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Excodra XXVII: La sociedad

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convencimiento, y Manuel un perito mercantil recio, desenvuelto, silbador y<br />

de los pocos que no pisaban el Ilustre Colegio de Abogados. Según me<br />

confesó, el carecer de formación jurídica completa le impedía prestar fe<br />

pública general, abocándolo a una rentabilidad limitada, a poco más que la<br />

elaboración de contratos, poderes mercantiles y actas constitutivas de<br />

<strong>sociedad</strong>es pequeñas o efímeras. No obstante, me sorprendió comprobar que<br />

―incluso sin ingresos estables, sin demasiados clientes ni ambición, sin ir<br />

jamás de cuartillo con ningún socio ― podía maniobrar en la vida con soltura y<br />

dignidad pasmosas al timón de cierta indolencia, tutelado comprensivamente<br />

por Olalla. Aunque para alcanzar ese propósito, ese horizonte precario,<br />

fugitivo, se vio obligado en ocasiones a sacar el arpón de la horquilla y<br />

lanzarlo contra algún fiero pez que amenazaba su pequeño mar laboral, a<br />

amasar pleitos y afrentas, a sobrevivir a calumnias y a deslizarse sobre<br />

ingratitudes.<br />

De baja estatura, pero corpulento y tieso como un buen cazador de<br />

perdices, con pesados párpados de abad, temprano bigote canoso y dos dedos<br />

metidos en el bolsillo del chaleco<br />

― lo que por extraño que parezca le prestaba<br />

un aura de campechanía y no de altivez ―, Manuel Lugrís solía poner ironía en<br />

sus comentarios como quien clava en el vaso una rodajita de limón; y su risa,<br />

al contrario que la mía, era la de un churrusqueiro, siempre regocijada.<br />

Gustaba (hablo en pretérito porque de ser el amigo para toda la vida, el más<br />

próximo y querido, al que uno entrega de buena gana sus pocos secretos, pasó<br />

a ser ― tras caer en el enojoso abismo de su obstinación ― el más evasivo y<br />

huraño y luego, al arribo de una melancolía sin norte, el paciente perdido<br />

quizá de forma definitiva en su catalepsia, un náufrago de la vida, una entidad<br />

fantasmal para la que no rige ya calendario), gustaba, digo, del tabaco de<br />

picadura para liar y del vino de Portomarín, le complacía meter el diente a los<br />

quesos del Cebreiro y sabía distinguir los cugumelos venenosos de los<br />

comestibles. Si por esclarecimiento, por hilvanar razones o por expiar mi

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