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hacia una cordialidad relajada y sin fisuras. Tampoco era frecuente descubrirlo<br />
melancólico. Sólo alguna vez tras el fallecimiento de Olalla, con las ascuas del<br />
dolor atizadas por el recuerdo, con el desconsuelo propio de un viudo<br />
cincuentón sin hijos, comentó que no a todo se afai un, que el tiempo y la<br />
salud se iban convirtiendo en un bien precioso, en una cántara escondida<br />
donde ya escaseaban las monedas de oro, o me manifestó casi enojado (y yo<br />
me apresuré a coincidir con él) que el verdadero horror de la vida residía en<br />
que apenas durante unos instantes somos un organismo complejo, vivísimo,<br />
luego flauta de huesos y más tarde ― y para siempre ― polvo y olvido. Sin<br />
embargo, poco después, él mismo se sentiría de pronto aterrado por un<br />
demonio subalterno y disparatado, el demonio de la unanimidad de los rostros<br />
humanos, del molde esencial y su infinita multiplicación.<br />
Era el primer sábado de junio, las pavías aún estaban en flor y unas<br />
cuantas nubecillas hacían del cielo un dálmata compacto y finamente<br />
delineado. Como siempre, nos habíamos citado a las doce del mediodía en la<br />
plaza de la Quintana, al pie del alto muro del monasterio de San Paio,<br />
exactamente bajo la lápida que recuerda entre laureles metálicos “A los héroes<br />
del Batallón Literario de 1808”. Nos saludamos y, parrafeando, emprendimos<br />
nuestra ruta habitual hacia O Gato Negro, en la Rúa da Raíña. En Año Santo,<br />
la ciudad hierve por sus siete puertas de turistas y peregrinos de un modo<br />
todavía más frenético. Muchedumbres ruidosas se agolpaban ante edificios<br />
históricos y hormigueaban hacia tabernas y restaurantes, haciéndolos rebosar.<br />
Una tumultuosa riada cubría implacable el pavimento de granito, los<br />
soportales de granito, las escalinatas de granito, y esa fragosa floración del<br />
gentío reverberaba en todas direcciones y parecía propagarse por los dinteles<br />
de granito, y ascender por fachadas de granito hasta las balconadas y escudos<br />
de granito, hasta las gárgolas y ménsulas de granito, hasta las viejas torres de<br />
granito, embozando con su amalgama de griterío y empellones la música de<br />
plomo de las campanas.