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Almacigo

Compilado de poemas inéditos de Gabriela Mistral editado por la Corporación Patrimonio Cultural de Chile

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130 Almácigo Po e m a s In é d i t o s d e Ga b r i e l a Mi s t ra l Locos Hombres 131

Cie g o I

El Re h u s a d o II

El Tr a i d o r

Varado sobre los médanos, tendido

en almejón de misterio,

mi ciego en el mediodía

se esponja soñoliento,

y erizos y caracoles

mascullan su pensamiento.

En desvelándose el mar,

mi voz le da su sendero,

y en subiendo las estrellas

le dan el rumbo del lecho.

Al anochecer volvemos

y él se levanta, salobre,

duro de arena y viento.

El mar es único rumbo

para la mujer y el ciego.

Vino, pero no ha nacido.

Todavía está en el cuerpo

de su madre, como estuvo,

dulce, atónito y secreto.

Que duerma, cara a las olas,

o que marche, sigue envuelto

como en la noche materna

u hojazón de ciprés denso.

Nacerá cuando se muera,

sin grito de alumbramiento.

De la matriz de los aires

nacerá en fruto perfecto.

Dará su primer vagido,

júbilo y deslumbramiento.

Por el rasgón de la gloria

verá llorando al Cordero,

divisará las Potencias

como núcleos de fuego

y él irá ebrio de rutas

como el albatros y el ciervo.

Aun no sabemos por qué en la costa

así le hemos encontrado:

pesado el cabello de sal

y el semblante con asombro,

su mejilla dura de arena

y las olas haciéndole corro.

Bajó el mentón como un fruto

rehusándose a nosotros,

Ya no dice “casa;” ya no dice “hija.”

“Tiempo” no dice, “Tierra” tampoco.

Todas sus rutas ya le sobran

y camaradas y coloquios.

Ha quedado desnudo y fijo,

pura sal y puro despojo.

No lo atraparon ladrones ni viento

pero ya no es de nosotros,

y lo carga rumbo a sus grutas

su joyero maravilloso.

Suelten sus pies, cedan su amor,

callen el grito y el azoro.

Cédanlo hombres y mujeres,

ya lo toma su mar y su golfo.

Déjenlo, cédanlo, devuélvanlo,

que es de ninguno y era de todos.

Se va alejando el que tuvimos

a cada sílaba con que lo nombro,

va girando y va perdiéndose

sin color de hombre, blanco ni rojo

que va subiendo como el dardo,

en caracoles ansiosos.

Fue deseado, fue tomado

en repentino robo glorioso.

En los valles ya tuvo parte

e hizo la marcha con nosotros.

El traidor, que no hizo la casa

y no canteó sus piedras,

granito rojo, lindo basalto,

careó las vigas y tumbó el muro

donde sus hijos dormían.

Volvió vinagre la miel

sobre la mesa de todos.

Abrió puertas a la iguana

y a la hediondez del coyote

y corre la mala bestia

donde verdeaban las palmas.

Regaría con yodo el huerto

y con sal gema el plantío,

que la tierra pisada quema,

y en las manzanas mordidas

el diente se hunde en ceniza.

Y ahora va, loco y huido,

con treinta monedas viles

castañeteándole en el pecho,

latigueadas sus corvas

del viento suyo, del viento Oeste

y le seguimos la espalda

color de polvo de ruta

y no vuelve atrás la cara,

solo su espalda cobarde.

Nos ha dejado ofendidas

las cosas que son fieles:

al vino, igual en los odres,

al metal que no se funde,

y al ruedo de las estaciones

fiel como Dios y nuestra sombra.

No lo llamen a las bodas

de su hija. No se allegue

a la vela de sus muertos

y no lo pongan en el recuento

de los que talan o riegan

y arden de arados y de hoces,

no eche, pasando, sombra

a los niños ni a las doncellas

y no lo mientan cuando nombren

ni a los vivos ni a los muertos.

Muera corriendo en el filo

de la huída. Muera su muerte,

suelte la vida en llegando

a las marismas del Norte.

El lodo ciego lo reciba

y cuando caiga se liberen:

la luz manchada, el cuerpo

y su Ángel que fue vendido

y la luz en que iba su aliento

y la luz que cortó su forma.

Pero ni los rectos Ángeles

que rasen su propio vuelo

podrán contarle esta Patria

blanca de sal y de médano,

la costa en que se dormía

celado de cocoteros;

ni la mujer que su sangre tibia

iba en sus pulsos oyendo;

y vaciado de nosotros

él irá sin nuestra Tierra,

por los espacios eternos.

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