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inspiró paradójicamente en un sentimiento tan visceral y tan poco retiniano<br />
como el erotismo. El verdadero erotismo.<br />
Adoptar una postura ecléctica, anárquica o híbrida puede ser el saludable<br />
empujón que nos ayude a desplegar las alas para la vida en <strong>sociedad</strong>, nuestras<br />
propias alas, alas que carecerán de nombre porque no nos hará falta<br />
“señalarlas con el dedo”, tal como hacían los primeros habitantes de Macondo<br />
cuando su mundo apenas estaba inventado.<br />
Precisamente, para Eliot, la culpa de estos encasillamientos las tienen, ni más<br />
ni menos, las palabras, esas malditas:<br />
<strong>La</strong>s palabras se esfuerzan, se resquebrajan, a veces se rompen bajo la carga y la<br />
tensión. Resbalan, se deslizan, perecen. <strong>La</strong> imprecisión las deteriora, pierden su<br />
sitio, pierden su fijeza.<br />
Sí, las malditas palabras, las que nos alejan de la realidad, de la realidad tal y<br />
como es, no tal y como queremos que sea. En ocasiones nos hallamos<br />
luchando con fantasmas al batallar con las palabras, porque son las palabras<br />
las que determinan los encajonamientos, las que actúan como espuelas. Si el<br />
universo es infinito, insondable, el sólo hecho de utilizar las palabras ya es un<br />
ismo en sí mismo, un palabrismo, porque verbalizar supone encajonar: creer<br />
que sólo las palabras conducen el saber es ceñir la sabiduría a lo físico, porque<br />
el lenguaje es algo físico, que se aparta de la idea de que el universo, en<br />
realidad, no se explica con palabras. El universo no se explica, se experimenta.<br />
Por algo ya Lord Chandos, en su famosa carta, abandonó la fútil escritura. Por<br />
algo Bartleby. Por algo Duchamp.<br />
Y quizás, lo peor de todo (¿lo mejor?) es que estas palabras, este palabrismo al