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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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210 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 211

Cit a*

La Ca t e d r a l III

Dios alfarero, hortelano y minero,

brazo, manos y rodillas oscuras,

Dios del compás, del almud y de la cuerda,

contador, medidor, pesador y cosechero,

cortador de diamante.

pulso de gramos, palpo de seda,

yo, sin nombre, sin país y sin descanso,

pobre mujer casi sin sombra

no por mí vengo llegándome a tu casa

no con relato de mi padre, mi ceniza y mi jadeo

sino por los que amé y a que vengo cogida

como el perro al umbral o el halcón a su silbo

y como Casandra al silbo de Pitón.

Estoy aquí llamando por David mi mayor

por Catalina la sienesa y Giacoppone

cuajos del Medioevo en tierra umbría

por Teresa de Ávila y Juan de la Cruz

muestras de agua en costra de Castilla

y por un indio y un blanco de la América

por Rubén y por el Inca Garcilaso

contadores de lo ajeno y de lo propio

por gente también mía de la América ajena

el Walt Whitman y el Edgardo Poe

y por mis indios que te vieron en el sol

mejor que en los muñecos y las alfarerías

y comieron la sal del mar Pacífico

y por mí y por mi padre en el risco de Chile.

Por Jesucristo, el de todas las gentes

y por Buda y Lao Tsé del otro Oriente

por el hindú y el persa de agua y fuego

que no por mí, hembra de ojos pegados

que no por mi virtud sin mediodía,

larva rota con el habla sonámbula.

Por ansia de ellos, no por ansia mía

y por lejía de su dolor

por rasgón de su garra en la tiniebla

y por su piedad honra de nuestras huesas.

Me hace llorar mi forma con mi nombre.

Por mí no, ni hoy ni nunca por mí.

Te he amado desde la sangre de mi madre.

Pero no es deuda y cobro, por mí, no.

He gemido y aullado como las bestias buscándolo,

de niña, moza y vieja. Pero no por mí, no

este llegar, este golpear, este querer

turbillón de aguas, de lanza y de mazazo.

Por mí no, te grito, por la escalera de ellos.

Golpeo con sus nombres y araño con sus sílabas

y fuerzo con su pulso en catapulta

Teresa, Catalina, Magdalena.

Por mí no, Dios del arribo y del remate

y del tope y del delta del río

y del límite en que zumban los oídos

y el cuerpo cae como vela acuchillada

y los huesos crujen majados por los dientes del término.

Por mí no, por mí no, por mí no.

Comenzamos hace mucho tiempo

la Catedral, hermanos, la Catedral.

Gracias a Dios por esta obra sin término.

¡Nunca se acabe! ¡Nunca se acabe!

Su nombre terrestre es nombre de Patria,

su nombre entre los Ángeles no lo sabemos.

Todo lo tiene la Catedral

y nada tiene, como los niños.

Pide y toma cuanto tenemos,

Madre Catedral. Nada nos dejes.

Mejor están, mejor queremos ver

nuestros bienes en tu atrio y en tus naves.

La levantamos cerca y lejos del mar,

¡la Catedral, la Catedral!

y a media montaña, ni muy aérea ni muy terrestre.

Su nombre de tierra es el de Chile.

Los demiurgos la llaman talvez de mejor nombre.

Su costado poniente son algas, sal y conchas,

el otro lo recuesta en viña y en frutales.

Y la corren y le vuelan en torno

las chinchillas, las nutrias, los albatroses.

Tiene altos cogollos, grandes lanzadas

torres redondas en tronco de hombre.

Tiene la piedra, el leño, los metales

y la vuelan de alto abajo

y la hondean de Este a Oeste

Arcángeles de amianto, de sal y cobalto.

Y en el salitre la asentamos,

en el salitre que come a la muerte

para que no la pudran, marisma, lluvia ni hongos.

Pero la Catedral no se acaba.

¡Loado sea Dios! ¡Nunca se acaba!

Acarread materiales, hermanos,

y no quitéis los andamios ni ahora

ni nunca, y entendéis de Catedrales.

Igual que si comenzáramos,

igual que si estuviese a ras de tierra.

Picapedreros, albañiles,

hijos de catedral, siervos de catedral,

santos peones, acarread,

sea de alba, sea de noche,

en mulos, en carros, en barcos,

acarread desde los cerros,

desde la Pampa y las Islas

los minerales, las substancias, las resinas.

¡Bendita sea la que no acaba

y pide siempre como mendiga y como reina!

La sombra de la Catedral

orea las viñas mojadas de noche,

cae a la mesa de comer,

sigue las parejas de locos amantes,

azulea y mece las rondas de niños

y llega hasta la cama de morir.

Comemos su sombra en el pan y las uvas

y la peinamos con nuestras trenzas.

¡Gracias de que nunca se acaba

y nos bebe el sudor y nos toma la sangre!

En nuestras casas nos entristecemos.

Somos los hijos de un millón de madres.

En la Catedral de único regazo,

perdemos rostro, perdemos nombre

y nos perdemos, amando y cantando,

medio patriarcas, medio niños,

y no más hijos, ¡no más que hijos!

Los albañiles muertos, siguen de pie en los muros.

Los maestros descansan sobre las gradas.

Los ausentes acuden al toque de rebato.

Ninguno es muerto, ninguno es vivo

¡todos cantamos rectos y eternos!

No nos despide; nos toma y abraza:

y cuando se la acaba, Señor, se la comienza.

A la Catedral vienen los carros;

se llena de olor de todas las frutas.

Huele a membrillo, a moras y manzana.

Llegan los animales buscando a Antonio Abad,

arriban para ser contados y benditos.

Y las piedras sombrías se aclaran de lanas

y las puertas se ablandan de los vellones.

* A izquierda del título escribió: Emerson.

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