Vida del escudero Marcos de Obregón - Biblioteca Virtual Universal
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azonable talle, trigueño <strong>de</strong> rostro, ceja arqueada, casi <strong>de</strong> hechura <strong>de</strong> mariposa <strong>de</strong> seda,<br />
buena expedición <strong>de</strong> lengua, pocos conceptos y muchas palabras, más lleno <strong>de</strong> hambre que<br />
<strong>de</strong> hidalguía: y como vió tan lóbrego el aposento, dijo: Ola, trae aquí velas. Vino un pícaro,<br />
con más andrajos que un molino <strong>de</strong> papel, con un cabo <strong>de</strong> vela portuguesa, e hincola en un<br />
agujero <strong>de</strong> la misma mesa tinelar, que si no tuviera nudo la ma<strong>de</strong>ra, la hincara en la pared.<br />
Pusieron en ella unos manteles <strong>de</strong>svirados, que parecían <strong><strong>de</strong>l</strong>antal <strong>de</strong> zurrador. Sacó aquel<br />
galán una servilleta <strong>de</strong> la faltriquera, no más limpia, pero más agujereada que cubierta <strong>de</strong><br />
salva<strong>de</strong>ra, y por gran cosa dijo: Más ha <strong>de</strong> veinte años que la tengo conmigo, lo uno por no<br />
ensuciarme con estos manteles; lo otro, porque me la dió cierta señora, que no quiero <strong>de</strong>cir<br />
más. Pusiéronles a cada uno un rábano, cuyas hojas fueron la ensalada, y el rábano el sello<br />
estomatical. Yo les dije que estaban seguros <strong>de</strong> la fatigosa pasión <strong>de</strong> orina, así por el uso <strong>de</strong><br />
las hojas, como por la templanza en la comida, que no les dieron a cenar, sino unos bofes<br />
salpimentados con hollín y salpimiento. Respondió aquel entonadillo: Siempre en casa <strong>de</strong><br />
mis padres oí alabar esta virtud <strong>de</strong> la templanza, y por haberme criado con ella, soy<br />
templado en todas mis acciones. Si no es en hablar, dijo otro gentil-hombre. Prosiguió, que<br />
los hidalgos tan honrados y bien nacidos como yo, no se han <strong>de</strong> enseñar a ser glotones, que<br />
no saben en lo que se han <strong>de</strong> ver, en paz o en guerra.<br />
No se halla que mi padre comiese más <strong>de</strong> una vez al día, y con mucha templanza, (si no<br />
era cuando le convidaba el Duque <strong>de</strong> Alba, gran<strong>de</strong> amigo suyo, que entonces comía más<br />
que cuantos había en la mesa), era muy gran cortesano, tan discreto y <strong>de</strong>cidor, que<br />
entretenía solo a una sala <strong>de</strong> gente, pero con todo eso nos <strong>de</strong>jó muy pobres. No me espanto<br />
<strong>de</strong> esto, dije yo, que el caudal eran palabras y la resulta sería viento: que cuando el hablar<br />
no se acompaña con el hacer, como se queda en la primera parte, nunca se ve el fruto <strong>de</strong> la<br />
segunda. La dulzura y gracia <strong>de</strong> la lengua satisface tanto a su dueño, que todo se va en<br />
vanagloria para sí, y <strong>de</strong>tracción para los <strong>de</strong>más. Y en resolución, la lengua es la más cierta<br />
señal <strong>de</strong> lo interior <strong><strong>de</strong>l</strong> alma, que la mucha locuacidad no <strong>de</strong>ja cosa en ella que no eche<br />
fuera. a todo esto, yo esperaba mi cena, que según se tardaba, me parecía que servía ya en<br />
palacio. Asomó mi <strong>de</strong>spensero con un platillo <strong>de</strong> mondongo, más frío que las gracias <strong>de</strong><br />
Mari Ángela. Tomélo y <strong>de</strong>spedacélo, que no había con qué cortarlo; y al olor que subió <strong>de</strong><br />
tripa mal lavada, dijo aquel hablador: En viendo este género <strong>de</strong> comida, siento un olor<br />
ambarino que me consuela el alma, porque lo comíamos siempre en mi al<strong>de</strong>a hecho con las<br />
manos <strong>de</strong> una hermana mía, que si no fuera por unos cabellos más rubios que el oro, que se<br />
le caían encima, lo podía comer un ermitaño. a mí me olió <strong>de</strong> manera, que <strong>de</strong>seaba que el<br />
pícaro me lo quitara <strong>de</strong> <strong><strong>de</strong>l</strong>ante, y convidéle a aquel hidalgo con él, diciendo que había<br />
cenado; él lo probó y aprobó, y alabando el picante <strong>de</strong> la pimienta y cebolla, y la limpieza<br />
<strong>de</strong> las manos que lo habían hecho, se acabó junto con el cabo <strong>de</strong> vela. Comenzó este a<br />
<strong>de</strong>cir: Pícaro, trae aquí velas. ¿Cuáles velas? preguntó el pícaro, váyase a pasear, y <strong>de</strong>je las<br />
velas. a fe <strong>de</strong> hidalgo, dijo aquel gentil-hombre, que os tengo <strong>de</strong> hacer quitar la ración. Eso<br />
fuera, dijo el pícaro, si me la hubieran dado, pero la que no se ha dado, mal se pue<strong>de</strong> quitar,<br />
que como sabe, ha más <strong>de</strong> cuatro meses que no se da ración en esta casa. Oh villano, dijo el<br />
otro, <strong>de</strong>shonra buenos; ¿y tal has <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir? Los mal nacidos como éste infaman las casas <strong>de</strong><br />
los señores, que no saben tener paciencia ni sufrir un mal día; luego echan las faltas en la<br />
cara; no se contentan con el respeto que les tienen por servir a quien sirven; mal calláre<strong>de</strong>s<br />
vos lo que yo he callado, y sufriéra<strong>de</strong>s lo que yo he sufrido, y hubiéra<strong>de</strong>s hecho lo que yo<br />
he hecho, supliendo sus faltas, gastando mi hacienda, prestando mi dinero, y diciendo<br />
muchas mentiras por disculpar sus <strong>de</strong>scuidos. Los bien nacidos tienen consi<strong>de</strong>ración a las