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La lealtad de los delincuentes - tonisoler

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¡Jo<strong>de</strong>r! Menudo marrón. Tenía que preparar un currículum e ir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Mas<br />

Camarena hasta el centro <strong>de</strong> Valencia, todo en menos <strong>de</strong> una hora. Y con<br />

resaca. Y <strong>de</strong> las buenas.<br />

Tiempo récord.<br />

Allí estaba, a la hora convenida y con una ruina <strong>de</strong> currículum bajo el<br />

brazo, repleto <strong>de</strong> fechas inventadas y encabezado por la única fotografía<br />

que aún conservaba en el disco duro <strong>de</strong> mi or<strong>de</strong>nador. Era <strong>de</strong> cuando acabé<br />

en la Facultad <strong>de</strong> Derecho y se trataba <strong>de</strong> la foto <strong>de</strong> carné más rentable <strong>de</strong><br />

la historia <strong>de</strong> las fotos <strong>de</strong> carné. Me la hice para la orla <strong>de</strong> final <strong>de</strong> carrera<br />

y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces me había acompañado a todas partes: pasaporte, carné<br />

<strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntidad, <strong>de</strong> conducir, <strong>de</strong>l vi<strong>de</strong>oclub, vamos, <strong>de</strong> cualquier sistema <strong>de</strong><br />

i<strong>de</strong>ntificación que requiriera <strong>de</strong> una maravil<strong>los</strong>a sonrisa. Ahora, diez años<br />

<strong>de</strong>spués, observaba en el espejo <strong>de</strong>l ascensor <strong>de</strong>l edificio don<strong>de</strong> vivían mis<br />

padres, a las nueve y media <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> un sábado, la misma sonrisa; eso<br />

sí, un pelín más estropeada, seguramente por el efecto <strong>de</strong> las prominentes<br />

entradas que comenzaban a aparecer en mi frente.<br />

Me miré con <strong>de</strong>tenimiento durante <strong>los</strong> treinta segundos que tardaba aquel<br />

elevador claustrofóbico en subir <strong>los</strong> cinco pisos que separaban a mis padres<br />

<strong>de</strong>l nivel <strong>de</strong>l mar y di el visto bueno al equipaje que había elegido para la<br />

ocasión: vaqueros Lee, camisa blanca <strong>de</strong> Armani y americana <strong>de</strong> Zegna.<br />

Arreglado pero informal.<br />

Vivían en un piso amplio, no como <strong>los</strong> que se habían hecho en el último<br />

boom inmobiliario. Doscientos metros cuadrados, techos altos, cinco<br />

dormitorios y un salón comedor <strong>de</strong> casi cincuenta metros. Mi padre había sido<br />

promotor <strong>de</strong> viviendas a pequeña escala y no le había ido mal <strong>de</strong>l todo en la<br />

vida, a pesar <strong>de</strong> jubilarse antes <strong>de</strong>l año 2000. Quizá por eso se había salvado.<br />

Salí al rellano y me preparé para pasar una velada cargada <strong>de</strong> reproches.<br />

—Hola, chiqui —saludé a mi madre al abrirme la puerta.<br />

—Menudo día nos has dado —contestó, dándome un achuchón cariñoso.<br />

Eso era lo bueno que tenía mi madre. No era capaz <strong>de</strong> permanecer<br />

disgustada conmigo más <strong>de</strong> diez minutos seguidos.<br />

—Tienes que llamar a tu hermana y disculparte.<br />

—Bueno, estoy aquí, ¿no? —solté <strong>de</strong> malas maneras.<br />

Ya se le había pasado el enfado, ¿por qué iba entonces a fingir con ella?<br />

Lo último que me apetecía era aquella cena, y para colmo, con el cansino<br />

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