La lealtad de los delincuentes - tonisoler
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11. Feliz cumpleaños<br />
El resto <strong>de</strong> la semana fue un auténtico tormento. Tenía la sensación <strong>de</strong> que<br />
todo se <strong>de</strong>smoronaba. Mis amigos eran un auténtico fracaso. Ángel era un<br />
cocainómano irresponsable, Car<strong>los</strong> un egoísta mujeriego y Dani un <strong>de</strong>lincuente.<br />
Pero yo no era mucho mejor que el<strong>los</strong>. Me había <strong>de</strong>jado llevar por cada uno <strong>de</strong><br />
mis <strong>de</strong>fectos y lo había echado todo a per<strong>de</strong>r. Antes tenía ilusiones, era feliz y<br />
controlaba el rumbo <strong>de</strong> mi vida. Ahora sólo tenía problemas y, a<strong>de</strong>más, había<br />
perdido a Marta para siempre.<br />
Llegó el domingo. Estaba impaciente. No tenía ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cómo iban a<br />
reaccionar todos en cuanto Dani confesara lo que había hecho. Quería que<br />
lo contara, Ángel merecía saber la verdad, todos lo merecían. Sin embargo,<br />
me azotaba un profundo sentimiento <strong>de</strong> culpa por obligarle a hacerlo. Era<br />
consciente <strong>de</strong> que iba a ser la confesión más dura y vergonzosa <strong>de</strong> toda su<br />
vida. Seguramente no le perdonarían nunca. No obstante, lo había meditado<br />
mucho. Dos días y dos noches sin absolutamente nada más en la cabeza.<br />
Y había tomado una <strong>de</strong>cisión: sí, yo le perdonaría. Mi amistad hacia él era<br />
más fuerte que todos mis reproches a sus actos y, a<strong>de</strong>más, lo vi realmente<br />
arrepentido.<br />
Llegué a casa <strong>de</strong> Álex el primero. Rubén, su hijo, saltó <strong>de</strong>l sofá nada más<br />
verme y se me acercó corriendo para darme un abrazo. Sentí felicidad, en ese<br />
momento envidiaba a sus padres.<br />
—¿Me has traído algún regalo? —preguntó, con esos ojos inocentes que<br />
sólo <strong>los</strong> niños saben poner.<br />
—¡Claro que sí, enano!<br />
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