Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal
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AL fin comenzaron a curar <strong>de</strong> melancolía a esta doncellita, aplicándole mil<br />
medicamentos que la echaban a per<strong>de</strong>r, que como era tan amable por su hermosura y<br />
condición, súpose en todo Argel su enfermedad con mucho sentimiento <strong>de</strong> todos. Yo<br />
sabiendo la causa <strong>de</strong> su melancolía, tan bien como <strong>de</strong> mi pena y disimulación, pensando<br />
cómo podría verla y consolarla, propuse entre mí que había <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle amores en presencia<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> padre y <strong>de</strong> la madre sin que lo sintiesen, y que ellos me habían <strong>de</strong> llevar para el mismo<br />
efecto. Y con esta seguridad dije a mi amo que yo había aprendido en España <strong>de</strong> un gran<br />
varón unas palabras que dichas al oído sanaban cualquiera melancolía por profunda que<br />
fuese; pero que se habían <strong>de</strong> recibir con gran<strong>de</strong> fe, y <strong>de</strong>cirse al oído, sin que nadie las oyese<br />
sino sola la persona paciente. El padre me dijo: Sana mi hija, y sea como fuere. La madre<br />
con las mismas ansias y <strong>de</strong>seo me pidió que luego se las dijese. Entré adon<strong>de</strong> las mujeres<br />
estaban acompañando la enferma lo más limpio y aseado que pu<strong>de</strong>, que la limpieza y<br />
curiosidad ayuda siempre a engendrar amor; y entrando el padre y la madre la dijeron: Hija,<br />
ten, buen ánimo, y mucha fe con las palabras, que aquí viene <strong>Obregón</strong> a curarte <strong>de</strong> tu<br />
melancolía. Y mandando que todos se apartasen, yo me llegué con mucho respeto y cortesía<br />
al oído <strong>de</strong> la paciente, diciéndole el siguiente ensalmo: Señora mía, la disimulación <strong>de</strong> estos<br />
días no ha sido a causa <strong>de</strong> olvido, ni por tibieza <strong>de</strong> voluntad, sino recato y estimación <strong>de</strong><br />
vuestra honra, que más os quiero que la vida que me sustenta; y con esto apartéme <strong>de</strong> ella:<br />
y luego con un donaire celestial abrió aquellos divinos ojos, con que alentó los corazones<br />
<strong>de</strong> todos los circunstantes, diciendo: ¿Es posible que tan po<strong>de</strong>rosas palabras son las <strong>de</strong><br />
España? porque había seis días que no se le habían oído otras tantas. Pero todo esto vino a<br />
resultar en disgusto mío, porque a la fama <strong>de</strong> la cura, que se había divulgado, otras<br />
melancólicas <strong>de</strong> diversos acci<strong>de</strong>ntes quisieron que las curase, sin saber yo cómo lo podría<br />
hacer, ni el origen <strong>de</strong> sus enfermeda<strong>de</strong>s, más <strong>de</strong> lo dicho. Holgaronse todos, y alabaron la<br />
fuerza <strong>de</strong> las palabras, la cortesía y humildad con que yo las había dicho. La doncelluela<br />
quiso levantarse luego por la fuerza <strong><strong>de</strong>l</strong> ensalmo, pero yo dije: Ya vuesa merced ha<br />
comenzado a convalecer, y no es bien que tan presto se gobierne como sana; estése queda,<br />
que yo volveré a <strong>de</strong>cir estas palabras y otras <strong>de</strong> mayor excelencia cuando vuesa merced<br />
fuere servida, y el señor diere licencia. Así lo hice muchas veces hasta que se levantó, y a<br />
mi un testimonio, que fue <strong>de</strong>cir que tenía gracia <strong>de</strong> curar melancolía. Holgaronse <strong>de</strong> verla<br />
sana, y yo mucho más que todos, como aquel que la amaba tiernamente. En ese mismo<br />
tiempo había estado enferma <strong>de</strong> melancolía una señora principal, moza y muy hermosa,<br />
casada con un caballero muy po<strong>de</strong>roso en el pueblo. Y habiendo estado enferma vino a<br />
quedar con tan gran<strong>de</strong> melancolía que a nadie quería ver ni hablar. Pues como llegó a oídos<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> marido la salud que había cobrado la hija <strong>de</strong> mi amo, enviole a <strong>de</strong>cir que le llevase allá<br />
aquel esclavo que curaba <strong>de</strong> melancolía. Mi amo por darle gusto me dijo: De buena ventura<br />
has <strong>de</strong> ser, porque me ha enviado a <strong>de</strong>cir fulano, que es caballero <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s partes, que<br />
vale mucho en Argel, y con el gran Turco, que te lleve a curar a su mujer <strong>de</strong> melancolía,<br />
que por ser gallarda y hermosa te holgarás <strong>de</strong> verla. Oh señor, dije yo, no me man<strong>de</strong> vuesa<br />
merced eso, que si una vez lo hice fue por ver a vuesa merced apasionado por la<br />
enfermedad <strong>de</strong> su hija; y bien sabe cuán mal se recibe por acá lo que se dice y hace en<br />
virtud <strong>de</strong> la verda<strong>de</strong>ra religión. Es por fuerza, dijo, el hacerlo, que importa mucho tenerlo<br />
grato. Señor, dije yo, vuesa merced me excuse con él, que no con todas personas hacen las<br />
palabras un mismo efecto, que es necesario tener con ellas tanta fe como tuvo su hija <strong>de</strong><br />
vuesa merced, y esta señora no la ha <strong>de</strong> tener. Trajele otras muchas causas excusándome,<br />
por ver sí podía escaparme. Él fue a hablar al caballero por disculparme, y cuanto más me<br />
excusaba, tanto más porfiaba en ello, hasta que dijo, si no quería ir, que me llevase