La lealtad de los delincuentes - tonisoler
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—Claro que no —contesté yo.<br />
<strong>La</strong> sacó con cuidado. Estaba durísima. Se agachó y se la metió en la boca.<br />
Tardé apenas unos minutos en correrme. Me limpié y salí <strong>de</strong> allí. Ella se quedó.<br />
Al regresar a la mesa, Sonia me miró como si tratase <strong>de</strong> adivinar lo que<br />
había ocurrido.<br />
—¿Qué hacíais? ¡Golfos! —preguntó Car<strong>los</strong>.<br />
—Parece que Andrea ha pasado por su casa para recoger el espejito mágico<br />
—improvisé, sobreactuando una sonrisa y sin atreverme a mirar a Sonia a la<br />
cara.<br />
Cenamos allí mismo. Bebimos vino e hicimos nuevas excursiones al cuarto <strong>de</strong><br />
baño. Sonia se las arreglaba siempre para no <strong>de</strong>jarme a solas con Andrea y yo<br />
me las arreglaba para no quedarme a solas con ninguna <strong>de</strong> las dos.<br />
A medianoche íbamos <strong>los</strong> tres como motos. Car<strong>los</strong> llevaba un buen rato<br />
tratando <strong>de</strong> que nos fuésemos a su casa y Sonia y Andrea parecían estar <strong>de</strong><br />
acuerdo. No obstante, yo prefería seguir allí, aunque al final no tuve más<br />
remedio que ce<strong>de</strong>r. Pagamos la cuenta y nos metimos en mi coche. El trayecto<br />
fue corto. A <strong>los</strong> ciento cincuenta metros <strong>de</strong> arrancar, perdí el control <strong>de</strong>l<br />
coche en una rotonda y le pegué un golpe tremendo con la rueda <strong>de</strong>lantera<br />
al bordillo <strong>de</strong> la acera. Era uno <strong>de</strong> esos bordil<strong>los</strong> que medían al menos treinta<br />
centímetros <strong>de</strong> alto. <strong>La</strong> dirección comenzó a hacer un ruido infernal y tuve que<br />
<strong>de</strong>tener el coche para echar un vistazo. <strong>La</strong> rueda estaba torcida hacia a<strong>de</strong>ntro<br />
en un ángulo <strong>de</strong> cuarenta y cinco grados.<br />
Sentado en aquel bordillo traté <strong>de</strong> explicarme cómo coño había ocurrido<br />
aquello, mientras observaba aturdido <strong>los</strong> daños <strong>de</strong> mi Volkswagen Golf.<br />
Car<strong>los</strong>, Sonia y Andrea salieron también <strong>de</strong>l vehículo, indiferentes a lo que<br />
había pasado.<br />
—¡Jo<strong>de</strong>r, tío, esto te va a costar una pasta! —se mofó Car<strong>los</strong>, mientras<br />
observaba cómo había quedado la dirección.<br />
<strong>La</strong> música seguía sonando en el equipo y Sonia y Andrea se pusieron a<br />
bailar. <strong>La</strong>s miré alucinado. Un miércoles por la noche. <strong>La</strong> una <strong>de</strong> la madrugada.<br />
No se veía un alma. El paseo <strong>de</strong> la playa <strong>de</strong> las Arenas estaba <strong>de</strong>sierto. Acababa<br />
<strong>de</strong> cargarme mi coche y aquellas dos <strong>de</strong>sgraciadas estaban bailando como si<br />
nada en mitad <strong>de</strong> la calle.<br />
Apagué la música y agarré a Car<strong>los</strong> por el brazo. Le miré muy serio y le pedí<br />
que se marcharan, yo me quedaría allí esperando a una grúa. Me costó un<br />
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