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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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216 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Religiosas 217

Mie n t r a s ot r o s v a n ca n t a n d o ap r e s u r a d o s

Pie d a d e s

Rez o po r vi a j e r o s

Mientras otros van cantando apresurados

y ardientes estrujando

un obsceno cantar encanallado,

yo sigo rezándote, Dios mío,

con mirar, con decires y actitud.

Yo te pido, Maestro, que me mires

cómo te estoy rezando ha muchos años

con mirar y actitudes y decires.

Cristo, te contaré, se van tornando

tanto tu suave hechizo fue ganando

mis sangrantes entrañas.

Tan llena de temor voy caminando,

tan fría apretada es la tiniebla,

tanto se entró en mi entraña,

todas mis suaves hablas, oraciones,

entre labios un temblor eterno,

que como van al son de sus canciones

los otros mis hermanos, yo voy, Cristo.

Los dichosos nunca conocieron

ningún cristal tan bueno para verte

que estos tibios cristales de mi llanto.

Yo no sé otra actitud que esta.

Con la faz en el polvo y la mirada sencilla

buscándote rendidas las rodillas

y la boca de oraciones apretada

para estirar mis brazos hacia ti.

Me darás tu calor para mi frío,

la suavidad sobre mi crispadura,

y la leche de tus ojos como lunas,

después me darás, oh! Cristo mío,

la almohada de tu pecho, la segura,

y ha de dormirme tu canción de cuna.

Yo soy, Señor, la espiga sazonada

buena para tu viento y para tu hoz

a todo ardor de angustia madurada

buena para la Tierra y para vos.

Vácia mi harina suave entre las hierbas

y lo demás que hay esparcido en ella

recóbralo del modo que Tú sabes,

a tu manera silenciosa y bella.

Dame la muerte dulce, silenciosa

de las aguas que se mueven

sorbidas por el sol de suave labio,

entrar en Ti con la perfecta calma

del río hondo en los mares

y que me sorbas como un par de labios.

Dame el dulce morir, el darte el alma

como se diera un beso sin zozobra,

sin esquivez y sin agravios.

Tú enséñame a ofrecerte el alma mía

con el gesto sencillo del que alarga

a su dueño una fruta o una flor.

Inútil que florezca allá en tu patio

la rosa regalada. Ella es tan mía

como el sol de la cara de los muertos.

Inútil que tu casa tenga ahora

en la mesa el sonrojo de las frutas

que sé morder, exprimir y alabar.

Mi sed se vino y ha pasado mares.

Inútil signo muerto

echado al viento Sur inútilmente.

Cuando es tu día de mandar mensajes,

yo duermo lejos en piedra sin sueños.

Inútil que hayas aprendido ahora

palabras de salvar la hija de Jairo

y de hacer que el tullido entre en su casa.

Cristo no dijo: “Volverás mañana.”

Ten piedad del que marcha

y mayor del que navega.

Mar no es madre ni madrina.

Una mano da a la proa,

la otra dejas en la quilla

y tu cuerpo les relumbre

a los ciegos de neblina.

No sé el nombre de los barcos.

Yo, Señor, te los diría.

Ni me acuerdo de los puertos

que en los cascos se decían.

Dales marcha, hazles ruta,

dales las estrellas vivas.

Dales rápida la noche,

suena dura la tormenta.

Tú no cuides de nosotros

en las costas sin neblina.

Ahora es aquí la fiesta

y en el mar es la desdicha.

Tú me pondrás sobre tus hombros finos

al redor de tu cuello delicado

cuando no pueda más por los caminos

mi pie de toda marcha maltratado.

Tú apretarás tus vendas amorosas

sobre el borde encendido de mis llagas

cuando se me vayan las linfas de la vida,

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