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Excodra XXVII: La sociedad

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esignado o temerario? ¿Podría Manuel vencer su aversión, recuperar algún<br />

día la bitácora de su vida, sublevarse contra esa carcoma incansable que se<br />

alimentaba de sus pensamientos? Al cabo de un largo rato, comencé a aceptar<br />

como algo natural que ahora carecía de interlocutor capaz de responderme o<br />

de mirarme a los ojos, que las maniobras de su entendimiento ya no eran<br />

elegantes (el galeón, desgobernado y con los mástiles rotos, embarrancaba de<br />

costado en malecones de lejanísimos países, en las peñas de rompientes<br />

alquitranados, en ensenadas pantanosas), que el silencio iba a enfriar<br />

irrevocablemente las brasas de borrallo de la camaradería, que probablemente<br />

no volveríamos a andar de riola, catar un vino o atacar un plato juntos; pero,<br />

si Manuel aún llevaba dentro el cadáver de su lucidez<br />

― siquiera una diminuta<br />

médula central de ilusión ―, yo me negaría a darle sepultura en nombre de la<br />

lealtad y la nostalgia.<br />

Y un día, sin previo aviso, justo después de que Caridade me<br />

interceptara en el caracol de las escaleras para recordarme que hay piedras<br />

que se llevan el mal de ollo y los males de la cabeza, y cuando ya hacía tiempo<br />

que desistí de quebrantar la resistencia de Manuel a las salidas, vino el<br />

invierno con encomiendas de curación o, al menos, de cambio. Contra todo<br />

pronóstico, como expulsado de una cárcava por un estornudo de ésta, como<br />

solicitado por la veleidad de un desafío, Manuel decidió encarar sus miedos y<br />

volver a pisar las calles. Y aunque al principio sus paseos furtivos eran<br />

únicamente nocturnos, lograron que se liberara en parte del propio<br />

sometimiento y revalidara su coraje. Me sobrecogió, me llenó de una<br />

indefinible ternura imaginar, ver ese cuerpo sin voluntad durante meses,<br />

impulsándose precavido sobre las aceras, absorto, suspendido en la noche, sin<br />

levantar la vista hacia ningún rostro que pudiera requerirlo, como quien sólo<br />

mira el plinto de granito de las estatuas, tembloroso, devorado por la zozobra<br />

como cuando hizo la única tentativa de aproximación a otra mujer tras la<br />

muerte de Olalla, el domingo que asistimos en Catoira a la representación del

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