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Excodra XXVII: La sociedad

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hacia una cordialidad relajada y sin fisuras. Tampoco era frecuente descubrirlo<br />

melancólico. Sólo alguna vez tras el fallecimiento de Olalla, con las ascuas del<br />

dolor atizadas por el recuerdo, con el desconsuelo propio de un viudo<br />

cincuentón sin hijos, comentó que no a todo se afai un, que el tiempo y la<br />

salud se iban convirtiendo en un bien precioso, en una cántara escondida<br />

donde ya escaseaban las monedas de oro, o me manifestó casi enojado (y yo<br />

me apresuré a coincidir con él) que el verdadero horror de la vida residía en<br />

que apenas durante unos instantes somos un organismo complejo, vivísimo,<br />

luego flauta de huesos y más tarde ― y para siempre ― polvo y olvido. Sin<br />

embargo, poco después, él mismo se sentiría de pronto aterrado por un<br />

demonio subalterno y disparatado, el demonio de la unanimidad de los rostros<br />

humanos, del molde esencial y su infinita multiplicación.<br />

Era el primer sábado de junio, las pavías aún estaban en flor y unas<br />

cuantas nubecillas hacían del cielo un dálmata compacto y finamente<br />

delineado. Como siempre, nos habíamos citado a las doce del mediodía en la<br />

plaza de la Quintana, al pie del alto muro del monasterio de San Paio,<br />

exactamente bajo la lápida que recuerda entre laureles metálicos “A los héroes<br />

del Batallón Literario de 1808”. Nos saludamos y, parrafeando, emprendimos<br />

nuestra ruta habitual hacia O Gato Negro, en la Rúa da Raíña. En Año Santo,<br />

la ciudad hierve por sus siete puertas de turistas y peregrinos de un modo<br />

todavía más frenético. Muchedumbres ruidosas se agolpaban ante edificios<br />

históricos y hormigueaban hacia tabernas y restaurantes, haciéndolos rebosar.<br />

Una tumultuosa riada cubría implacable el pavimento de granito, los<br />

soportales de granito, las escalinatas de granito, y esa fragosa floración del<br />

gentío reverberaba en todas direcciones y parecía propagarse por los dinteles<br />

de granito, y ascender por fachadas de granito hasta las balconadas y escudos<br />

de granito, hasta las gárgolas y ménsulas de granito, hasta las viejas torres de<br />

granito, embozando con su amalgama de griterío y empellones la música de<br />

plomo de las campanas.

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