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Excodra XXVII: La sociedad

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compañero de ocios en la boandanza de lo familiar, de las cálidas minucias<br />

cotidianas, de las emociones reconocibles, y me ejercitaba en viajar a los días<br />

endomingados de otros tiempos (“Zapato quiere media”, me convencía a mí<br />

mismo), en rescatar proyectos comunes no cumplidos: cuando ya no le<br />

arredrara la luz, cuando Manuel dejara de experimentar esa sensación de los<br />

que tras ser anestesiados logran apartar con esfuerzo los encajes de sombra,<br />

seguiríamos pisando las trochas de los gozos sencillos, iríamos con ojos<br />

brilladores a la fiesta del Salmón en A Estrada o a la romería de Naseiro en la<br />

campa a orillas del <strong>La</strong>ndro, a ver elevarse el globo de papel de San Roque en<br />

la plaza de Betanzos o cómo hacen bajar, para la Rapa das Bestas, los caballos<br />

salvajes de los montes de brezo y tojo y los llevan hasta Sabucedo, belfos<br />

humeantes y crines al viento, para cortáselas después y marcar a los potrillos.<br />

En la boquiña de la noche de un día de febrero, acompañando a Manuel<br />

en su piso, mientras la luna comenzaba a irradiar como un trozo de hielo<br />

ominoso y al mismo tiempo fascinante y tonificador, recordé una conversación<br />

con Xosé Regueira al finalizar el último claustro antes de las vacaciones de<br />

Navidad. Profesor de naturales notablemente velludo, amigo solícito y<br />

lapidario, Regueira era el único al que<br />

― urgido por el deseo de racionalizar el<br />

extraño y triste caso de Manuel ― hablé del enajenamiento de éste, de su<br />

aterradora percepción, de su noción reductora e inflexible del rostro humano y<br />

del absurdo que suponían para él los detalles cambiantes, diferenciadores del<br />

mismo. A Regueira, que sólo conocía superficialmente a Manuel (habíamos<br />

coincidido alguna vez en la Praza do Toural, camino de O Gato Negro, o tal<br />

vez bajando de la Azabachería al Obradoiro, no estoy seguro), le costó asociar<br />

aquel estado psicótico con mi ufano y recio amigo, aunque a pouco que uno se<br />

detenía a razonar sus términos ― dijo sentencioso ― este tipo de pensamientos<br />

están más cerca del sentido común que de la extravagancia o el delirio; a<br />

pesar del aparente caos de los millones de especies, non hai tal cousa sino una<br />

gran unidad en la naturaleza. Y es que el diseño básico se repite en casi todos

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