella un hombre merendando, que me dio nueva fuerza con verle, y que comía.<br />

Pero <strong>de</strong> la misma manera que yo me alegré y esforcé con verle, él se espantó <strong>de</strong> mí,<br />

entendiendo que fuese alguna ballena o monstruo marino. Vino una ola tan gran<strong>de</strong>, que me<br />

llevó tan cerca <strong>de</strong> la caleta que hice pie y al mismo punto el hombre espantado echó a huir a<br />

la tierra a<strong>de</strong>ntro. Y un lebrel que con él estaba saltó al agua contra mí, y lo pasara mal si no<br />

fuera por la daga, que siempre me acompañó, porque picándole con ella saltó en tierra, y<br />

fuese huyendo tras su amo. En las caletas siempre está sosegada el agua, y como yo hacía<br />

pie salí a tierra, hinqué las rodillas ambas en ella, dando gracias a la primera causa: pero

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