Almacigo
Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile
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152 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Materias 153
El Ce n o t l e III
El Río
Esp i g a
La fr u t a
Al cenotle negro van las mujeres
cuando es la siesta ardiente y fija,
bajan todas, una por una
como palabras, cañas o espigas.
La boca del cenotle santa y oscura
deja pasar las mujeres en fila.
Pasa la madre, dueña de tres sorbos,
La Doncella de dos, de uno la niña.
El cenotle que luz no bebe,
bebe a las mujeres de faldas vivas,
las toma en una bocanda
y en otra las sube como madrina.
Parece metal o secreto
el agua cenotla y sombría,
parece una noche cerrada
a la que le luce la orilla.
Tan guardada la agua cenotla
que parece que nunca se la hallaran
y las mujeres bajan y bajan
como si nunca llegaran.
En Yucatán nada es tan tierno
como el agua negra y fría.
La leche de cabras no es tan dulce,
tampoco la naranja, tampoco la cidra.
Bajo en fantasma los jalones,
la boca negra que abajo brilla
y beben mis fieles sentidos
en la helada maravilla.
Cuando tengo sed en Tánger,
sed en la Pampa, sed en Castilla,
me acuerdo de la cenotla,
de la cal padecedora
y seca como la agonía,
mana y mana el agua cenotla
igual de noche que de día.
El agua entra en las jarras
en un rollo torcido de víboras,
o corre en un paño doblado
y cuando cae se escalofría.
Baja ligera; sube sin peso
y solo es carga llegando arriba.
Cuando me muera laven mi cuerpo
en esa plata materna y fija,
para contársela a la muerte,
a mis padres y al cielo a la bendita.
Los trabajadores lo hacen
con brazos y pensamiento.
Hacen el puente arqueado y duro,
lo piensan azul y ligero.
Oímos al despertarnos
y a la siesta el martilleo.
Todos sin saber teníamos
sed y hambre de puente nuevo.
De este lado son diez aldeas
y son doce al otro extremo
y de las casas nosotros
con ellos también lo hacemos.
El agua mira asustada
el puente sobre su cuerpo.
Ella pregunta, se agita,
pasa y hace espumajeo.
Y los animales relinchaban
al animal tremendo y muerto.
Yo iba y yo me he quedado
y con los otros lo espero.
Elefante de sillares
parado a ras del despeño
detenido en ademán
de marchar con su denuedo.
Venimos con nuestros hijos
a cruzar con embeleso
la fiel espalda de piedra
que une lo antes disperso.
Lanzaremos las guirnaldas
rememorando a los muertos
que el torrente nos raptara
llevando al mar su trofeo.
Antorchas encenderemos
rituales yendo y viniendo
misionando las orillas
hasta que nos halle el alba
con rocío en los cabellos
y el río bravo se aplaque
y fluya en hebra de seda,
cabellera de Ofelia
cantando a su muerte...
Dura se hace en diez semanas
como el cobre de la mina,
la que voló como un vaho
y como un ángel no se veía...
Al granar impetuoso
no tiene miedo, de ser niña,
y yo estoy toda azorada
de esta explosión de la espiga.
La muerte puede cogerla
que ya cómo no la mataría,
puede romperla si pasa sus dedos
y mascarla con su encía.
(Las hoces de ayer pudieron
malograrla todavía).
Una brizna de sol faltaba
y Dios lo dio a la bendita.
En su punto, de sol está libre
de vida y de muerte la espiga.
Voléenla ahora, piérdanla
o acarréenla a la trilla
o échenla por el regato
y se irá sin ser perdida.
Veo en la luz de Montegrande,
veo la fiesta de canastas.
A las de uvas nos echábamos
como abejas las muchachas.
La mano de tordo de Juan
nos la llenaba y rellenaba
y las manos de las chiquillas
en un instante la vaciaban.
En la tierra sin puertos,
en los barcos que yo esperaba
llegaba a veces como albricia
una cajita de naranjas,
yo aventaba de un manotazo
la pobre tapa claveteada
y me quedaba sin aliento
viendo la cosa abrasada.
La piña de Santo Domingo
un viejo santo me cortaba.
Ni ciudad ni gentes ni pomas
he alabado como alababa
la piña que daba mano vieja
en ruedo y en ruego de ámbar.
El viejo decía su Virgilio,
yo solo, bienaventuranza,
y yo no oía y no entendía
sino al zumo que embelesaba.
En la siesta salvadoreña,
tajeada de verja y palmas
yo le servía a Salomé
con puro gesto y con la mirada,
y en una casa se quedaron
contra muro y mantel y plata
grecas locas de la cerámica,
grecas movidas de las palmas
y greca vasca y greca india
de las manos y de las caras.
En las pobres extranjerías
de cielo pardo y costas pardas,
como las frutas sin topacio
y sin púrpura desatada,
cortan las pías manos solas,
rebanan las manos cansadas
y muerde la boca sin ímpetu
como ola muerta contra su alga,
y en alucinación se me vienen
todas las manos recuperadas:
manos indias, manos mestizas,
manos niñas y de madres.