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Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal

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servir <strong>de</strong> malilla en todo el mundo. En tanto que pasamos esta conversación se llegó la<br />

noche, y la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> los merca<strong>de</strong>res; porque con las trampas que el fullero iba<br />

haciendo, y con los tragos <strong>de</strong> cuando en cuando <strong>de</strong> Ciudad Real, los fue chupando la plata y<br />

oro, y los zurrones en que tenían el dinero. Los merca<strong>de</strong>res quedaron dados al diablo, y<br />

maldiciendo la venta, y a quien a ella los había traído, se volvieron a dormir a la que habían<br />

<strong>de</strong>jado atrás, con intención <strong>de</strong> volverse a Toledo. El huésped, que no era lerdo, entendió<br />

muy bien la bellaquería: yo estaba para reventar por lo que había oído la noche antes, y por<br />

lo que había visto entonces. Estuve <strong>de</strong>terminado <strong>de</strong> revelarles la maldad; porque<br />

volviéndose los merca<strong>de</strong>res, me faltaba el bien que me habían prometido hacer por el<br />

camino; pero consi<strong>de</strong>ré, que <strong>de</strong>cir el secreto que estaba tan en duda, era <strong>de</strong>sacreditar a los<br />

fulleros, y a mi ponerme en peligro; que no siendo una cosa sabida, tenemos obligación <strong>de</strong><br />

callarla con secreto natural. La seguridad consiste en el silencio, y en estas ocasiones y<br />

otras semejantes hase <strong>de</strong> advertir el peligro <strong>de</strong> ambas partes. Yo callé contra mi voluntad, y<br />

el ventero que era un bellaco redomado, disimuló y calló como yo y el otro. Los señores<br />

fulleros quedaron muy contentos; pero fueron tan miserables que no dieron barato a nadie,<br />

por don<strong>de</strong> se aumentó en el ventero el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> hurtarles la ganancia, y en mí <strong>de</strong> volvérsela<br />

a sus dueños. El ventero que realmente lo sintió, les dio a enten<strong>de</strong>r que recibió mucho gusto<br />

en ver los merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong>spojados; y haciéndoles gran<strong>de</strong>s zalamerías, les dió un aposento<br />

que tenía a<strong>de</strong>rezado para los merca<strong>de</strong>res, don<strong>de</strong> estaba un arcaz muy gran<strong>de</strong> con tres llaves,<br />

que les dió para guardar su dinero y ropa. Era el arcaz <strong>de</strong> una ma<strong>de</strong>ra muy maciza y <strong>de</strong><br />

tablas gruesas, que hacía pared con la caballeriza, que me puso en cuidado, imaginando qué<br />

traza podría tener para hurtarles el dinero <strong>de</strong> un arcaz cerrado con tres llaves, y por ningún<br />

camino podía moverse <strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba. Habló con la mujer <strong>de</strong> secreto, mirando con<br />

cuidado si los veían hablar. En cenando muy solemnemente los fulleros, habiendo hecho el<br />

pancho <strong>de</strong> perdices y vino <strong>de</strong> Ciudad Real, se atrancaron en su aposento, y se cerraron <strong>de</strong><br />

manera que no podía entrarles una bruja. En siendo una hora <strong>de</strong> la noche, o poco menos, el<br />

ventero dijo: Los que tienen cabalgaduras salgan <strong>de</strong> la venta, que ya que no hay arrieros,<br />

queremos dormir sin cuidados. Salimos aquel mocito y yo, y dando vuelta por las espaldas<br />

<strong>de</strong> la venta, hallamos abierta la puerta <strong><strong>de</strong>l</strong> corral, y entramos en el pajar. Yo andaba<br />

pensando con cuidado cómo diablos, o con qué modo o traza podían hacer tiro a los<br />

fulleros. Veía que en el aposento no podían entrar, por estar muy bien encerrados, y el arcaz<br />

muy bien guardado. Traer salteadores para el efecto no era negocio seguro, sino muy<br />

peligroso; entrar y matarlos no podían, porque eran menos que ellos; pues querer minar el<br />

aposento con pólvora era para todos peligroso. Y no pu<strong>de</strong> dar en el modo, hasta que entre<br />

once y doce, estando ellos durmiendo el mejor sueño, vinieron el ventero y la ventera muy<br />

paso entre paso, alumbrando ella con un cabo <strong>de</strong> vela: el marido comenzó a <strong>de</strong>sviar con<br />

mucho silencio un gran montón <strong>de</strong> estiércol que estaba en la caballeriza arrimado al<br />

aposento <strong>de</strong> los fulleros.<br />

A pocas vueltas se <strong>de</strong>scubrió la tabla <strong><strong>de</strong>l</strong> arcaz, que servía <strong>de</strong> pared al aposento. Miré<br />

con gran cuidado, y vi que la tabla <strong><strong>de</strong>l</strong> arcaz estaba por la parte <strong>de</strong> arriba asida con tres o<br />

cuatro goznes, y por la parte <strong>de</strong> abajo con dos tornillos, cada uno en su esquina. Quitó el<br />

ventero los tornillos, y en quitándolos, mandó a la mujer que llevase <strong>de</strong> allí la vela, porque<br />

no entrase la luz en el aposento: ella la llevó, y yo fuí muy poco a poco al ventero, al<br />

tiempo que tenía la tabla alzada y los zurrones en las manos, y con voz muy baja, o por<br />

mejor <strong>de</strong>cir, entre dientes, le dije: Dad acá esos zurrones, y tornad a poner los tornillos; él<br />

me los dió, pensando que era su mujer, y salime con ellos y con mi compañero por la puerta

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