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La lealtad de los delincuentes - tonisoler

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Nos introdujimos directamente en las urbanizaciones. El primer taxi <strong>de</strong>l<br />

convoy se <strong>de</strong>tuvo frente a una casa en el lado izquierdo <strong>de</strong> la calle. El <strong>de</strong> Eric<br />

continuó y paró unos cincuenta metros más a<strong>de</strong>lante, y yo seguí conduciendo<br />

sin parar. Doblé por la siguiente esquina, estecioné el coche en doble fila y me<br />

puse a pensar. ¿Por qué estaba siguiendo Eric a ese taxi? No <strong>de</strong>bía ser nada<br />

bueno, <strong>de</strong> eso estaba seguro. ¿Quién iba en él? ¿Su próxima víctima? ¿Qué<br />

<strong>de</strong>monios estaba haciendo yo allí?<br />

Mientras un sinfín <strong>de</strong> preguntas martilleaba mi cabeza, me a<strong>de</strong>lantó el taxi<br />

<strong>de</strong> Eric. Fue sólo un segundo, pero el tiempo suficiente para que el serbio y yo<br />

cruzásemos las miradas a través <strong>de</strong> las ventanillas <strong>de</strong> <strong>los</strong> vehícu<strong>los</strong>. Recé para<br />

que no se hubiese fijado en que les venía siguiendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el centro. Podría<br />

haberme reconocido, aunque era poco probable. Eric era un tipo gran<strong>de</strong>,<br />

rubio y con una enorme cicatriz en la cara, por eso yo me acordaba <strong>de</strong> él. Lo<br />

había visto en un par <strong>de</strong> ocasiones sentado con el Tocha en el garito, justo<br />

antes <strong>de</strong> que Ángel cometiera la gran estupi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su vida. Sin embargo, yo<br />

era un tipo corriente que no llamaba la atención y el garito siempre estaba a<br />

parir <strong>de</strong> gente. No tenía por qué haberme reconocido. Aun así, me retorcí en<br />

el asiento <strong>de</strong> mi coche. Tuve la sensación <strong>de</strong> estar metiéndome <strong>de</strong> lleno en la<br />

cueva <strong>de</strong>l lobo. Tenía que largarme <strong>de</strong> allí y me culpé a mí mismo por ser tan<br />

temerario. Arranqué y di una vuelta a la manzana, apunté el nombre <strong>de</strong> la<br />

calle y el número <strong>de</strong> la casa en la que había parado el primer taxi y marqué el<br />

número <strong>de</strong> teléfono <strong>de</strong> Alicia.<br />

—¿Toni? —contestó.<br />

—Sí, soy yo. ¿Cómo estás, guapa?<br />

—Bien, ¿y tú?<br />

—Bastante bien, ¿te pillo en el Registro?<br />

—No. Estoy en casa. Los tiempos en <strong>los</strong> que iba por la tar<strong>de</strong> pasaron a<br />

mejor vida. Con esto <strong>de</strong> la crisis hemos tenido un bajón importante, así que<br />

mis chicos se las apañan so<strong>los</strong>.<br />

—Necesito un pequeño favor —le dije.<br />

—¡Miedo me das! Cada vez que me pedías algo hace unos meses me tenía<br />

que saltar todas las reglas.<br />

—Necesito que me averigües el propietario <strong>de</strong> una casa. ¿Tienes papel y<br />

lápiz a mano? —le pregunté.<br />

—Ahora mismo no. Envíame la dirección por sms.<br />

—De acuerdo.<br />

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