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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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172 Almácigo g Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l a Naturaleza 173

La ll u v i a

La ni e b l a

La pa l m e r a

La Ti e r r a

La nube oscura, la heroica nube

cubre la aldea y el labrantío.

Ya no hay sierra, ya no hay torres,

apenas yo y el hijo mío.

Llueve el agua generosa,

más que este mundo blanquecino,

y perdidos en el chubasco,

yo tapando al hijo mío.

Tiene el campo y tiene el mundo

Dios en su abrazo cogido,

y así los besa, así los llora

de que Dios es viejo y niño.

Oye llorar a Dios abuelo,

con un llanto así cansino,

que nosotros no lloramos

así tan dulce e infinito.

Manos sueltas de la niebla,

largas manos tanteadoras.

Quisieron coger el mundo

tocaron su perfil redondo,

pero era duro el mundo

y ellas cayeron rotas.

Brazos largos de la niebla,

brazos de una danzadora.

Se abandonan sobre las catedrales

como sobre madres hermosas,

y resbalan por las agujas

y las quimeras dolorosas.

Cabelleras de la niebla,

Melisandas sigilosas,

querían vestir montañas

brutales, inmensas y sobrias,

y resbalaron como aceite

y otra vez las dejaron solas.

Manos mías como la niebla,

brazos míos como la niebla,

vida mía como la niebla,

tocasteis todo, piadosas.

Tuvisteis el mundo una hora,

pero abandonasteis las torres

y las cordilleras heroicas,

porque solo las vagabundas

y las mendigas son hermosas.

Bruselas, marzo, 1926

Me hallé en Panamá la palmera,

cosa tan alta yo no sabía.

A la Minerva del pagano

y a la Virgen se parecía.

Me dieron el mejor cielo.

(De verla tan digna sería).

Le regalaron solo veranos

y unos verdes de Epifanía

y le dijeron que alimentase

al Oriente y la raza mía.

Yo la miraba embelesada

los penachos de su alegría.

Dame el agua de veras, le dije

y la miel de mi regalía,

y la cuerda más fuerte

con la cera que es pía.

El agua para mi bautismo,

la miel para malos días,

la cuerda de liar fieras,

la cera cuando mi agonía,

que me puedo morir de noche

y el alto cirio llega al día.

Yo le hablaba como a mi madre

y el corazón se me fundía,

yo me abrazaba a la cuelluda

y la cuelluda me cubría.

La palmera en el calor

era una isla de agua viva

y entendiéndome como una madre

sobre mi siesta se mecía.

Mucho caminé a la Tierra,

bien no la he querido.

Todavía y con cabellos

blancos la camino.

Camínala tú también,

tú, el mozo, tú, el niño.

Me habrá embrujado la Gea

rebosante de caminos.

Cuando fue el dormir

o el cortarle el trigo

o el regarle mentas

de olor habrá sido.

Rostro tenía de madre,

silencio, no grito.

Sus ojos verdes me dio,

sus silencios vivos,

el dormir con el soñar

y el Ángel de Olvido.

La camino todavía

y no me he rendido.

¿Quién es, quién, el que camina

como ingrato hijo aturdido

sin devolver la mirada

a la callada que lo hizo?

Qué silencio de humillada,

qué amor dolorido,

qué larga y mansa mirada

de amor nunca dicho.

¿Por qué tan parda su saya,

por qué embebecida

a qué sin voz y sin eco

muda y ofendida?

¿Cuándo fueron sus muñecas,

sus mejillas vivas

y que su dicha de amar

y de ser querida?

Cuéntalo así rostro a rostro,

cuéntalo a tu hijo.

Cuando te siembro o te riego

doblada como hija

¿por qué te das con mirada

pero enmudecida?

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