La sociedad del espectáculo
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<strong>La</strong> <strong>sociedad</strong> <strong>del</strong> <strong>espectáculo</strong><br />
Guy Debord<br />
algún programa literario de la televisión, y al día siguiente no se<br />
hablaría más <strong>del</strong> asunto. Ese divertido error <strong>del</strong>ata muy a las claras<br />
el ambiente en que se originó. Evidentemente, si alguien publica<br />
en nuestros días un verdadero libro de crítica social, se abstendrá<br />
seguramente de ir a la televisión o a otros coloquios de esa clase, de<br />
manera que se hablará de él todavía diez o veinte años después.<br />
A decir verdad, creo que no hay nadie en el mundo que sea<br />
capaz de interesarse por mi libro, salvo aquellos que son enemigos<br />
<strong>del</strong> orden existente y que actúan efectivamente a partir de esta<br />
situación. <strong>La</strong> certeza que tengo al respecto, bien fundada en teoría,<br />
se ve confirmada por la observación empírica de las pocas alusiones<br />
y críticas indigentes que ha suscitado entre quienes ostentan –o se<br />
están esforzando por adquirir– la autoridad de hablar en público<br />
dentro <strong>del</strong> <strong>espectáculo</strong>, <strong>del</strong>ante de otros que callan. Estos diversos<br />
especialistas en apariencia de discusiones que se llaman todavía,<br />
aunque abusivamente, culturales o políticas, han adaptado necesariamente<br />
su lógica y su cultura a las <strong>del</strong> sistema que los puede<br />
emplear, y no solamente porque han sido seleccionados por él, sino<br />
ante todo porque jamás han sido instruidos por ninguna otra cosa.<br />
Entre quienes han citado el libro atribuyéndose alguna importancia,<br />
no he visto hasta ahora ni uno solo que se haya atrevido a<br />
decir, siquiera sumariamente, de qué hablaba: en realidad, para<br />
ellos no se trataba sino de dar la impresión de que lo ignoraban. Al<br />
mismo tiempo, todos los que le han encontrado un defecto parecen<br />
no haberle encontrado otros, puesto que no han dicho de él nada<br />
más. Pero cada vez el defecto preciso parecía suficiente para dejar<br />
satisfecho a su descubridor. Uno había visto que el libro no abordaba<br />
el problema <strong>del</strong> Estado; otro había visto que el libro no tenía<br />
en cuenta la existencia de la historia; otro lo rechazó como un elogio<br />
irracional e incomunicable de la pura destrucción; otro lo condenó<br />
por ser la guía secreta de la conducta de todos los gobiernos que<br />
se habían constituido desde su aparición. Otros cincuenta llegaron<br />
inmediatamente a otras tantas conclusiones singulares, dentro <strong>del</strong><br />
mismo sueño de la razón. Y lo escribieron en periódicos, en libros<br />
o en panfletos compuestos ad hoc, todos empleaban, a falta de algo<br />
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