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marchitas, de carrillos más o menos carnosos, de copetes más o menos<br />
peludos o abatatados, de adornos y afeites inimaginables.<br />
En sus habitaciones de la Rúa do Doiro todo permanecía tan ordenado<br />
como cuando Olalla vivía. Advertí la bolsa de picadura en el mismo ángulo de<br />
la misma bandeja de madera alabeada, junto a la cajita de librillos de papel de<br />
fumar, y pensé que quizá el humo de su tabaco aligeraría a Manuel de aquel<br />
trance. De modo que lié torpemente uno de esos cigarrillos irregulares que él<br />
prefería, con su tabaco natural y sin aditivos (“Cigarro de guapo, moito papel e<br />
pouco tabaco”, solía responder a quien le ofrecía de una cajetilla), lo encendí y<br />
se lo puse entre los labios. Al cabo de unos interminables segundos, Manuel<br />
comenzó a inhalar con lentitud pero noté que sus ojos caidones apenas<br />
festejaron la novedad.<br />
Mientras él me había estado hablando, yo sopesaba y acariciaba la<br />
hermosa bola de venturina ― de cuarzo radiado con una estrella de mica ―<br />
que adornaba el centro del aparador. Para no mostrarme descortés, traté de<br />
atemperar mi asombro ante el laberinto en que mi amigo parecía extraviarse<br />
sin remedio. Todo apurado en realidad, intenté quitarle importancia a su<br />
malestar, contemporicé, amagué incluso alguna benévola sonrisa y, con una<br />
combinación de pudor y vehemencia ―amasando faise o pan ―, me demoré<br />
explicándole que no conocía a nadie que compartiera su extravagante<br />
intuición: lo que a él le aterrorizaba ahora, para los demás suponía momentos<br />
de excitación, de sentirse confortados por la familiaridad de la compañía<br />
humana, vivos en su bullicio. <strong>La</strong>s confidencias de Manuel me llegaban en<br />
ráfagas. No era miedo, insistía; como si se le hubiera activado una facultad<br />
desconocida, le dolía de golpe, y hasta la náusea, la concordancia general de<br />
los rostros de todos los hombres y mujeres más allá de épocas o razas, la<br />
sofocante proliferación de ese molde característico a partir de los huesos de la<br />
calavera, esa prisión inmutable de la especie formada por las almendras<br />
parpadeantes de los ojos, por la hendedura masculladora y masticadora de la