La lealtad de los delincuentes - tonisoler

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Me cepillé los dientes a conciencia, pero era imposible desprenderme de la sensación empalagosa por la mezcla de alcohol y de drogas. Bebí agua y sentí un fuerte dolor en el esternón. Bebí más y conseguí aliviarlo. Busqué el móvil. Tenía tres llamadas perdidas de Marta y un mensaje: “Creía q habíamos quedado. No t espero más. Eres idiota”. Miré la hora. Eran las tres y media de la tarde. Entonces sí, rompí a llorar. Traté de llamarla varias veces, pero no obtuve respuesta. Últimamente no hacía más que defraudar a todos los que me querían: a mi hermana, a mis padres y ahora también a Marta. Los pilares de mi existencia, esos que pensaba que eran tan fuertes, se estaban fracturando y, aun así, yo no ponía ningún remedio. Toda mi vida parecía haberse estructurado de forma sencilla, sin esfuerzo, casi por arte de magia. El resultado era perfecto. Éxito tras éxito había ido recorriendo un camino sin obstáculos. Un camino que sólo me había puesto a prueba en situaciones en las que yo estaba muy por encima del problema. Nunca había tenido que pedir ayuda a nadie y, por supuesto, no admitía consejos. Era autosuficiente en el control de mis decisiones. Había sido fácil, demasiado fácil. Ahora, sin saber cómo, me encontraba envuelto en una espiral de desesperación. No sabía hacia dónde dirigirme. No sabía qué tenía que hacer. Pasé la tarde encerrado en casa. No quería ver a nadie. Llevaba veinticuatro horas sin comer. Tenía llamadas de Ángel y Carlos, pero no quería hablar con ellos. No les culpaba por encontrarme en esa situación, sabía que la culpa era mía, había perdido las riendas de mi vida y sólo a mí me correspondía recuperarlas. Tenía que hacerlo. Necesitaba volver a sentirme bien, orgulloso de mí mismo. Tenía que recuperar la chispa, intentarlo por lo menos. ¡Coger el toro por los cuernos! Pero, ¿cómo? Todo lo que realmente sabía hacer, ahora no servía para nada. Si había dejado de pelear era precisamente por eso. El resto de la semana la pasé compadeciéndome de mí mismo. Sólo salí de casa para ir a comprar la prensa y tabaco. Hacía meses que había dejado de leer el periódico a diario. Llegó un momento en que perdí el interés. Me conformaba con ver las noticias de vez en cuando. Todo eran mentiras y desgracias. Yo entendía cómo se había llegado a una crisis de estas magnitudes; es más, era perfectamente consciente de lo que iba a pasar. Eso me había dado cierta ventaja. Conseguí vender a tiempo el apartamento de la playa, quitándome una hipoteca que ahora me estaría asfixiando y recuperé una posición de liquidez suficiente para vivir tranquilo durante un tiempo. Además, tenía 36
el paro y la indemnización que conseguí sacarle a mi empresa antes de que empezara el concurso de acreedores. Sin embargo, en vez de rentabilizar ese pequeño capital, estaba puliendo euros. La factura de los últimos meses estaba resultándome demasiado cara, económica y mentalmente. 37
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