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Excodra XXVII: La sociedad

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temo que los documentales de National Geographic instruyen más sobre la<br />

política nacional e internacional que cualquier clase magistral en la facultad<br />

de Ciencias Políticas.<br />

¿<strong>La</strong> política crea a las <strong>sociedad</strong>es o la política es reflejo necesario de la<br />

<strong>sociedad</strong> de la que surge —o ambas, y cómo conviven—? Para darle<br />

algunas vueltas...<br />

El hecho de que pertenezca a la <strong>sociedad</strong> —en la actualidad sólo hay una<br />

<strong>sociedad</strong>— no quiere decir que me interese especialmente: la observo como<br />

quien observa un teatrillo de marionetas, a medio camino entre la lástima y la<br />

sonrisa. Y, por otra parte, estoy acostumbrado al análisis de procesos<br />

literarios, de modo que generalmente observo la evolución del mundo en<br />

términos de longue durée. A lo largo de la historia la política se ha regido por<br />

fantasías e imaginaciones absurdas: por ejemplo, el hecho de que el poder se<br />

transmitiera de padres a hijos por línea paterna y en el primogénito; que un<br />

pueblo era el elegido por Dios; que los hombres son los que deben regir el<br />

destino de los pueblos, sin contar con las mujeres; que los ancianos son los<br />

más sabios y prudentes, y por lo tanto, deben dirigir la política; que una raza<br />

era superior a otra; el comunismo; el capitalismo; la socialdemocracia; los<br />

nacionalismos... Todas esas fantasías, como Quetzalcóatl, Dios, Alá, los<br />

unicornios y los faunos, si se creen firmemente, sirven para estabilizar grupos<br />

humanos que de otro modo serían ingobernables. A partir de ochenta o cien<br />

individuos los grupos humanos empiezan a ser caóticos: para que cooperen,<br />

necesitan mitos en los que confiar absoluta y ciegamente, entes ficticios y<br />

creencias comunes, bien sea Catalunya, el Atlético de Madrid, o la esperanza<br />

de las setenta huríes de caderas sensuales. Sí: es bastante ridículo.

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