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La lealtad de los delincuentes - tonisoler

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fiesta. No por él, claro, que llegaba a ser irreverente y <strong>de</strong>spreciable, sino por el<br />

séquito <strong>de</strong> mujeres libertinas que siempre llevaba consigo.<br />

Preparé la barbacoa, bajé el volumen <strong>de</strong> la tele y puse musiquita. Lo mejor<br />

<strong>de</strong>l momento: We sing, we dance. We steal things <strong>de</strong> Jason Mraz.<br />

Tardaron una hora en llegar. Venían <strong>de</strong> la playa, habían estado en una<br />

terraza <strong>de</strong>l paseo <strong>de</strong> Neptuno, en la playa <strong>de</strong> las Arenas, así que imaginé que<br />

llevaban dos o tres cervezas cada uno en el cuerpo.<br />

Les abrí la verja <strong>de</strong> la urbanización. Venían hacia mi casa armando bastante<br />

follón. <strong>La</strong>s carcajadas que el alcohol producía en aquellas mujeres resonaban<br />

estri<strong>de</strong>ntes por el contraste <strong>de</strong> la mañana.<br />

Me acerqué a la nevera, saqué una birra y me la bebí <strong>de</strong> un trago.<br />

—Tonelo, estas son Andrea, Sonia y Princesa Bella.<br />

Risas.<br />

Car<strong>los</strong> siempre hacía lo mismo. Le gustaba ser generoso con sus conquistas,<br />

siempre y cuando ya hubiesen sucumbido a sus encantos. Para él eran como<br />

pañue<strong>los</strong> <strong>de</strong> usar y tirar. Eso sí, antes <strong>de</strong> usar el último no iba a permitir que<br />

nadie invadiese lo que para él era propiedad privada. Por eso lo hacía, para<br />

indicar cuál era su víctima. Esta vez Princesa Bella era la menos guapa <strong>de</strong> las<br />

tres, pero la que mejor cuerpo tenía. Un cañón. Así era Car<strong>los</strong>. Sólo una cosa le<br />

gustaba más que el dinero: las mujeres con cuerpos mol<strong>de</strong>ados, con un buen<br />

par <strong>de</strong> tetas, naturales o no, y un trasero redondito y bien puesto en su sitio.<br />

—Encantado. Estáis en vuestra casa.<br />

Salimos al jardín. <strong>La</strong> música animaba bastante y, mientras Car<strong>los</strong><br />

bailoteaba con su princesa, yo ponía al corriente a las otras dos muchachas<br />

<strong>de</strong> lo que iban a comer.<br />

—¿Te has enterado <strong>de</strong> lo <strong>de</strong> Fran? —me preguntó Car<strong>los</strong> con una risita <strong>de</strong><br />

“cabrón que te cagas” dibujada en la cara.<br />

—Está durmiendo arriba —le informé, haciéndole una señal con el <strong>de</strong>do<br />

para que bajara la voz.<br />

—¡No me jodas! ¿Qué te ha contado?<br />

—Ya te lo contará él —le dije, cortante.<br />

No tenía la menor intención <strong>de</strong> sacar a la luz las <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong> Fran <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> aquellas dos <strong>de</strong>sconocidas.<br />

Me fijé en Andrea y en Sonia. Eran las dos <strong>de</strong> la misma estatura,<br />

aproximadamente un metro sesenta. Parecían divertidas o, al menos, habían<br />

venido con ganas <strong>de</strong> divertirse. Andrea era rubia y Sonia pelirroja. Sonia<br />

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