El Crotalón - Biblioteca Virtual Universal
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GALLO. ¿Qué quieres que te diga a eso sino lo que se puede presumir de mí? En fin, yo<br />
lo hazía como todos los otros pastores merçenarios, que no tenemos ojo ni cuenta sino el<br />
proprio interés y salario, obladas y pitangas de muertos, y cuanto a las conçiençias y<br />
pecados, cuanto quiera que fuessen graves no les dezía más sino: «No lo hagáis otra vez.»<br />
Y esto, aunque çien vezes me viniessen lo mesmo a confessar; y aun esto era cuanto a los<br />
pecados claros, y que ninguna dificultad tenían. Pero en otros pecados que requerían algún<br />
consejo, estudio y miramiento disimulaba con ellos, porque no sabía yo más en el juizio de<br />
aquellas causas que sabía cuando rodé por la montaña sobre Taxo. En fin, en todo me había<br />
como aquel merçenario que dize Cristo en el Evangelio, que cuando ve venir el lobo a su<br />
ganado huye y lo desampara. Ansí en cualesquiera neçesidades y afrentas que al feligrés se<br />
le ofreçen me tocaba poco a mí, y menos me daba por ello.<br />
MIÇILO. Dime, si en una Cuaresma sabías que algún feligrés estaba en algún pecado<br />
mortal, de alguna enemistad o en amistad viçiosa con alguna muger, ¿qué hazías?, ¿no<br />
trabajabas por hazer a los unos amigos, y a los otros buscar medios honestos y secretos<br />
cómo los apartar del pecado?<br />
GALLO. Esos cuidados ninguna pena me daban. Proprios eran del proprio pastor;<br />
viniesse a verlos y proveerlos. Comíasse él en cada un año treçientos ducados que valía el<br />
beneffiçio paseándose por la corte, ¿y había yo de llevar toda la carga por dos mil<br />
maravedís? No me pareçe cosa justa.<br />
MIÇILO. ¡Ay de las almas que lo padeçían! Ya me pareçe que te habías obligado con<br />
aquella condiçión, que el cura su culpa pagará.<br />
GALLO. Dexemos ya esto. Y quiero te contar un aconteçimiento que passé en un<br />
tiempo, en el cual, juntamente siéndote graçioso, verás y conoçerás la vanidad desta vida, y<br />
el pago que dan sus viçios y deleites. Y también verás el estado en que está el mundo, y los<br />
engaños y laçivia de las perversas y malas mugeres, y el fin y daño que sacan los que a sus<br />
suçias conversaçiones se dan. Y viniendo al caso sabrás que en un tiempo yo fue un muy<br />
apuesto y agraçiado mançebo cortesano y de buena conversaçión, de natural criança y<br />
contina residençia en la corte de nuestro rey, hijo de un valeroso señor de estado y casa<br />
real; y por no me dar más a conoçer basta, que porque hace al proçeso de mi historia te<br />
llego a dezir, que entre otros previllegios y gajes que estaban anejos a nuestra casa, era una<br />
compañía de < > lanças de las que están en las guardas del reino, que llaman hombres de<br />
armas de guarniçión. Pues passa ansí que en el año del señor de mil y quinientos y veinte y<br />
dos, cuando los françesses entraron en el reino de Navarra con gran poder, por tener<br />
ausente a nuestro prínçipe, rey y señor, se juntaron todos los grandes y señores de Castilla,<br />
guiando por gobernador y capitán general el condestable Don Yñigo de Velasco para ir en<br />
la defensa y amparo y restituçión de aquel reino, porque se habían ya lançado los fraçesses<br />
hasta Logroño; y ansí por ser ya mi padre viejo y indispuesto me cometió y dio el poder de<br />
su capitanía con çédula y liçençia del rey; y ansí cuando por los señores gobernadores fue<br />
mandado mover, mandé a mi sota capitán y alférez que caminassen con su estandarte,<br />
siendo todos muy bien proveídos y basteçidos por nuestra reseña y alarde. Y porque yo<br />
tenía çierto negoçio en Logroño en que me convenía detener, le mandé que guiassen, y por<br />
mi carta se pressentassen al señor capitán general, y yo quedé allí; y después, cuando tuve