La lealtad de los delincuentes - tonisoler

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de Molina. Era sábado noche y seguro que los colegas jugarían partidita de póquer en casa de Angelito. Fui directo al despacho de mi padre. Sin duda, él estaría allí, esperándome, satisfecho una vez más de haber dirigido con éxito mi voluntad. Sabía que yo no tragaba a Molina. Sabía que era casi imposible que Molina pudiera hacer nada por meterme en el Banco de Valencia. Sabía cómo estaban las cosas. Pero allí estaba yo para seguirle el juego. Cada vez que le votaba la canica conseguía lo que quería de mí, sabía cómo hacerlo. Es lo que tenía un padre como el mío. Le admiraba. Había conseguido todo lo que había deseado y todo a base de currar, currar y currar, en un sector muy complicado y encima de forma honrada. De eso era de lo que más orgulloso me sentía. Yo había trabajado los últimos cinco años en el sector inmobiliario gracias, en parte, a los contactos de mi padre y al Máster en Urbanismo que precisamente él me sugirió que estudiara. Había llegado a ser, con tan sólo treinta y tres años, delegado de la Comunidad Valenciana de una promotora de ámbito nacional. Y había ganado pasta. Todo, en gran medida, gracias a mi padre: “El capitán Batallas”, como les gustaba llamarle a todos los promotores, arquitectos, aparejadores, notarios… con los que yo me encontraba y que eran de su quinta. —Hola, papá. Ya estoy aquí. ¿A qué hora llegan los Molina? —le pregunté como si no pasara nada. —Siéntate —ordenó. Acaté el imperativo y se quedó mirándome. Estuvo durante casi un minuto clavando sus ojos en los míos. ¡Menudo cabronazo estaba hecho! Consiguió que yo desviara la mirada. Yo era bueno en eso, pero él era mejor y yo, además, tenía resaca. Le había fallado en una petición ridícula, aunque para él cualquier compromiso era cuestión de vida o muerte. —Lo siento, papá. —El primer paso para el perdón está en el arrepentimiento —sentenció. Era una de sus célebres frases. La había escuchado desde pequeño y la tenía muy presente cuando metía la pata con él. —Sé que eres un tío listo. Lo has demostrado. Has estado al mando de un equipo de personas, has asumido tus responsabilidades y has creado mucho valor añadido. Has sido eficiente y has obtenido beneficios con ello. Tanto tú como yo sabemos que Molina y su puñetero banco no son una opción, pero te 16
estás apartando, ya no del mundo económico y empresarial, sino de lo más importante de todo: la información. Molina no es precisamente un crack, pero domina la información. Está donde está porque nunca ha dejado de estar enterado de todo. Nunca ha perdido sus contactos. Mira, yo he pasado muchas crisis. Vale, no como ésta, pero he peleado y nunca me he rendido. ¿Qué estás haciendo tú? Llevas seis meses de juerga. Si no funciona el sector que dominas, pues te cambias, pero deberías dejar de esperar y centrarte o perderás el dominio de la información. ¿Me entiendes? —Te entiendo y… Bip-Bip. Sms entrante. “Pker mi csa. 11h.” —Vale, papá. Llegaron los Molina, cenamos y hablamos de lo realmente mal que estaba todo. Me dio la sensación de que nadie sabía hablar de otra cosa. Las desgracias que la crisis estaba produciendo preocupaban a la mitad de la población, mientras la otra mitad, jodidos o no, entregaban sus esperanzas, con una fe ciega, a los representantes de sus ideales. Y luego estaban mis colegas, figurantes que en ese momento estaban jugando al póquer sin mí en casa de Angelito, mientras yo me empapaba de “información”. 17
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