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las líneas de las cejas y los ojos reproducían el cepo; la línea de la nariz, la<br />
caña; y la boca, el brazo del áncora. Aquella precisa afinidad de los rasgos con<br />
el instrumento náutico, aunque transitoria, era también imperiosa y había<br />
estado ahí, al alcance de los sentidos, tan nítida y perfilada como los siete ojos<br />
del puente sobre el río Tambre. Todas las líneas habían coincidido en la<br />
misma rúbrica, una única forma, genésica, malsana, en una reliquia oculta<br />
pero a la vista de todos, un arquetipo sin desviaciones: el del espectro blanco<br />
de los huesos bajo la piel, con su promesa de oquedades. Sentí una náusea<br />
inmediata y, de esta visión, vine a pensar en mi desdichado amigo, y supe que<br />
el viejo licor de nuestra amistad acababa de ser removido, y que su brillo<br />
elemental era ahora más profundo y soberano.<br />
Con el paso de las semanas, la determinación de Manuel fue<br />
menguando. A medida que dejaron de escucharse las uñas de la lluvia en los<br />
cristales, a medida que la luz de los días cobraba fuerza y la primavera, con su<br />
imperio de brotecillos verdes y de trinos persiguiéndose en el aire perfumado<br />
y ensanchador, destruía lo que quedaba de la fría estación, mi amigo<br />
restringió sus callejeos. Por espacio de varios meses, mientras se había movido<br />
bajo el invernáculo oscuro y protector, deslizándose como un lobishome<br />
sigiloso, alerta e insociable, creí que las señales del funcionamiento irregular<br />
de sus nervios irían atenuándose hasta desaparecer, pero aquella dilación no<br />
fue más que un simulacro de mejoría y mi augurio otra evidencia de que yo<br />
solía dar unha no cravo e cento na ferradura. Ahora, más expuesto a la luz y a<br />
la gente que tomaba las calles, furioso, asediado por las mañanitas buenas de<br />
sol y las tardes desecadas y limpias, pasó a deambular otra vez sólo de noche<br />
como una solitaria ánima en pena extraviada de la Santa Compaña, hasta que<br />
la contienda que nunca terminaba retomó su curso y Manuel, intimidado, no<br />
volvió a abandonar el piso y se afincó para siempre en un pasmo melancólico,<br />
en una tristura de agonía.<br />
Su deriva mental se aceleraba, el parásito de la obsesión lo consumía