La sociedad del espectáculo
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<strong>La</strong> <strong>sociedad</strong> <strong>del</strong> <strong>espectáculo</strong><br />
Guy Debord<br />
terroristas que la autonomía obrera tiene supuestamente en reserva.<br />
Eso no es más que una boccazada particularmente cochina, porque<br />
todo el mundo sabe que hasta aquel momento, y aun mucho después,<br />
la “brigada roja” se había abstenido cuidadosamente de atacar personalmente<br />
a los estalinistas. No elige al azar sus períodos de actividad,<br />
ni escoge a las víctimas a su antojo, por mucho que se esfuerce por<br />
dar esa impresión. En semejante clima, se observa inevitablemente<br />
el crecimiento de una franja periférica de un terrorismo sincero y<br />
de bajo nivel, más o menos vigilado y tolerado por el momento como<br />
un vivero en el cual se puede siempre pescar por encargo a algunos<br />
culpables para servirlos en bandeja; pero la “fuerza de choque” de las<br />
intervenciones centrales no puede menos de estar compuesta por<br />
profesionales, y cada detalle de su estilo lo confirma.<br />
El capitalismo italiano, y su personal gubernamental con él,<br />
se halla dividido ante la cuestión <strong>del</strong> empleo de los estalinistas;<br />
cuestión efectivamente vital y eminentemente incierta. Ciertos<br />
sectores modernos <strong>del</strong> gran capital privado están o han estado<br />
resueltamente a favor; otros, apoyados por muchos administradores<br />
<strong>del</strong> capital de las empresas semiestatales, se muestran más<br />
bien hostiles. El personal dirigente <strong>del</strong> Estado goza de una amplia<br />
autonomía de maniobra, ya que las decisiones <strong>del</strong> capitán priman<br />
sobre las <strong>del</strong> armador cuando el barco se está hundiendo; pero<br />
ellos mismos están divididos. El porvenir de cada clan depende de<br />
la manera como sabrá imponer sus razones, demostrándolas en la<br />
práctica. Moro creía en el “compromiso histórico”, es decir, en la<br />
capacidad de los estalinistas de quebrantar finalmente el movimiento<br />
de los obreros revolucionarios. Otra tendencia, la que por<br />
el momento está en condiciones de mandar en quienes controlan a<br />
la “brigada roja”, no compartía esa creencia, o por lo menos consideraba<br />
que a los estalinistas, por los escasos servicios que puedan<br />
prestar y que prestarán de todas formas, no hay que tratarlos con<br />
demasiados miramientos sino apalearlos más rudamente para que<br />
no se pongan demasiado insolentes. Por lo visto, este análisis no<br />
carecería de valor, pues cuando se secuestró a Aldo Moro, a manera<br />
de afrenta inaugural al “compromiso histórico” por fin autentificado<br />
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