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Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal

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Génova, y aun en esta galera, testigos que me conocieron en la corte <strong><strong>de</strong>l</strong> rey Católico en el<br />

tiempo que este renegado andaba haciendo mal en todas estas costas, y sera uno <strong>de</strong> ellos el<br />

señor Julio Espinola, el embajador. Hízome <strong>de</strong>satar, y habló conmigo, preguntándome todo<br />

lo que <strong>de</strong>seaba saber <strong><strong>de</strong>l</strong> renegado: yo le dije la astucia con que se había escapado, con que<br />

satisfice algo <strong>de</strong> mi persona, y puso mucha culpa a los que no siguieron la empresa.<br />

Tornéme a mi rinconcillo, aunque no maniatado, y púseme en cluquillas, las dos manos en<br />

el rostro, y los codos en las rodillas, porque no me conociese el músico, pensando en mil<br />

cosas. Yendo navegando hacia Génova, viendo que ya se habría dado noticia en Argel que<br />

las galeras <strong>de</strong> Génova corrían la costa, pasamos el golfo <strong>de</strong> León con una poca <strong>de</strong> borrasca,<br />

y habiéndolo atravesado <strong>de</strong> punta a punta, mandó el general a los músicos que cantasen, y<br />

tomando sus guitarras, lo primero que cantaron fue unas octavas mías que se glosaban:<br />

El bien dudoso, el mal seguro y cierto.<br />

Comenzó el tiple, que se llamaba Francisco <strong>de</strong> la Peña, a hacer excelentísimos pasages<br />

<strong>de</strong> garganta, que como la sonata era grave había lugar para hacerlos, y yo a dar un suspiro a<br />

cada cláusula que hacían. Cantaron todas las octavas, y al último pie que dijeron:<br />

El bien dudoso, el mal seguro y cierto,<br />

ya no pu<strong>de</strong> contenerme, y con un movimiento natural inconsi<strong>de</strong>radamente, dije: Todavía<br />

me dura esa <strong>de</strong>sdicha. Como fue en alta voz, miró el Peña, que por venir yo tan disfrazado<br />

<strong>de</strong> cara y <strong>de</strong> vestido, y por ser él corto <strong>de</strong> vista, no me había conocido antes, y en viéndome,<br />

sin po<strong>de</strong>r hablar palabra, hume<strong>de</strong>cidos los ojos, me abrazó, y fue al general, diciendo: ¿Á<br />

quién piensa V. E. que traemos aquí? ¿Á quién? preguntó el general. Al autor, dijo Peña, <strong>de</strong><br />

esta letra y sonata, y <strong>de</strong> cuanto le habemos cantado a V. E. ¿Qué <strong>de</strong>cís? Llamadle acá.<br />

Lleguéme con arta vergüenza, pero con animo alentado, y preguntóme el general: ¿Cómo<br />

os llamáis? <strong>Marcos</strong> <strong>de</strong> <strong>Obregón</strong>, respondí yo: el Peña, hombre que siempre profesó verdad<br />

y virtud, llegó al general y le dijo: Fulano es su propio nombre, que por venir tan mal<br />

parado <strong>de</strong>be <strong>de</strong> disfrazarlo. Espantóse el general <strong>de</strong> ver un hombre <strong>de</strong> quien tenía tanta<br />

noticia en tan humil<strong>de</strong> traje, y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> tantos trabajos y tan injustamente maniatado.<br />

Preguntóme la causa <strong>de</strong> ello, y yo con mucha paciencia y humildad le conté todo lo<br />

sucedido, porque el galeón <strong><strong>de</strong>l</strong> Duque <strong>de</strong> Medina había parado en el Final. Hízome mucha<br />

merced, particularmente trastejándome <strong>de</strong> vestidos. Y en llegando a Génova visité a julio<br />

Espinola el embajador, cuya amistad yo había profesado en la corte <strong>de</strong> España, que<br />

certificado Marcelo Doria <strong>de</strong> esta verdad, ambos me hicieron merced <strong>de</strong> acomodarme <strong>de</strong><br />

dinero y cabalgadura para Milán; pero primero quise ver aquella república tan rica <strong>de</strong><br />

dineros y antigüedad, <strong>de</strong> nobles y antiquísimas casas, <strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong> emperadores y<br />

gran<strong>de</strong>s señores, y <strong>de</strong> la mayor nobleza <strong>de</strong> Italia; como son Dorias, Espinolas, Adornos, <strong>de</strong><br />

cuya notabilísima familia hay un ramo en Jerez <strong>de</strong> la Frontera, emparentado con gran<strong>de</strong>s<br />

caballeros españoles, y señalado con el hábito <strong>de</strong> Calatrava y las <strong>de</strong>más ór<strong>de</strong>nes, como don<br />

Agustín Adorno, caballero tan virtuoso como principal. Y como mi intento no era parar allí,<br />

dispúseme para proseguir mi viaje a Milán, para don<strong>de</strong> había salido <strong>de</strong> España,

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