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La lealtad de los delincuentes - tonisoler

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—¡No soy enano, ya tengo cuatro años!<br />

Le di el juguete que había comprado para él y disfruté <strong>de</strong> su cara <strong>de</strong><br />

sorpresa cuando lo <strong>de</strong>senvolvió. Dicen que <strong>los</strong> niños se ríen más <strong>de</strong> cincuenta<br />

veces al día; yo no había sonreído ni una sola vez en tres días.<br />

Los siguientes en llegar fueron Emilio, Quique y sus mujeres, cada una con<br />

sus respectivos carritos. Se extrañaron al verme allí tan pronto. Era evi<strong>de</strong>nte<br />

que me consi<strong>de</strong>raban <strong>de</strong> la otra rama <strong>de</strong> la pandilla.<br />

Saludé a todos y me senté en el sofá acompañado sólo por una cerveza.<br />

<strong>La</strong>s chicas contaban anécdotas sobre sus bebés. El<strong>los</strong> las escuchaban<br />

atentos y orgul<strong>los</strong>os, y asentían con una sonrisa a cada piropo que se <strong>de</strong>cía <strong>de</strong><br />

sus hijos. Hablaban con ternura, con afecto, con <strong>de</strong>spreocupación. Me sentí<br />

completamente fuera <strong>de</strong> lugar.<br />

Pasaron así la hora y media que Alicia y Álex <strong>de</strong>dicaron a preparar la<br />

comida. Sólo me dirigieron la palabra para preguntarme sobre cosas sin<br />

importancia. Era como si perteneciéramos a dos mundos distintos, como si yo<br />

no estuviese a su altura. Como si no pudieran incluirme en su conversación<br />

porque daban por hecho que no me interesaba. Pero eso no era cierto. Les<br />

envidiaba. Anhelaba sentirme como el<strong>los</strong>. Era como si aquella fracción <strong>de</strong> la<br />

pandilla tuviese la respuesta al sentido <strong>de</strong> la existencia. Pensé en Valentina.<br />

Si no hubiésemos roto, yo estaría ahora en su mismo bando. <strong>La</strong> odié todavía<br />

más.<br />

Fue entonces cuando caí en la cuenta. ¿Quién era yo para amargarles la<br />

fiesta? El<strong>los</strong> no querían saber que uno <strong>de</strong> sus amigos era un <strong>de</strong>lincuente. ¿De<br />

qué les serviría saberlo?<br />

Cogí el móvil y llamé a Dani. Tenía que eximirle <strong>de</strong> mi absurda petición.<br />

Pero no logré hacerme con él, tenía el teléfono <strong>de</strong>sconectado.<br />

En ese momento llegaron Ángel y Car<strong>los</strong>. En su línea, a mesa puesta.<br />

Angelito ya lucía mejor cara. Prácticamente habían <strong>de</strong>saparecido las<br />

abolladuras <strong>de</strong> su rostro, aunque todavía mostraba las cicatrices enrojecidas.<br />

—¿Y Fran y Dani? —preguntaron entre risas.<br />

Daba la impresión <strong>de</strong> que venían <strong>de</strong> fiesta y todavía no se hubiesen<br />

acostado. Se reían <strong>de</strong> todo sin ningún motivo, no hicieron ningún caso a<br />

Rubén y tampoco trajeron ningún regalo. Fueron directamente a la nevera a<br />

coger unas cervezas y se refugiaron en un rincón, cuchicheando en voz baja.<br />

De vez en cuando soltaban alguna carcajada. Resultaba hiriente y molesto.<br />

Sentí rabia.<br />

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