Almacigo
Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile
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220 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 221
Tre s ti e m p o s de Cr i s t o I
Tri s t e z a*
Tú me po n d r á s so b r e tu s ho m b r o s fi n o s
Primer tiempo de Cristo
tiempo color de lino:
el Cristo de treinta años
en carnes de rocío,
a veces como el ámbar,
a veces cristalino,
blanca era la parábola,
el gesto y el idilio.
Lo blanco era la lanza
fija del mediodía,
lo blanco refrescaba
como el verdor del pino
y en tanto blanco el mundo
parado como un niño.
En el segundo tiempo
Cristo fue rojo vívido.
Atado a la columna.
Desde Anás al Calvario,
su sangre es su vestido.
Va andando ahora en vuelco
y en forro de sí mismo
y tanto rojo lleva
que es susto de caminos
y susto de colinas,
de higuerales y olivos.
La cruz no es su árbol
de ser el árbol Cristo,
tendal de fruto absurdo
en vertical erguido.
Y en la cruz es tan rojo
como un sendero tinto.
De toda la vergüenza
de la Tierra está ardido
y levanta en su cuerpo
tanta sangre y gemido
sangre de los que viven
y los que no han venido.
En su tiempo tercero
color no tiene Cristo.
Se hizo limbo de gruta
y fuego fatuo lívido.
Él se hizo toda muerte,
todo racimo frío.
Él tomó oscuridades
y abismos no sabidos.
Él fue como el pulpo
morado en los abismos,
como el montón de larvas
del sueño que es delirio,
odioso a ojo del alma
y a tacto del sentido.
Y se pudrió de todas
las muertes que aquí vimos,
muerte de ciervo y muerte
ceniza de eucalipto,
muerte de niño, de hombre,
de guerrero y mendigo.
La bestia no olfatease
ni el lagar que da el vino
y si lo encuentra al paso
tuerce su paso el río.
Después cogió su carne
con todo su latido.
Abrió la piedra junta
que no le dio vagido
y dejó en el sepulcro
el sudario tendido
ropaje de la oruga
que salió a vuelo vivo.
Como la tuya, Nazareno
mi alma está triste hasta la muerte.
Mi pueblo fue como tu pueblo:
ni pan, ni alma ni agua clara.
Mi amor fue amargo, amargo, amargo,
fue la esponja que él me alargara.
Mis versos el paño con sangre
que yo levanto de mi cara.
Y tu espina traspasó toda
carne que quiso comprenderte.
Y la salmuera de tu lengua
satura al que anhela tenerte;
por caricia hundiste los clavos
a Teresa, que buscó verte
y mi alma, que buscó mirarte
se quedó triste hasta la muerte.
Tengo miedo de morir
del gusano y de tu brazo fuerte,
un miedo de que Tú me llames
y una sed tan grande de verte
y de esta hundida zozobra
mi alma está triste hasta la muerte.
Me parecen tus anchas lágrimas
las estrellas, sobre estas inertes
estepas de nieves calladas
en las que he venido a quererte.
En la tierra a que me trajiste
también soy triste hasta la muerte.
Y qué pobre mujer, yo, Cristo,
sin el perfume de un infante
que te hiciera volver el rostro
hacia mis ojos anhelantes,
más sola, Cristo, que María
aquella noche sollozante.
En mi sangre Tú resbalaste
una gota grande de hiel,
el sabor de tu lengua amarga,
y en la boca tengo la forma
que está en las llagas de tus pies.
La tristeza del olivo y del cáliz
cada noche tengo también.
Tú me pondrás sobre tus hombros finos,
al redor de tu cuello delicado
cuando el pie de jornadas alejado
diga su cobardía del camino.
¡Suave me oprimirás a tu mejilla
con gesto de pastor enamorado
diciendo: Pobrecilla, cómo vienes
con el dulce vellón empurpurado!
Y colgada a tu cuello muchos días
sin otra habla más digna que este llanto
te diré las vergüenzas del camino.
Y las lágrimas tuyas y las mías
en el coloquio habrán corrido tanto
que el vellón rojo se ha vuelto de armiño.
El miedo de morir, el ansia
y el temor de mi Cristo fuerte,
un temblor de la hora en que llames
y una sed tan grande de verte
y en esta tremenda zozobra,
el alma triste hasta la muerte.
* De antes de 1922, por la ortografía Bello (i por y).