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esignado o temerario? ¿Podría Manuel vencer su aversión, recuperar algún<br />
día la bitácora de su vida, sublevarse contra esa carcoma incansable que se<br />
alimentaba de sus pensamientos? Al cabo de un largo rato, comencé a aceptar<br />
como algo natural que ahora carecía de interlocutor capaz de responderme o<br />
de mirarme a los ojos, que las maniobras de su entendimiento ya no eran<br />
elegantes (el galeón, desgobernado y con los mástiles rotos, embarrancaba de<br />
costado en malecones de lejanísimos países, en las peñas de rompientes<br />
alquitranados, en ensenadas pantanosas), que el silencio iba a enfriar<br />
irrevocablemente las brasas de borrallo de la camaradería, que probablemente<br />
no volveríamos a andar de riola, catar un vino o atacar un plato juntos; pero,<br />
si Manuel aún llevaba dentro el cadáver de su lucidez<br />
― siquiera una diminuta<br />
médula central de ilusión ―, yo me negaría a darle sepultura en nombre de la<br />
lealtad y la nostalgia.<br />
Y un día, sin previo aviso, justo después de que Caridade me<br />
interceptara en el caracol de las escaleras para recordarme que hay piedras<br />
que se llevan el mal de ollo y los males de la cabeza, y cuando ya hacía tiempo<br />
que desistí de quebrantar la resistencia de Manuel a las salidas, vino el<br />
invierno con encomiendas de curación o, al menos, de cambio. Contra todo<br />
pronóstico, como expulsado de una cárcava por un estornudo de ésta, como<br />
solicitado por la veleidad de un desafío, Manuel decidió encarar sus miedos y<br />
volver a pisar las calles. Y aunque al principio sus paseos furtivos eran<br />
únicamente nocturnos, lograron que se liberara en parte del propio<br />
sometimiento y revalidara su coraje. Me sobrecogió, me llenó de una<br />
indefinible ternura imaginar, ver ese cuerpo sin voluntad durante meses,<br />
impulsándose precavido sobre las aceras, absorto, suspendido en la noche, sin<br />
levantar la vista hacia ningún rostro que pudiera requerirlo, como quien sólo<br />
mira el plinto de granito de las estatuas, tembloroso, devorado por la zozobra<br />
como cuando hizo la única tentativa de aproximación a otra mujer tras la<br />
muerte de Olalla, el domingo que asistimos en Catoira a la representación del