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Excodra XXVII: La sociedad

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marchitas, de carrillos más o menos carnosos, de copetes más o menos<br />

peludos o abatatados, de adornos y afeites inimaginables.<br />

En sus habitaciones de la Rúa do Doiro todo permanecía tan ordenado<br />

como cuando Olalla vivía. Advertí la bolsa de picadura en el mismo ángulo de<br />

la misma bandeja de madera alabeada, junto a la cajita de librillos de papel de<br />

fumar, y pensé que quizá el humo de su tabaco aligeraría a Manuel de aquel<br />

trance. De modo que lié torpemente uno de esos cigarrillos irregulares que él<br />

prefería, con su tabaco natural y sin aditivos (“Cigarro de guapo, moito papel e<br />

pouco tabaco”, solía responder a quien le ofrecía de una cajetilla), lo encendí y<br />

se lo puse entre los labios. Al cabo de unos interminables segundos, Manuel<br />

comenzó a inhalar con lentitud pero noté que sus ojos caidones apenas<br />

festejaron la novedad.<br />

Mientras él me había estado hablando, yo sopesaba y acariciaba la<br />

hermosa bola de venturina ― de cuarzo radiado con una estrella de mica ―<br />

que adornaba el centro del aparador. Para no mostrarme descortés, traté de<br />

atemperar mi asombro ante el laberinto en que mi amigo parecía extraviarse<br />

sin remedio. Todo apurado en realidad, intenté quitarle importancia a su<br />

malestar, contemporicé, amagué incluso alguna benévola sonrisa y, con una<br />

combinación de pudor y vehemencia ―amasando faise o pan ―, me demoré<br />

explicándole que no conocía a nadie que compartiera su extravagante<br />

intuición: lo que a él le aterrorizaba ahora, para los demás suponía momentos<br />

de excitación, de sentirse confortados por la familiaridad de la compañía<br />

humana, vivos en su bullicio. <strong>La</strong>s confidencias de Manuel me llegaban en<br />

ráfagas. No era miedo, insistía; como si se le hubiera activado una facultad<br />

desconocida, le dolía de golpe, y hasta la náusea, la concordancia general de<br />

los rostros de todos los hombres y mujeres más allá de épocas o razas, la<br />

sofocante proliferación de ese molde característico a partir de los huesos de la<br />

calavera, esa prisión inmutable de la especie formada por las almendras<br />

parpadeantes de los ojos, por la hendedura masculladora y masticadora de la

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