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La lealtad de los delincuentes - tonisoler

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—Ya.<br />

—Me costó más <strong>de</strong> media hora llegar y por poco no me atropella un camión<br />

por la puñetera carretera <strong>de</strong> Bétera. Al llegar a mi urbanización encontré el<br />

coche <strong>de</strong> Silvia aparcado en la puerta y vi que las luces <strong>de</strong>l salón <strong>de</strong> mi casa<br />

estaban encendidas, así que la volví a llamar con el móvil; no quería entrar<br />

sin avisar. Pero tampoco entonces me cogió el teléfono. Le mandé unos veinte<br />

mensajes, y nada. Sin respuesta. ¿Sabes el pino que hay justo enfrente <strong>de</strong> mi<br />

casa? —preguntó, dando por hecho que yo sí lo recordaba—. Pues me subí a<br />

él para intentar verla por la ventana. Estuve allí durante horas, subido en el<br />

jodido pino; parecía un acosador. Me vieron varios vecinos y ni siquiera se<br />

atrevieron a saludarme. Cuando ya no podía más bajé, saqué las llaves <strong>de</strong><br />

casa y me acerqué. Puse la oreja pegada a la puerta y oí voces. Metí la llave<br />

y… ¡Jo<strong>de</strong>r! ¡Ha cambiado la puta cerradura! Llamé a la puerta… ¡Qué cojones!<br />

Aporreé la puerta —hizo otra pausa. Estaba realmente cabreado—. Y nada,<br />

tampoco así reaccionó. Estaba allí, a tan sólo unos metros <strong>de</strong> mí y no quiso<br />

<strong>de</strong>jarme entrar.<br />

—Bueno, tío, ya se le pasará. Tú no le has hecho nada. Seguro que hoy te<br />

pi<strong>de</strong> perdón —traté <strong>de</strong> animarle.<br />

—¡¿Perdón?! —volvió a gritar.<br />

—Ya verás como…<br />

—¡No veré una puta mierda, Tonelo! He pasado toda la noche encima <strong>de</strong><br />

un pino, cubierto <strong>de</strong> resina y <strong>de</strong> hormigas, y… ¿Adivina quién ha salido <strong>de</strong><br />

“mi” casa a las diez <strong>de</strong> la mañana? ¡Jo<strong>de</strong>r! ¡Su jodido jefe! ¡Hijo <strong>de</strong> puta! ¡El<br />

muy cabrón! ¡El jodido explotador que tanto la puteaba en el trabajo!<br />

Ahora sí estaba fuera <strong>de</strong> sí.<br />

—¡Será zorra! —grité yo.<br />

Entonces me miró como si con aquellas palabras hubiese cometido la peor<br />

ofensa imaginable. El dolor y el cabreo se borraron en apenas un instante <strong>de</strong><br />

su cara y completamente compungido me soltó:<br />

—No la llames zorra.<br />

—Vale —contesté, encogiéndome <strong>de</strong> hombros.<br />

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