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sobrecogido y apesadumbrado después ante una locura tan pura, de la que<br />
aún desconozco su alcance final y cuyo origen pudiera parecerle a alguien<br />
carente de peso, una fruslería, casi una frivolidad lamentable y absurda. Es<br />
más, tengo la convicción de que a cualquiera que se le confíe la conducta de<br />
Manuel Lugrís en este último año, hallará los hechos incomprensibles o tan<br />
manifiestamente insensatos como si escuchara un día en su salón el canto del<br />
ruiseñor de la Gloria. Incluso a mí, sabedor de lo firme de sus cimientos, me<br />
cuesta reconocer a mi viejo compañero en esa figura ausente, de lastimoso<br />
aspecto y mirada sin destinatario, en esa roca antaño sólida sobre la que el<br />
oleaje de una curiosa pero dañina obsesión ha batido hasta desmoronarla por<br />
entero, como si hubiera estado expuesta sin piedad a la barba salobre del<br />
océano en la cara oeste de los cantiles de Punta do Castro.<br />
Hasta hace un año, nuestro pasado común era tan grato como una<br />
mañana de otoño en la solana de un pazo, con la salvedad (“Non hai sardiña<br />
sin espiña”, asumiría luego Manuel con entereza) de la muerte fulminante de<br />
Olalla un lustro antes, amarga sombra que mi amigo logró disipar<br />
enfrentándose al aturdimiento y al dolor con la terquedad con que se vence un<br />
mal sueño, sin olvidarlo nunca del todo. De ordinario, en el cauce por el que<br />
corrían nuestras vidas de homes de ben no había sobresaltos, ni incomodidades<br />
excesivas, pero tampoco momentos esplendorosos o de anhelante grandeza, y<br />
la plenitud de los posibles sueños era derrocada sistemáticamente por el<br />
adictivo bálsamo de la confortabilidad y la monotonía. No lo lamentábamos en<br />
absoluto, pues el saco de nuestro amor propio era muy liviano y el de las<br />
satisfacciones fácil de colmar.<br />
Habíamos estudiado juntos en los escolapios de Monforte sin el más<br />
mínimo pálpito de facer carreira algún día. Pasaron años y, cuando nos<br />
volvimos a ver, el forcejeo con el destino quiso derribarnos a ambos en<br />
Santiago: yo era un maestro pulcro y apocado, tirando a rubio, de hueso<br />
estrecho, que en los ratos libres escribía para sí prosas poéticas sin