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la asimetría al menos en sí mismo, sajándose. Me sentía culpable, ruin. Ya<br />
nada tenía remedio. Tras meses de cansancio, de impotencia, de falta de valor,<br />
de nervios destrozados y contenidos, me injurié mentalmente e injurié a<br />
Severina: de haber tomado antes cartas en el asunto, de habérmelo propuesto<br />
con firmeza, quizá mi amigo no llevaría prendida en la cara esa blanca y<br />
espeluznante insignia del dolor (cuya imagen retendría para siempre), ese<br />
recordatorio cruel de la sugestión que lo ha destruido con saña, más allá de lo<br />
que es lícito; y su hermana no exageraría los gestos de repulsión al limpiar las<br />
rojas manchas sobre el suelo del baño, los azulejos o el picaporte, no dibujaría<br />
garabatos de sangre en paredes que trasudan amargura y perplejidad. Siempre<br />
había tenido la certeza de que la vida estaba llena de imposturas, de miserias<br />
que afogan e non matan, de pequeñas vejaciones infligidas por el prójimo que<br />
se sucedían en vaivenes sin interrupción, en cúmulos de mayor o menor<br />
magnitud, como las dunas de Corrubedo; del mismo modo, siempre había<br />
aborrecido el súbito desbarajuste, los golpes repentinos de timón, el<br />
sinsentido que hace inútiles los dictados del juicio. Me dolía la absurda<br />
colisión de Manuel con la locura y, sobre todo, la disparidad con el hombre<br />
que fue; sin embargo, se enaltecía a mis ojos por momentos, comenzaba a<br />
enorgullecerme su decisión, la forma sumaria y audaz con que su voluntad<br />
intentó, en último término, afirmarse, salir al encuentro del demonio de la<br />
uniformidad y la sinrazón.<br />
Allí, en su piso de la Rúa do Doiro, le tomé entonces la mano (como<br />
queriendo decirle: “Xa te entendo”) y Manuel Lugrís, narcotizado todavía, me<br />
la apretó un poco, sin rastro de fuerzas, pero fundamentando el contacto en<br />
una ofrenda de lealtad, de amistad encallecida, en un asidero ante el<br />
desamparo, como se la he tomado ahora en el Hospital Psiquiátrico de Conxo,<br />
mientras en esta primera tarde nos hacemos compañía igual que la brasa de<br />
un cigarro acompaña temblando a la oscuridad; mientras siniestramente, por<br />
las galerías del edificio, por los caminos y ciudades del mundo, pululan y se