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Excodra XXVII: La sociedad

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Severina, controlando mi reacción desde sus ojos color verde­azufre (ojos de<br />

autómata que no admitían réplica, tosca autómata alhajada de sortijas baratas<br />

y acolchada de vestiduras negras que solapaban su corpachón), me explicó sin<br />

asomo de abatimiento que el alma en pena de su hermano pensaba, a lo visto,<br />

enmendarle la plana a Dios y que casi consigue rebanarse cada un dos buracos<br />

do nariz con la navaja, bien guiada desde las aletas hacia arriba, hacia as<br />

cartilaxes brandas como a manteiga. Que dio en subir de puro milagro con un<br />

mandado<br />

― añadió con un acento glacial que se metamorfoseaba en<br />

acusación, en exigencia de explicaciones ― y, conteniendo de seguida la<br />

hemorragia, evitó el costal de tragedia, de cousa mala, que este rapaz<br />

descarriado y sin entendederas, este mal hermano, quería botar encima de su<br />

pequeña Severina.<br />

Me flaquearon las piernas y me volvió a la boca el regusto acre de la<br />

rabia. Creí llegado el momento de odiar a aquella mujer con todas mis fuerzas.<br />

Sus palabras, su presencia, todo lo que dimanaba de ella formaba una<br />

alambrada de resquemor que se ahincaba cada vez más, impidiéndome<br />

respirar. Tras enjugarme el sudor y la consternación, entré en el dormitorio<br />

como quien se interna tras los cercados del otro mundo. Me senté en el borde<br />

de la cama y observé a Manuel, quieto y encogido, con la venda en el centro<br />

de su rostro como una mariposa blanca y gorda, lívido pero con un esbozo de<br />

sonrisa, la sonrisa ausente y desvalida de un infeliz, de alguien que cargaba<br />

con un pesado bocoi y se ha librado por fin de él en un estertor de ira, en un<br />

acto de desafío. No supe interpretar que lo haría más allá de toda medida;<br />

que, perdido en la ebriedad de aquel obstinado y nocivo delirio, intentaría<br />

negar la perpetuación del rostro único, su universal hegemonía, traspasar el<br />

espesor de la máscara repetida hasta el infinito como cráneos amontonados en<br />

catacumbas, subvertir el orden y el número de los cuatro órganos de los<br />

sentidos de la cara, alterar la convención anatómica de esas inútiles<br />

excrecencias y de su blandos tejidos aledaños accionados por músculos, buscar

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