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Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal

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potentísimo Rey D. Felipe III <strong>de</strong> las Españas, en cuyo palacio nunca ha hallado lugar la<br />

adulación ni mentira, El caso fue <strong>de</strong> esta manera:<br />

Estando el Marqués preso por mandado <strong>de</strong> su Rey en San Martín <strong>de</strong> Madrid, monasterio<br />

<strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> San Benito, y visitándole sus amigos gran<strong>de</strong>s caballeros, muchas veces o<br />

siempre se quedaban <strong>de</strong> noche acompañándole, particularmente el Sr. D. Enrique, Marqués<br />

<strong>de</strong> Pobar, su hermano, y el Sr. D. Felipe <strong>de</strong> Córdoba, hijo <strong><strong>de</strong>l</strong> Sr. D. Diego <strong>de</strong> Córdoba,<br />

Caballerizo mayor <strong>de</strong> Felipe II, y una noche, entre muchas, dioles gana <strong>de</strong> irse a pasear al<br />

Marqués y a D. Felipe: fueron hacia el barrio <strong>de</strong> Lavapiés, y estando hablando por una<br />

ventana, dijo el Marqués: Esperadme aquí, que voy a aquella callejuela a cierta necesidad<br />

natural; halló en ella dos hombres en las dos esquinas, que no le <strong>de</strong>jaron pasar. El Marqués<br />

dijo: Vuesas merce<strong>de</strong>s sepan que voy con esta necesidad, y fue a pasar contra su gusto.<br />

Arrojóle uno <strong>de</strong> ellos una estocada, y el Marqués otra a él propio; cada uno pensó que<br />

<strong>de</strong>jaba muerto al otro. Con el mismo movimiento que le sacó el Marqués la espada, que<br />

tenía la guarnición en el pecho, le dió al otro una cuchillada, con que le abrió la cabeza.<br />

Quedaronse los dos que no pudieron moverse; el <strong>de</strong> la estocada muerto, aunque en pie, el<br />

<strong>de</strong> la herida fuera <strong>de</strong> sí. Fuese el Marqués y llamó a D. Felipe, y fueronse a San Martín.<br />

Estando allá, pareciéndole que dormir sin averiguar bien lo que había pasado era yerro,<br />

contóselo, y los dos <strong>de</strong>terminaron <strong>de</strong> ir. Fue el Marqués con ellos, que no quiso que fuesen<br />

sin él, y hallaron alborotado el barrio, diciendo que habían muerto allí dos hombres.<br />

Volvieronse sin hallar en el sitio don<strong>de</strong> había pasado otra cosa sino dos lienzos<br />

ensangrentados. El que había quedado con la herida fuese a Toledo, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí envió a<br />

saber si el Marqués era muerto, que lo había conocido cuando le dió la estocada, y<br />

curándose lo mejor que pudo, vino a morir <strong>de</strong> la herida: hizo testamento antes, y como supo<br />

que el Marqués no había recibido daño, porque la estocada había sido al soslayo, <strong>de</strong>jolo por<br />

su testamentario. Supo el Marqués esto por relación <strong>de</strong> un Religioso que se lo vino a <strong>de</strong>cir<br />

quién era el que lo <strong>de</strong>jaba por testamentario. Dentro <strong>de</strong> cinco o seis días, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muerto<br />

este hombre, estando el Marqués acostado en su cama, y D. Enrique su hermano, y D.<br />

Felipe <strong>de</strong> Córdoba en el mismo aposento en otra cama, cerrada la puerta para dormir,<br />

llegaron y le quitaron la ropa <strong>de</strong> la misma cama. El Marqués dijo: Quitaos allá, D. Enrique,<br />

y respondió la persona que era con una voz ronca y llena <strong>de</strong> horror: No es D. Enrique.<br />

Escandalizado el Marqués se levantó muy <strong>de</strong> priesa, y <strong>de</strong>senvainando la espada que tenía a<br />

la cabecera, tiró tantas cuchilladas, que preguntó D. Felipe: ¿Qué era aquello? El Marqués<br />

mi hermano es, respondió D. Enrique, que anda a cuchilladas con un muerto. Él dió cuantas<br />

pudo, hasta que se cansó, sin topar en cosa, sino algunas en las pare<strong>de</strong>s.<br />

Abrió la puerta, y tornó a verlo fuera, y con la misma priesa fue dando cuchilladas, hasta<br />

que llegó a un rincón don<strong>de</strong> había oscuridad, y entonces dijo la sombra: Basta, señor<br />

Marqués, basta, y véngase conmigo, que le tengo que <strong>de</strong>cir. El Marqués le siguió, y a él los<br />

dos caballeros, su hermano, y D. Felipe. Bajole abajo, y diciendo el Marqués qué le quería,<br />

respondió, que mandase los <strong>de</strong>jasen solos, que no podía hablar <strong><strong>de</strong>l</strong>ante <strong>de</strong> testigos. Él,<br />

aunque <strong>de</strong> mala gana, les dijo que se quedasen; mas ellos no quisieron. Al fin la sombra se<br />

entró en cierta bóveda don<strong>de</strong> había huesos <strong>de</strong> muertos: entró el Marqués tras <strong>de</strong> ella, y en<br />

pisando los huesos le fue discurriendo por los suyos tan gran<strong>de</strong> temor, que le fue forzoso<br />

salir fuera a respirar y cobrar aliento, lo cual hizo por tres veces. Lo que le quería, y pudo el<br />

Marqués con la turbación percibir, era que en pago <strong>de</strong> la muerte que le había dado, le<br />

hiciese aquel bien <strong>de</strong> cumplir lo que en su testamento <strong>de</strong>jaba, que era una restitución, y

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