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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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136 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locos Hombres 137

Suicidas

Pero como él no quería mirarnos, él no pudo mirarnos

y hablaba a los cinco hombres sin nombre, cinco comensales

parecidos a los marineros de todos sus barcos

y a los que con él se sentaron en meses de paga.

Y su voz venía de lejos o saltaba en saeta

sin tocar la frente ni de Alfonso ni de Antonio.

Buscando su voz los cinco nos acercábamos

y nuestras caras le hacían un cerco de urgencia;

el casimir de su ropa tocado era duro

y el tabaco tampoco era nuestro.

Yo, que callaba, le hablé de las tierras de fuego

donde tuvo amor de mujer, para darle su dicha;

le hablé de los cielos de palmera rayado y del mango de miel

que él me contaba en los tiempos de sol y meseta.

Me respondió que una orilla no entiende a la otra

y que el que regresa conversa tan solo con los que allá fueron.

Entonces supimos que de veras ya no se fundía

por ser el diamante que se queda íntegro en el fuego

y que nosotros mientras se mudó nos quedamos carne y en carne.

Tenemos que haber tristeza o vergüenza.

Y nos intrigó cómo es que se muda siendo el Adán hermano,

comedor de harina, chupador de miel, que bebe y que duerme

y queriendo aun preguntarle ya nada dijimos.

Para que no trajese su voz de tan lejos

como en cable marino clavado en la otra ribera

o que contase mentira rota que es como la capa rota.

Entonces vimos que su naranja estaba entera,

su vino intacto y como sólido junto a su mano

y su mano extranjera sobre el mantel de veinte años

y nosotros mismos que le llevamos los viejos gestos

estábamos íntegros con nuestros nombres no usados.

Las frutas que son nuestro huerto fuimos retirando

con la frente baja; recogimos botellas y potes de miel,

el mantel doblamos donde estuvieron sin estar gustadas

y retirando nuestras caras, nuestros pechos y nuestro amor.

Estaban con nosotros, aquí estaban

mezclados como la uva en el racimo;

con sus espaldas y su pecho estaban

en el lagar de gajos confundidos.

No ha caído ninguno de las barcas

ni resbalaron a los precipicios.

No quedaron tendidos en la cuesta.

No se quemaron en fuegos y fríos.

Aflojaron las manos de la ronda,

escaparon en liebres por los trigos

nos dejaron tendidos lecho y cena

y en nuestra sábana el escalofrío.

Si encontraron ahora otros hermanos

y sentados están a su convivio,

contarán mordisqueando nuestra fábula,

el “cuento” de este valle anochecido.

Sus camaradas, locos de confianza,

que no los pongan a velar dormidos,

ni les entreguen mina de diamantes

y no les pongan al regazo un hijo.

Ellos se fueron como el vagabundo,

limpiando el beso, ya acabado el vino,

y ellos han roto el cuerpo de su madre,

como piel de culebra en unos riscos.

Huyeron en regato y torrentera,

se quedó la noche a su espalda,

punzada de gemidos:

“La noche que sopló secretas cosas

que eran disolución, a nuestro oído,

nos ablandó la peana del mundo

y nos sorbió la mejilla de vivos.”

Cuando se quedó sin cerámicas y sin hermanos,

la mirada echó lejos a donde le van su voz y su vida.

Aun le miramos y su espalda alejaba los muros

de la casa y estaba en la tarde vacía,

inhumano y hermoso como los Ángeles de la rebelión.

Y nos fuimos cada uno llorando sin decir que lloraba

a decir a la hermana que no le esperara ni con cuerpo ni alma,

que queme la mitad del lecho

y que ponga su nombre en las fábulas.

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