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asalto vikingo a las Torres del Oeste.<br />
Con creciente confianza, el gato receloso que había aceptado<br />
inesperadamente bajar de noche a beber la leche del platillo antes de escapar<br />
de nuevo a las tejas empezó, sin dejar de ser cauto, a aventurarse también en<br />
las tardes broncas de lluvia y en las madrugadas fosfóricas de niebla.<br />
Arrastrando su sombra entre la sombra humeante y sin pasamanos de la<br />
neblina o protegido por el parapeto de su paraguas y el de los pocos y<br />
apresurados viandantes con los que se cruzaba<br />
― de los que sólo alcanzaba a<br />
distinguir la mitad inferior del cuerpo ―, Manuel aireó en la calle el lento<br />
veneno de su ataque de pánico, de su pugna entre los ojos y la mente. Sus<br />
pasos atravesaron delicados orballos y atizadoras chuvascadas, vientos ariscos<br />
o gobernables, esponjosos o descomunales, rosetones de luz fría que abrían las<br />
farolas bajo los pendones negros de los edificios, cascadas que los canalones<br />
hacían rebotar contra un suelo lustroso hasta conseguir que lloviera para<br />
arriba. Como no pude acompañarlo casi nunca en estas clandestinas<br />
incursiones, me contaba que había caminado en la hora de entre lusco y fusco<br />
hasta los arcos del Consistorio, llegando incluso hasta el ciprés de <strong>La</strong>wson en<br />
el Parque de la Alameda, y que se demoró en la Porta da Mámoa para volver a<br />
contemplar esa luz tan especial ― como de vagón de tren a vapor ― tras los<br />
vitrales del café Derby. Me preocupaba saber si, al regresar a su piso después<br />
de cada trayecto, había aguantado el resuello. En las escasas ocasiones en que<br />
fui testigo, unas volvió como transfigurado y otras ganado por el agotamiento<br />
y las náusea, tras lo cual, invariablemente, prendía un cigarrillo y le daba una<br />
calada muy honda de pescador que sobrevive a la tormenta. Yo, que había<br />
perdido el hábito de albergar esperanzas, que dudaba sobre si el terror<br />
irracional que iba esquilmando la mente de Manuel tendría fin, consideraba<br />
ahora la posibilidad de vernos otra vez pidiendo un anticipo de ribeiro con<br />
orella y cachelos en una tasca de la Raíña. Con el oportuno paliativo de estas<br />
semanas, la situación era tal que ya celebraba íntimamente el reingreso de mi